Nueva entrega de la serie «Contrastes» de Benjamín Llorens, donde denuncia los nuevos malos olores que se han instalado en la Playa del Postiguet al no retirar las algas depositadas por el mar. A través de fotografías y grabados, Llorens nos muestra la evolución de la playa del Postiguet hasta su orografía actual.
Allá por el mes de noviembre de 2016 publicamos en Hoja del Lunes un «Contrastes» con el mismo título pero sin la apostilla de «siglo XXI». Describíamos entonces cómo era la vida durante el siglo XIX en una ciudad pequeña, cercada por murallas al ser plaza de guerra, con calles de tierra, estrechas, empinadas, angostas y polvorientas. Un Alicante sin red de alcantarillado dónde, cuando caían cuatro gotas, el barro se convertía en dueño y señor de los viales. El vecindario tenía la costumbre de arrojar directamente a la calle, desde puertas y ventanas, las aguas sucias e inmundicias. El insoportable olor (que aumentaba por las defecaciones en la vía pública de los animales de tiro, medio habitual de transporte) alcanzaba cotas tan sublimes que lo bautizamos como «Eau de Cloaque». Esos tiempos afortunadamente quedaron atrás. Las cosas del progreso.
Pero en estos días de enero de 2017, dos centurias más tarde, estamos asistiendo a una reedición de los malos olores e insalubridad para la ciudadanía. En pleno corazón de Alicante, en la urbana playa del Postiguet.
Como muestra este grabado del siglo XIX, el mar llegaba prácticamente hasta el muro natural de roca del Raval Roig. Una fina línea de arena y piedras conformaba lo que hoy conocemos como la playa de Alicante. La llegada del ferrocarril y, como consecuencia, la del primer turismo de masas con el popular «trenbotijo» dió lugar a que la exigua playa se hiciera artificialmente más grande, a que el terreno ganado al mar aumentara para dar cabida a un camino, un ferrocarril y una playa como dios manda, con más metros de arena y más sitio disponible hasta llegar a la orilla. El Postiguet, tal y como la conocemos actualmente, es una playa artificial, a base de aportes de tierra y arena. Y, por supuesto, mucho mejor que la original.
En esta foto del primer cuarto del siglo XX podemos apreciar la escasa distancia de la orilla al muro de piedra. Las casas que aparecen a la izquierda, bajo la muralla, ocupaban el lugar por donde hoy accedemos al tunel del ascensor para subir al castillo. La preciosa fachada del Raval Roig nada tiene que ver con el cemento y hormigón de hoy en día.
A caballo entre el siglo XIX y el XX, como se aprecia en estas imágenes, las viviendas de la avenida Jovellanos, junto al Cocó, estaban en primerísima línea. De la casa al chapuzón.
Pero cuando el mar se pone bravo se lo traga todo, hasta la playa y más si es artificial y no tiene una infraestructura que la defienda como en el caso de esta imagen (1944),
en la que vemos al Mediterráneo llegar hasta la misma falda del Benacantil (a la izquierda el muro natural de piedra).
Con motivo del último temporal hemos visto otra vez al mar cubriendo la franja arenosa del Postiguet hasta llegar al paseo de Gómiz, cuya infraestructura, junto con las vías de un Tram que no circula y la propia carretera, le impiden llegar actualmente más allá. Cuando cesa el fuerte oleaje y las aguas se tornan más calmas la playa queda llena de restos de todo tipo, artificiales y naturales. Los primeros se retiran pero, en esta ocasión, no ha ocurrido así con los segundos, con los restos sin vida de plantas marinas (algas, solemos decir).
Se han amontonado a lo largo de la orilla con la idea (peregrina, a fe mía) de que se regenere la playa artificial de forma natural.
Suponiendo que las condiciones naturales hubieran sido las más favorables, ¿cuántos siglos habría tardado Alicante en tener una playa como la que disfrutamos hoy? Resulta que los procesos geológicos naturales son lentos, muy pero que muy lentos. Y aún es más complicado que se regenere por obra de la naturaleza un terreno ganado al mar. Se necesita la acción, por supuesto que estudiada y responsable, de los medios humanos y mecánicos disponibles hoy en día gracias al progreso.
Pero mientras tanto, el benigno clima alicantino ha hecho su trabajo con los restos dejados en la orilla del Postiguet. La putrefacción de los mismos y los consiguientes malos olores han ido in crescendo.
Concretamente, el miércoles 11 de enero resultaba heroico estar cerca sin llevar escafandra. Era como una nueva edición del perfume típico de hace 200 años: «Eau de Cloaque siglo XXI», para la ocasión. Claro que la ocasión no debía haberse producido. No sé si en el Ayuntamiento alicantino se han olvidado de que esta es una ciudad que -hoy por hoy- vive fundamentalmente del turismo que, gracias a un clima magnífico, nos visita todo el año, también en invierno. Para ellos y para los alicantinos no debe ser agradable la insalubridad de este perfume importado en el tiempo desde el siglo XIX, ni tampoco la estética de una playa que parece abandonada. ¿Qué pasa con la consideración del Postiguet como «bandera azul»? Es una distinción para todo el año no únicamente para la temporada alta. Nuestra playa está para lucir los 365 días.
Así que, señores concejales responsables de la cosa, para estos asuntos los experimentos hay que hacerlos con gaseosa, no a costa de generar insalubridad innecesaria para alicantinos y visitantes. O acabaremos yendo a la playa del Postiguet como las chicas de la foto allá por los 50.
Imágenes y Fuentes:
Biblioteca Nacional de España ; Oscar Vaillard Gascard ; Francisco Sánchez ;
Archivo Municipal de Alicante ; El Nostre Alacant d’Antany ; Redacción
Hoja del Lunes.
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