¿Puede la Inteligencia Artificial (IA) crear un texto perfecto? ¿Qué es la perfección en un escrito? Desde el desarrollo creciente de estas herramientas tecnológicas este es el reto mayor al que se encuentran, por una parte, quienes se encargan de diseñarlas y, por otra, la de quienes la utilizan. Ahorramos tiempo, sin ninguna duda, en el proceso de datos y en su concreción en textos generados en segundos. Salimos del paso, seamos alumnado, profesorado o profesionales que, en definitiva, tenemos la necesidad de aportar escritos constantemente. Así, en los últimos meses hemos conocido casos de mala praxis en el uso de la IA. El suceso más reciente es el denunciado por el artículo “Sentencias falsas, leyes extranjeras y filtrado de datos: los riesgos de usar ChatGPT se cuelan en los despachos de abogados” en El País (28.02.2025) donde se advierte de la inclusión de sentencias inexistentes o leyes de otros países en documentos legales. Una vez más entendemos que, sin una supervisión humana rigurosa, con la aplicación de estas tecnologías en contextos profesionales, podemos incurrir en importantes errores. El uso del Código Penal de Colombia, en referencia al caso aludido en el artículo, invalidaba la argumentación presentada por el despacho de abogados de Navarra.
Es obvio que una excesiva dependencia de la IA puede provocar que los profesionales de cualquier ámbito se relajen y deleguen el esfuerzo en estas herramientas digitales que no siempre son contrastadas. Pensemos que, todo lo que está en la red, donde navegan a la búsqueda de datos estas aplicaciones, no siempre es correcto, pero, sobre todo, puede ofrecer elementos descontextualizados que son modificados para la creación del texto solicitado. El resultado obtenido de textos bien elaborados puede esconder la trampa inicial: la desubicación o la falta de contraste de los datos originarios. En el caso de la docencia, el uso y abuso de estas herramientas provoca la simplificación del proceso de aprendizaje de un alumnado que puede ir perdiendo sus habilidades para la investigación y contrastación de datos, como también de las técnicas de redacción más básicas. Aprendemos por imitación, por insistencia en la elaboración de modelos que fomentan el desarrollo de nuestras capacidades cognitivas. Si recurrimos con exceso a esos padres digitales que nos realizan los deberes, dejaremos de obtener unas herramientas básicas en cada individuo para el progreso de su formación.
Con todo, aunque contrastemos las fuentes ofrecidas por la IA y obtengamos un escrito que sea adecuado a nuestras necesidades, dejaremos de aportar la dosis de originalidad o de sentido propio que cada uno de nosotros podamos incluir en nuestro texto. Podemos decir, pues, que tendremos un contenido sin alma, o sea, perfecto a nivel formal y de contenido, pero sin el toque personal, la creatividad genuina o la sensibilidad que puede aportar un escritor humano. Este tipo de crítica suele darse en ámbitos como la literatura, el periodismo o la escritura creativa, donde el estilo, la intención o la emoción son fundamentales. Un texto generado por la IA puede parecer correcto en la superficie, pero no transmite una visión original o una conexión emocional con el lector. Esta es la clave: podemos usar como fuente de documentación los datos aportados artificialmente, pero debemos impregnar nuestro puño y letra en cada frase que escribamos, nuestra peculiar manera de ver el mundo y entender los conceptos sobre los cuales reflexionamos. De lo contrario iremos perdiendo profesionales de esta materia, en tanto que nos conformaremos con textos sin verificación y sin elementos propios del estilo de cada uno. Así, el filósofo de Hong-Kong, Yuk Hui, alertaba hace unos años de las limitaciones de la IA en la generación de contenidos verdaderamente significativos en su ensayo “Sobre el límite de la IA”, publicado por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona. Los textos producidos carecen de la experiencia original del ser humano. Sin intervención humana, no hay alma, espíritu o transmisión de un posicionamiento concreto. Además, como advierte el filósofo, asistimos a una globalización monotecnológica que suprime las diferencias y nos uniformiza con el riesgo de la pérdida de las señas de identidad de cada sociedad y, por extensión, de cada individuo. Os recomiendo la lectura de su estudio Fragmentar el futuro. Ensayos sobre tecnodiversidad (2020), un manual imprescindible para entender los riesgos de un uso inadecuado de los avances tecnológicos en nuestra sociedad. Porque sin alma, nuestra mente se empobrece y se uniformiza. Tomemos nota de ello.
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