Digan lo que digan los periodistas de extrema izquierda, marxistas y ateos, que son muy pocos; digan lo que digan los periodistas agnósticos, que son unos pocos más y que nadan entre dos aguas, sin atreverse a definirse y sobrevalorando el fantasma de la duda como postura supuestamente inteligente (“dudar es de sabios”, solemos escuchar) esta semana vengo a la Hoja con artículo de confesión clara como creyente en Dios, en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y en la Iglesia Católica fundada por Él.
El motivo de mi proclamación, una vez más como socialdemócrata cristiano apartidista, en busca de la verdad sin presumir nunca de tenerla, tiene algo que ver con la celebración de la fiesta religiosa de san Francisco de Sales, uno de los santos más inteligentes de la historia de la Iglesia y que, además, es el patrón de los periodistas, comunicadores y escritores de todo el mundo. En torno a su festividad, 24 de enero, hemos deslizado algunos actos en la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante (APPA), días después de celebrar, en la concatedral de san Nicolás, una misa de acción de gracias por los 120 años que ha cumplido la APPA, acordándonos, a la vez, de los compañeros fallecidos en 2024.
No se llenó el templo de periodistas, pero yo voy a seguir predicando desde la Hoja del Lunes a quien quiera oírme, también a mis compañeros ateos y agnósticos, a los que respeto y admiro por su profesionalidad, y con los que bromeo diciéndoles que tienen que leer más la Biblia, sobre todo el Nuevo Testamento, con los Evangelios a la cabeza. Estamos en lo de siempre: no se puede amar lo que no se conoce. Jesucristo es un personaje clave en la historia de la humanidad. España, que era profundamente cristiana (o, acaso, sólo superficialmente) hasta hace unos años, se ha secularizado hasta extremos muy preocupantes. Jesucristo es y será lo más grande que le ha sucedido a la humanidad. La historia se ha escrito y se escribirá como ‘antes de Cristo’, aC, y ‘después de Cristo’, dC. No nos quepa duda: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras permanecerán para siempre”.
En el Antiguo Testamento, Dios hablaba al pueblo de Israel a través de los profetas, pero ellos anunciaron que el hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, vendría y se encarnaría en una mujer virgen (la Virgen María) por obra y gracia del Espíritu Santo, la tercera persona trinitaria. Haría con los hombres una nueva y eterna alianza, sellada con su sangre en la cruz. La ofensa infinita (por razón del ofendido) de Adán y Eva en el paraíso terrenal fue lavada para siempre por la sangre de Jesucristo, Dios y hombre.
Fuente: Misiones Salesianas.
La creación del Universo y la culminación de la obra creadora divina con la pareja humana es un círculo genial. Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Dios y el hombre son los que valoran, disfrutan, modifican, hacen catedrales, pinturas, pirámides, óperas, sonatas, poemas, musicales, teatros, hospitales… Lo malo es que algunos hombres hacen de su libertad (como de su capa) un sayo. Yo, como san Francisco de Sales, no creo que el hombre esté mal hecho. No seré tan necio como para criticar a Dios. Nos hizo libres y no vamos a culpar al creador de nuestras fechorías; de nuestros campos de concentración, de nuestras guerras, de nuestras esclavitudes. Capaces de lo mejor y de lo peor, pero siempre queridos por Dios, siempre un Dios de amor que espera que sus hijos díscolos y hasta malvados reflexionen y vuelan a la casa del padre, como aquel hijo pródigo del Evangelio, que regresó arrepentido y lleno de miseria y al que su padre llenó de besos, bañó, vistió y le dio una fiesta matando el mejor de sus terneros para él y todos los amigos y vecinos.
San Francisco de Sales, nuestro patrón, noble de nacimiento en el ducado de Saboya, renunció a sus títulos nobiliarios, estudió en las Universidades de Padua y París, se hizo sacerdote y con el paso de los años, con fama de sabio y santo, fue nombrado arzobispo de Ginebra, aunque nunca llegó a tomar posesión porque, durante muchos años, Ginebra y otras ciudades suizas estaban tomadas por fuerzas armadas al servicio del calvinismo. Una de tantas ‘guerras de religión’, una plaga de los siglos XVI y XVII cuando las religiones se utilizaban con fines groseramente políticos. Convirtió a muchos gracias a estas cuatro virtudes que le reconoce la Santa Sede: caridad (amor), humildad, mansedumbre y paciencia. Aunque le perseguían con saña, él se arriesgaba incluso pegando carteles en las calles calvinistas, predicando la verdad del Evangelio y desmontando las falsedades del calvinismo. Repetía lo que predicó Jesús, que la verdad nos hace libres; que todo trabajador es merecedor de un justo salario; que no hay mentir, que hay que compartir los bienes de la tierra entre todos los hombres.
¿Incluso la inteligencia artificial? ¿Y todas las nuevas tecnologías? Evidentemente: todas las conquistas de la humanidad tienen que repercutir en el bienestar de todos los humanos. Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Creer en Dios sólo puede conducir a hacer el bien siempre; los que hacen el mal, por muy creyentes que se proclamen, son unos falsarios, unos mentirosos.
Mi patrón, san Francisco de Sales, pensaba que servir a los hombres era la mejor manera, si no la única, de servir a Dios. ¿Qué les parece?
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