Alguien me persigue. Es tarde, la gente duerme, las calles vacías gritan a los cuatro o cinco vientos que están hartas de tanta meada por las esquinas, en los parques, en los urinarios de pago, en las trampas sin rendijas.
Alguien me persigue. Puede que sea el tiempo vestido de pasado, de noches desnudas sin nadie a tu lado.
Alguien me persigue. Es un fantasma que refleja el espejo cada mañana, cada vez que pienso en ella, sin nombrarla. La vida se escurre como un pez entre las manos, se escurre como el amor mil veces soñado. La vida te secuestra, te rapta, te cuelga del precipicio más alto, te pone a prueba y lo apuesta todo o nada, sin saber nada, y mucho menos todo.
Alguien me persigue y cruzo la calle donde las rosas aplauden al sol y la primavera, donde las sombras son ahora, por fin, las que se esconden. Cruzo la calle que puede ser del olvido, la calle de los recuerdos porque todo va unido.
Alguien me persigue y saco un billete de tren. Un tren sin destino, sin vías, sin maquinista. Un tren que no viaja porque se ha quedado dormido.
Alguien me persigue y salto el muro de los murmullos, los reproches escondidos demasiado tiempo, que son dinamita con mecha encendida.
Alguien me persigue arañando mi alma, mi esencia, mi yo invisible que nadie puede ver, mi yo que no dejo de perseguir para intentar no ser ningún otro.
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