Acabé el año pasado plantando en mi campito agostense dos naranjos y empecé el actual con dos nuevos almendros. No estoy muy seguro de si, con esta doble iniciativa, colaboro o no a frenar la lenta pero progresiva desaparición de terrenos cultivados en paralelo a la disminución de agricultores activos, pero quiero pensar que cuatro arbolitos más algo tendrán de positivo para el medio ambiente. Y que si un pequeño porcentaje de todos los que tienen una parcela me imitaran, árbol a árbol algo significaría. Y si además lo enseñamos a hijos y nietos, utilidad sumada.
Lo que sí he aprendido, con los años, de mis vecinos camperos, es cómo plantar un arbolito retoño: hay que hacer un buen hoyo, regarlo primero un poco, sacar el proyecto de la maceta en la que el vivero me lo ha vendido, incrustarlo en la tierra bien rodeado de basura y algo de abono, volver a regarlo y prensar la tierra alrededor del tronquito. Si amenazan conejos, es aconsejable defenderlo envolviéndolo por abajo con un plástico, evitando así que sea motivo de su atención y sacie su apetito. También es aconsejable ensartar un par de estacas a los lados del nuevo inquilino y sujetarlo entre ellas para evitar que crezca torcido.
Todo este sucedido tiene un cierto sentido. Después de un par de semanas ausente de la ciudad, vuelvo a recorrerla y voy pensando en los cuatro arbolitos mientras considero que en el Ayuntamiento de Alicante, en lugar de un simple aficionado como yo, debe haber técnicos que sepan de este tema y también en la empresa que cuida de jardines y parques (incluidos los árboles de calles, plazas y avenidas, supongo); funcionarios y empleados que hayan cursado estudios superiores o de formación profesional que saben qué especies han de plantar en cada caso, cómo hacerlo y cómo hacer que crezcan ofreciendo sombra y frescor a los ciudadanos.
Y supongo que saben perfectamente que no basta con plantar después de reurbanizar calles y plazas y esperar que crezcan al libre albedrío. Que hay que dotar a los espacios de sistemas de riego (espero que de agua reciclada) y abono y supervisar periódicamente la evolución de los leñosos. También entiendo que ese cuidado incluirá las podas oportunas y quizás tratamientos contra cualquier clase de bicho que pueda atacarlos, minarlos y pudrirlos.
Todas estas reflexiones colisionan aquí con ejemplares plantados el pasado año que parece que no han llegado a enraizar y se muestran patitiesos, con algún otro al que alguna racha de viento ha torcido porque las estacas que debían sujetarlo no se clavaron en la tierra con suficiente fuerza y/o profundidad, y con alcorques y espacios que están clamando por ser ocupados.
Quizás es mucho pedir, pero si el esfuerzo humano y económico de dotarnos con nuevos individuos arbóreos no se redondea con un mínimo cuidado, el esfuerzo puede resultar relativamente baldío. Leo que una asociación de vecinos pretende plantar árboles cerca del “puente rojo” para reivindicar sobre el futuro Parque Central. Interesante iniciativa pero de dudoso éxito si después los munícipes no se hacen cargo de su mantenimiento. Y quiero pensar que, como a mí se me ha muerto un frutal hace unos meses, algo muere en nosotros cuando uno de nuestros árboles ciudadanos malvive o fenece por descuido de sus responsables. No basta con plantar.
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