Los días de 2024 tocan a su fin y, con ellos, los propósitos para el nuevo año empiezan a apuntarse. Cierto es que la sistematización del tiempo tiene un criterio arbitrario, a partir de la concreción que Dionisio el Exiguo adoptó a partir del año 525 d.C. y que, con la expansión de la Iglesia Católica, se extendió por gran parte del planeta, pero no deja de ser una meta simbólica, de carácter psicológico en muchos casos, el hecho de plantear nuevos objetivos cada inicio de año. Entendemos el cambio de dígito como una oportunidad para dejar atrás los fracasos, los desafíos o aquello que queremos cambiar, una especie de “borrón y cuenta nueva” que permite un inicio simbólico que nos permite plantearnos nuevos retos. Con el paso del tiempo, los humanos tendemos a reflexionar sobre el pasado y el establecimiento de proyectos de futuro, una sensación que los medios de comunicación y las redes sociales refuerzan, de manera que entendemos que es el momento perfecto para establecer propósitos. Dividir la vida en ciclos de un año facilita la planificación a corto plazo, una manera natural para organizar las actividades previstas de manera más eficaz.
La idea de que “este año será diferente” genera motivación para retomar las riendas de nuestro día a día, donde la esperanza y el optimismo dan rienda suelta a nuestros mejores deseos. Las expectativas sociales sobre la importancia de los propósitos pueden influir en las personas para que también se planteen sus propias metas, incluso si es algo más por cumplir con una tradición que por una necesidad personal. En medio de ello, atendiendo al interés que nos afecta a todos y a todas, podemos realizar diversas reflexiones sobre los desafíos a los que se enfrenta la difusión de la comunicación, en general, y el periodismo, de forma particular. Así, en este próximo 2025 se va a seguir planteando el impacto de la Inteligencia Artificial (IA) en el tratamiento de los grandes volúmenes de datos, con la posible generación de contenido erróneo o sesgado. Ahora más que nunca va a ser fundamental que quien ejerce de comunicador supervise y valide la información producida por la IA para mantener la calidad y la credibilidad de los medios de comunicación.
De esta manera, podremos frenar la proliferación de noticias falsas y la posible manipulación de estas en plataformas digitales que han ido erosionando la confianza de los lectores en los medios tradicionales. Si el periodismo refuerza su compromiso con la ética y la veracidad, se estará educando a la audiencia sobre la identificación de fuentes confiables. El mes pasado leíamos un artículo de Josep Catà en El País que abordaba “El reto de preservar la independencia de los medios de comunicación ante el auge de la desinformación” donde se planteaba cómo las redes sociales no se hacen responsables de los contenidos que publican, ya que sólo buscan audiencia y publicidad. Las noticias sensacionalistas, a menudo lejos de la realidad, se viralizan más e incrementan los beneficios de éstas. El periodismo tradicional tiene que elevar su voz como punto de seguridad y de veracidad de la realidad de nuestro entorno.
Otro reto para el 2025 sigue siendo la sostenibilidad financiera de los medios frente a la competencia de plataformas digitales que dominan la publicidad en línea. Estos deben explorar nuevas fuentes de ingresos, como suscripciones digitales y colaboraciones externas, para garantizar su viabilidad económica. Todo ello en una adaptación progresiva a las nuevas herramientas digitales, teniendo en cuenta que la audiencia de las generaciones más jóvenes consume mayoritariamente información a través de estas plataformas. Los medios deben adaptarse a estos canales, produciendo contenido atractivo y relevante para estas audiencias.
Por último, habría que citar la necesidad de implementar medidas de protección para quienes ejercen el periodismo. En un mundo cada vez más polarizado, en estados con problemas de libertad y de democracia, los ataques a este colectivo se han incrementado. Recordemos la advertencia, entre otros, del filósofo austriaco Karl Popper en su obra La sociedad abierta y sus enemigos (1945) quien, nada más finalizada la contienda de la II Guerra Mundial, expresaba: “una sociedad democrática necesita una prensa libre, una prensa que no esté controlada por ningún poder o ideología, que sea capaz de ser crítica y mantener un diálogo abierto y plural”. Quienes ejercen el autoritarismo, en cualquiera de sus niveles de acción, deberían entender que las voces críticas, a través de la prensa, son fundamentales para abrir el debate y entender la realidad de la cotidianeidad, sin temor a escucharlas y aprendiendo que la discrepancia fortalece el conocimiento. Defendamos, pues, una prensa libre que ejerza con profesionalidad su trabajo. De esta manera tendremos la información real, desde distintos puntos de vista, de lo que acontece cada día. Empieza la cuenta atrás para el nuevo 2025…
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