Crónica de un momento afortunado.
Seguro que la gitana Esmeralda y el jorobado Quasimodo volverán a correr libremente por sus almenas; seguro que Emile Zola sonreirá desde su lugar de reposo; seguro que volveremos a leer las notas que Stefan Zweig escribiera a propósito de Paul Claudel: “A lo largo de los siglos, el espíritu francés ha erigido dos edificios símbolos de la cultura: la catedral sede de la fe, construida con bloques de piedra maciza sobre la misma tierra que cultivaban los campesinos, y el temple de la raison, el edificio intelectual que da cobijo al ser humano y representa su libertad. Afirmación y negación de la fe, religión y revolución, dos tradiciones que han luchado y luchan por dominar el espíritu francés, indestructible, una por la pétrea belleza de Reims, de Chartres o de la prodigiosa Nôtre Dame, imperecedera otra, por los históricos acontecimientos de 1793, por los valores que ensalzaba La Marsellesa«.
En el año de 1163, en el corazón de Europa, se comenzó la construcción del gran edificio, símbolo de la cristiandad, la catedral de Nôtre Dame, dedicado a la Virgen María. En la pequeña isla de la Cite, rodeada de las aguas del rio Sena, se alzaría el gran símbolo del catolicismo, con la severidad y elegancia del estilo gótico, sus grandes rosetones y la pureza de su gran estilismo. Nôtre Dame ha sido y es un símbolo para Francia, y un símbolo de la grandeza de la Europa cristiana. Es cierto que durante la década de 1700, tras la Revolución Francesa fue desacralizada y objeto de saqueos, profanaciones y rotura de bienes, fruto del ardor revolucionario, pero no es menos cierto que Napoleón Bonaparte devolvió su uso a la Iglesia Católica y en ella se coronó, el día 2 de diciembre de 1804, con toda la solemnidad que nos dejó retratado en sus dos grandes cuadros, gemelos, el gran pintor de la corte imperial, David.
El edificio de Nôtre Dame, el día 15 de abril de 2019, sufrió daños catastróficos a causa de un incendio. Dos tercios de la techumbre quedó destruida, cayó la aguja central de Viollet-le Duc, y los rosetones quedaron dañados. Las cámaras de la televisión retransmitieron en directo la terrible sacudida ígnea y cómo se desplomaba la aguja central, con gran estupor de quienes lo presenciamos.
Muchos somos, a través de los tiempos, quienes hemos visitado la hermosa catedral. Es visita obligada de quienes nos hemos acercado a la capital francesa y somos muchos los que sentimos profundamente aquella gran destrucción.
Ha durado cinco años la reconstrucción. Su coste ha sido de 843 millones de euros, conseguidos, en gran medida, a través de donaciones de particulares, y su construcción ha sido el fruto de una concertación y diálogo entre la jefatura del Estado, el arzobispado y varios equipos de arquitectos especializados. Dejamos aquí constancia de que entre otras actuaciones, el altar mayor ha sido reconstruido por Guillaume Bardet, y también por el mismo diseñador se han renovado el tabernáculo y el mobiliario eclesiástico, y que el artista francés Sylvan Dubuisson ha realizado un trabajo de modernidad fiel a su tradición más profunda de la corona de espinas que se hallaba en el interior del relicario de Nôtre Dame, que necesitaba una restauración completa.
Terminada la magna reconstrucción, el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, reunido en la nave central de la catedral con un millar de personas, invitados, artesanos, ingenieros, arquitectos, decoradores, eclesiásticos, militares y civiles, ha dicho estas solemnes palabras:
“El incendio de Nôtre Dame fue una herida nacional, y vosotros, todos, juntos, a través de vuestro trabajo y compromiso, habéis realizado lo que parecía imposible. Alquimistas del carbón, habéis transformado el carbón en arte. Vosotros habéis demostrado que nada se resiste a la audacia. Sois un orgullo para toda la nación. Deseo que perdure el espíritu de la fraternidad de esta obra de reconstrucción…”.
El Tratado de Londres de 3 de mayo de 1949 constituyó el Consejo de Europa. Una unión europea fundamentada en el signo de la paz, tras dos cruentas guerras mundiales, que asolaron Europa, basada en los principios de la democracia, de los derechos humanos y del imperio de la ley. Una unión de pueblos que fue ampliándose paulatinamente.
A mí me parece que esta unión tiene ecos antiguos. Sabemos que en la Navidad del año 800, el papa de Roma León III, coronó en san Pedro, al rey franco Carlomagno como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y esa primacía de la Francia cristiana culminó con la erección de la iglesia catedral de Nôtre Dame de París.
Ya sé que esto que digo es de una sencillez discutible, pero yo creo que la fe y los principios de la Ilustración, con sus idearios de igualdad, libertad y fraternidad, aunque sus diferencias unas veces arrecian y otras amainan, no pueden sino caminar juntos. No podemos desconocer de dónde venimos. El progreso es necesario y no caben las anclas históricas, pero el tesoro de nuestra historia común no se debe dilapidar, ni ocultar bajo el silencio. En la Catedral de Nôtre Dame, el propio presidente francés, Emmanuel Macron, lo ha hecho público al considerar que la reapertura de la Iglesia de París es una manifestación de esperanza más allá de las estrictas fronteras nacionales. Y yo añadiría, que también históricas.
La fe no es solamente un sentimiento religioso. La fe es también síntesis de nuestra cultura, que la Ilustración no hizo más que confirmar, aunque aparentemente la rechazara y la negara. El no ser creyente no debe ser objeto de afirmación ingenua cuando a veces asistimos a presentaciones de obras en las que la tradición religiosa, bien del Génesis o del Evangelio están presentes en el libro, y el autor de la obra aclara, como una excusatio non petita, aquello de que aunque esto escribo yo no soy creyente o soy agnóstico. Excusa innecesaria. El hombre nace libre y debe de vivir libre. No hace falta creer para reconocer que nuestra cultura no puede descartar un pasado religioso cristiano, con sus enormes pros y sus enormes contras. Somos hijos de nuestro presente y de nuestro pasado, y somos dueños de nuestro futuro.
Y ahí, sigue enclavada en la Isla de la Cite, en el propio corazón de Europa, la Catedral de Nuestra Señora. La Iglesia de Nôtre Dame de París, la encrucijada de nuestros caminos, ya está repuesta como la historia de nuestra cultura europea y occidental. Ya está nuevamente abierta la colosal obra que todo visitante de París entra a conocer, por la fe o por la cultura, se crea o no se crea. Sin que nadie tenga que excusarse al hacerlo.
Yo, con estas letras, me congratulo y celebro la apertura de Nôtre Dame y repito con el presidente Macron ante sus reconstructores aquello de “alquimistas del carbón, habéis convertido el carbón en arte”. Este fin de semana pasado, 7 y 8 de diciembre, tuvo lugar la reapertura, con misa cantada de la iglesia catedral de Nuestra Señora de París.
Oportuno, elegante y justo, por más que nos dejen en ridículo nuestro Gobierno y el inculto ministro de Cultura. Un saludo cordial.
Gracias querido amigo Ramon Gómez Carrión. Ciertamente es increíble la ausencia española en tan magno acontecimiento.
Un abrazo. Julio Calvet.