Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Aves de rapiña en las tierras de Blasco Ibáñez y Sorolla

Fotografía: Mario Modesto Mata (Fuente: Wikimedia).

Cuando la pandemia de la covid-19 nos golpeaba fuerte apareció una frase, una esperanza, una pregunta: Seguro que saldremos mejores de esta pesadilla. Y casi llegamos a creerlo. Necesitábamos creerlo para poder avanzar a través de aquel negro túnel. Pero pronto supimos que mientras que las personas estábamos encerradas en nuestras casas o morían a miles cada día en los hospitales, o, ni siquiera eso, fallecían a cientos en las residencias sin siquiera ser atendidas, abandonadas, había quien vivía ajeno a aquel paisaje y ya preparaba con descaro e impunidad el mañana. Su propio mañana.

Son, fueron, todos aquellos que planificaron su futuro arrancando jirones a lo que era de todos, al presupuesto público. Su gran pasión y su gran preocupación de aquellos tiempos de calles vacías, dolor y extrañamiento tras las puertas, era sobre todo no desaprovechar la oportunidad de amasar dinero fácil comerciando con el sufrimiento ajeno. Tenemos algunos de esos nombres, aunque aún falten otros muchos, y sobre todo falten los juicios que certifiquen blanco sobre negro la hondura de sus crímenes. ¿Sucederá ahora, con la DANA, lo mismo?

Ahora, cuando la tragedia nos tiene otra vez encogido el corazón y en este estado de shock emocional en el que andamos, porque hemos visto lo que nunca pensamos llegaríamos a ver, muchos se hacen, nos hacemos, las mismas preguntas. Tan es así que algunos se atreven, incluso, a afirmar esperanzados que esto debería suponer un antes y un después. Lo dicen políticos, lo dicen científicos, lo dice la gente en su titánica lucha contra el barro. Una lección de la que tomar buena nota para que cuando el cielo vuelva a abrirse de forma inmisericorde, al menos paliemos los daños materiales, evitemos las muertes inocentes que ahora no supimos o no quisimos evitar.

Y lo bueno es que tenemos la receta. Solo había que escuchar a la ciencia, a esas palabras que nos vienen lanzando alertas desde hace muchos años, demasiados ya, justo a esos mismos a quienes mantenemos apartados de los puentes de mando porque molestan el plan de negocio, a quienes dejamos fuera cuando lo que dicen nos disgusta, o va contra nuestros planes de crecimiento desbocado y de ocupación potencialmente asesina del territorio. Bien que lo ha dicho estos días por tierra mar y aire un hombre sensato, razonable, didáctico como pocos, el catedrático de la Universidad de Alicante, Jorge Olcina. En la pócima de sus palabras está todo el secreto. Habla tan claro que es difícil no entenderle. Y lo resumía con brillantez y una dosis justa de ironía el científico del CSIC, Fernando Valladares, en una entrevista en La voz de Galicia que debería ser el catecismo de lo que habría que hacer y no hemos hecho.

Solo se trataría de seguir sus manuales, sus consejos, de creer que el cambio climático no son solo dos palabras puestas ahí para fastidiar, de repensar la sangrante ocupación del territorio, de deconstruir casas, de racionalizar las grandes infraestructuras para que dejen de ser cuchillos en nuestras gargantas, de dejar respirar y renaturalizar a la naturaleza… Se trataría, también, de actualizar los protocolos y las emergencias, de convertir las alertas tempranas en una vía de escape. De poner en definitiva a los que saben en los puestos de mando, de vaciar de arribistas e infames asesores políticos los escalafones intermedios de todas las administraciones, justo todo eso que ahora ha fallado estrepitosamente con consecuencias criminales.

Y claro que sí, puede que, otra vez, nos hagamos las mismas preguntas: ¿Saldremos mejores? ¿Seremos capaces? Pero, desgraciadamente, no parece que eso vaya a ocurrir. Ya se oyen ecos que van justo en sentido contrario. Más presas, más cemento, hoteles a pie de playa. Pero aún y así, sabiendo que la respuesta debería estar más próxima a las palabras de Olcina, de Valladares, habría que estar alertas y preparados para que lo que ha de venir cuando las cañas y el barro en la tierra de Blasco Ibáñez dejen paso a la luz de los cuadros de Sorolla. Porque la luz, esa hermosa luz, volverá. Eso no está en duda.

Y para qué, si no somos capaces de repensar el futuro al extremo de evitar riesgos, al menos tratar de apartar de las cadenas de mando a todos esos que, a buen seguro, ya se han saltado las cinco fases del duelo —negación, ira, negociación, depresión y aceptación— y solo piensan en lo mismo que pensaban quienes dijeron que eran nuestros aliados en plena covid-19 y resultaron ser solo ávidos negociantes de dolor ajeno, vulgares comisionistas. Descubrir y ponerles nombres a todas esas aves de rapiña que, a buen seguro, ya tienen sus drones sobrevolando el territorio herido para avizorar dónde están las nuevas oportunidades de negocio. Su propio y mortal negocio. Nuestros muertos futuros.

Pepe López

Periodista.

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