Bonito y oportuno recordar el mito de Ícaro, la historia de aquellos que, tras el triunfo, se vienen arriba y se creen todopoderosos y la realidad les hace chocarse de bruces con el mundo y su ley inexorable de la gravedad.
La versión que me gusta y que alguna vez conté en mis clases, es esa que narra que Dédalo (padre de Ícaro), fue arquitecto en Creta y mostró a Teseo el camino dentro del laberinto y así cómo matar al Minotauro (monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro). El rey Minos, padre del monstruo, muy molesto, encerró a Dédalo con su hijo en el laberinto. Allí fabricaron unas alas para huir, pegándolas con cera a sus espaldas.
El padre advirtió a su hijo que no volara ni muy alto ni muy bajo…A pesar de las advertencias, Ícaro, fascinado por lo maravilloso del vuelo, se elevó por lo aires desobedeciéndolo.
Ícaro se sintió dueño del mundo y quiso ir más alto todavía. Se acercó demasiado al sol, el calor derritió la cera que sostenía sus alas y las perdió. El temerario joven acabó precipitándose al mar, donde murió. En el Mar de Icaria. Bonito nombre que le puso el dios Helios en honor al malogrado Ícaro.
Hay casi tantos Ícaros como triunfadores. Pero los Ícaros que no fallan son aquellos que en algún momento quisieron hacer algo por sus conciudadanos y en otro momento creyeron a los palmeros y cantamañanas que les decían que su inteligencia era superior y que, por descontado, eran más guapos, más sabios y más largos que los demás.
Sus inferiores, si no hacían cabriolas a su paso, podían pasar a engrosar las páginas de la temida enciclopedia negra de enemigos (en una lista no les caben) que fueron engrandeciendo día a día en sus mandatos.
Pero esas plumas pegadas con cera se derriten o secan tarde o temprano, y el móvil deja de sonar y los palmeros buscan a otros a los que palmear. Algunos se buscan la vida y otros que siempre han estado besando la alfombra quieren ser califa en lugar del califa y a veces van y lo consiguen y todo. Estos nuevos mandamases lo primero que harán es cambiarse el número del móvil y seleccionar muy bien a quien dárselo, nunca al predecesor, jamás. Ha pasado, lo hemos visto ¿verdad?
Ícaro entra en caída libre y, sorprendido, mira a su alrededor. Se siente más solo que nunca; ahora distinguirá a sus verdaderos amigos si es que tuvo tiempo y lucidez para conservarlos, para acordarse de ellos cuando podía ayudar. Ahora distinguirá lo importante del mero postureo y se dará cuenta de todo lo que tendría que haber hecho antes.
¿No sería mejor tener la cabeza suficiente para no creerse lo que no se es? ¿No sería mejor un poco de humildad para poder ser uno mismo siempre?
Los hay que tras su paso por ese poder han vuelto a su vida normal sin alharacas, sin traumas y sin depresiones. A estos escasos privilegiados les habrá servido su paso por la poltrona para acumular sabiduría y transmitirla a su gente, a sus amigos, a sus familias, y para meter un poco de normalidad en sus azarosas vidas.
Es natural el instinto humano de perseguir sueños, pero debe ser acompañado por una dosis de prudencia y autoconocimiento.
Y es que creo que la experiencia tiene un gran valor. Todo estaría mejor con un consejo de sabios, sobre todo para que los nuevos califas no tuvieran que empezar de cero, algo que no le habría venido mal a más de un visir actual. Nada mal. Sobre todo ahora que están en el poder y por tanto sumidos en lo más profundo del laberinto e intentando fabricar sus alas para llegar al sol y terminar quemados.
Haciendo amigos.
P.D.: «La representación más exacta, más precisa, del alma humana es el laberinto. En ella todo es posible».
José Saramago.
Me alegra que eches mano de la mitología tan pedagogía…
Todo es posible gracias a nuestras acciones siempre guiadas por el equilibrio emocional y mental…
Un abrazo
Un abrazo
Es una forma de entender que las historias de hoy ya han pasado
Nada nuevo bajo el sol, nunca mejor dicho.