Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

Decálogo de la buena comunicación en una campaña electoral

Fotografía Macrovector (Fuente: Freepik).

Estamos de lleno en un proceso electoral en mi universidad, la Universidad de Alicante. Más allá del apoyo que cada uno, desde su postura personal, dé a una candidatura u otra, es el momento en el cual me he permitido la reflexión siguiente que, sin ninguna duda, puede servir de punto de comparación de las campañas que van arrancando. Un periodo marcado por su brevedad, seis días lectivos del 19 al 26 de noviembre, pero que ha provocado el arranque de diversas iniciativas fuera de este periodo frente a la imposibilidad de darse a conocer las dos candidaturas en las semanas previas donde ya empiezan a extenderse diversos mensajes o acciones programáticas de distinta índole. ¿Cómo tiene que ser, pues, la mejor comunicación para dar a conocer a cada contrincante?

Diversos teóricos, desde perspectivas como la sociología o la lingüística han abordado la materia; así, por ejemplo, el lingüista francés Patrick Charaudeau ofrece en Discurso político. Lenguaje y representación del poder (2005) diversas herramientas prácticas sobre cómo utilizar el lenguaje y la retórica en campañas electorales. Charaudeau resalta la importancia de ofrecer un mensaje central que sea fácil de entender y que tenga una continuidad a lo largo de la campaña. Esto ayuda a que la audiencia recuerde los valores y propuestas del aspirante en cuestión. Un discurso claro y contundente, sin ambigüedades, que resalte sus propuestas y dé contestación a los problemas que acarrean sus votantes en los últimos años. Un enfoque que presente soluciones hacia las necesidades existentes, que dé respuestas prácticas y específicas que generen esperanza y confianza en el pretendiente al cargo. Según el lingüista francés, no es cuestión única de una buena dicción, sino de la concreción en el discurso de ideas claras y cercanas a la cotidianeidad de sus posibles votantes.

Por su parte, el lingüista norteamericano George Lakoff apunta en No pienses en un elefante: lenguaje y debate político (2004) el peligro de utilizar metáforas que no resuenen con los valores de los votantes. El uso recurrente de objetos del entorno, sean inanimados o animales, puede facilitar la identificación del que se postula al cargo con la institución, pero al mismo tiempo puede simplificar tanto el mensaje que se quiere trasladar que acaba provocando la renuncia de quien lo percibe, de manera que se aleja del mensaje que se quiere trasladar con expresiones del tipo: “se piensan que soy simple y manipulable”. Según Lakoff, “hay que adoptar la manera en la que el votante ve el mundo y, al hacerlo, estás confirmando que su forma de pensar es la correcta”. Por este motivo, recomienda no abusar de declaraciones de acólitos impenitentes que exigen el voto hacia una candidatura porque sí, con la sola argumentación que para su caso concreto ha sido positiva. Debemos tener en cuenta que la situación personal de cada elector varía en grado de su posición, estatus laboral, edad y género, con lo que mensajes condicionados por estos elementos pueden provocar el rechazo al mensaje ofrecido.

Cada candidatura debe tener en cuenta la magnificación que pueden provocar los mensajes en red, bien a través de aplicaciones de mensajería o de redes sociales. El grado de difusión de estos es intenso entre los grupos de afines y potencia su fidelidad, pero difícilmente puede llegar a colectivos fuera de las redes personales de cada uno. Así lo entiende el sociólogo Manuel Castells en Comunicación y poder (2009) para entender cómo los mensajes pueden circular de manera efectiva en una campaña electoral con su teoría de la “comunicación en red”. Todo material expuesto en el proceso de elecciones debe tener una imagen y estilo coherente para fortalecer la identidad visual y verbal del aspirante. Según Castells, de nada sirve forzar una imagen intentando ofrecer lo que no se es, o sea, un modelo de templanza y cercano si con anterioridad no se ha forjado una identidad tendente a la ecuanimidad que solo se ha interesado por los suyos, dejando aparte al resto en sus preocupaciones.

Es esencial también que quien se presenta a la elección muestre interés en escuchar a la gente para fomentar una comunicación bidireccional. El filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas apunta en Teoría de la acción comunicativa (1981) que la comunicación auténtica “requiere que las partes involucradas estén dispuestas a escuchar y a considerar los argumentos de la otra parte, buscando un consenso genuino en lugar de una mera estrategia de persuasión”. Debemos escuchar al electorado, sin ninguna duda, pero también debemos contrastar las ideas de las otras candidaturas, sin denostarlas ni dejarse llevar por los prejuicios; de lo contrario estaremos olvidando que en todos los casos se quiere proponer una acción de gobierno futura que mejore las condiciones de la institución concreta. En este diálogo imprescindible entre todas las partes, se apunta la importancia de la comunicación no verbal: la postura, la mirada, los gestos y el tono de voz de quien se presenta a la elección deben reflejar seguridad y empatía. Una sinceridad que no quede entorpecida por un falso postureo fomentado por los recursos audiovisuales.

Por último, en este decálogo improvisado de mi reflexión, está el uso recurrente de las candidaturas a realizar afirmaciones con datos. La verosimilitud de estos quedará confirmada por la explicación de su origen y la contrastación empírica con la cotidianeidad; de nada sirve ofrecer datos de excelencia si no localizamos detrás de estos una concreción que ofrezca unos parámetros reales. De lo contrario, deberemos recurrir a mensajes simples que exijan un apoyo incondicional sin más argumentos que los peligros de la fortaleza de la institución frente al debate y posible riesgo de las propuestas del adversario. Pidamos, pues, a las diferentes candidaturas que planteen, sin polémica ni defenestración de los otros, una comunicación efectiva y clara para que cada elector o cada electora decida libremente el sentido de su voto. La credibilidad y la fortaleza de nuestra institución está en juego, para que elijamos así la persona que tiene que guiar nuestra universidad en los próximos seis años.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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