Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Al paso

La Virgen del Pilar, alabada por el obispo emérito Victorio Oliver

Victorio Oliver.

Miles y miles de alicantinos de la diócesis Orihuela-Alicante recordarán a quien fue su prelado entre los años 1996 y 2005.

La Casa de Aragón en Alicante festejó a la Virgen del Pilar, patrona de la Hispanidad, el pasado día 12 en la parroquia de San Antonio de los padres Franciscanos de la capital, con una misa oficiada por el obispo emérito de nuestra diócesis, monseñor Victorio Oliver, que el próximo 23 de diciembre, víspera de Nochebuena, cumplirá 95 años. La homilía que pronunció este sabio y santo varón de la Iglesia me gustó tanto que me arrastró a la idea de hacerme con una copia del texto salido de la cabeza y del corazón de un venerable anciano que se ganó el aplauso de los fieles aragoneses y de otras regiones hispanas. La he conseguido y se la ofrezco a los lectores de Hoja del Lunes como homenaje a la Virgen y a los 52 años de episcopado de quien, enamorado de Alicante (y su obispo de 1999 a 2005), se ha quedado a vivir en la Casa Sacerdotal de Alicante. Lean ustedes:

“Queridos hermanos, en este día se escucharán cientos, o tal vez miles, de homilías y sermones felicitando y alabando con cariño y alegría a la Virgen con el nombre del Pilar. Son muchas las iglesias, como ésta de San Antonio, que dedican un lugar visible para la imagen de nuestra Madre del Pilar, “luz hermosa, claro día”. Los cantos, los corazones, la alegría y la fiesta se repetirán en cientos de iglesias en Hispanoamérica. Es el Día de la Hispanidad. Sus banderas abrazan las capillas de nuestra Madre del Pilar.

En los años que pasé en Zaragoza fueron muchos los ratos que dediqué a estar con Ella mirándola serenamente, despacio, con cariño, con los ojos y con el corazón, porque con el corazón también se ve y se mira. Comparto con vosotros, hermanos, algunas señales y huellas imborrables que en mi corazón dejaron aquellos momentos.

Empiezo por deciros que, desde niño, me enseñaron que tenía dos madres: mi madre Josefa, que me dio a luz y me crio con cariño, inolvidable madre; y la otra madre, la madre del Pilar. De su imagen, lo primero que me llamó la atención fue su pequeña altura: tiene 36,5 centímetros. Algo me quería decir y sugerir con estas dimensiones. Es verdad que Dios la llamó, por la voz del ángel Gabriel, "llena de gracia". El ángel le anunció también que su Hijo sería "Hijo de Dios, Mesías, heredero de la corona de David". Ella sería la "Madre del Rey".

Pero es muy importante para nosotros comprobar cómo se veía Ella. No se llamará ‘Madre del Rey’, sino ‘esclava’, ‘sirviente’. Si alguien le preguntaba por su profesión, respondía: “Mis labores; esposa del carpintero del pueblo”.

Nosotros, a la Virgen María, con razón, con alegría y con cariño, hemos colocado anillos en todos sus dedos, collares en su cuello y hasta una corona en su cabeza. Lo que Ella llevaba en sus manos eran callos, callos de una mujer trabajadora. De una manera callada, sin hacer ruido, con su actitud de servidora, cuánto nos enseña a sus hijos de hoy. Dispuesta a servirnos en la tierra. Y le gusta vernos sencillos, servidores, aprendices de nuestro Maestro, Jesús.

Me fijaba en su mano. La imagen es pequeña; su mano, grande. Con ella sostiene su manto para poder desplegarlo sobre un mundo de dolor, de angustia, de lágrimas. Acoge a sus hijos, que la invocan y llaman. Este mundo tiene mucho de valle de lágrimas. Mano segura y manto dispuesto para acoger, calentar y aliviar. La mano de una madre siempre es grande y está disponible. Así la han sentido quienes han mirado su imagen y su mano.

Me fijaba en sus ojos. A sus ojos les hemos puesto un adjetivo: misericordiosos. La misericordia es el atributo más excelente de Dios. En un mundo tan hostil y agresivo, donde impera la ley del más fuerte, donde da la impresión de que sigue imperando la abolida ley del talión, qué poder hace falta para ejercer la misericordia. ¡Y la paz!

La paz, llamada urgente de nuestra Madre para todos sus hijos. Que experimentemos hoy el gozo que produce el perdonar. Los ojos de María, nuestra Madre, sabemos que son misericordiosos. A Ella la llamamos con cariño ‘Madre de misericordia’.

Jesús. Al mirar a la Virgen del Pilar, sus ojos están fijos, miran a Jesús. De una manera expresiva, con la orientación de sus ojos, viene a decirnos una vez más: “fijaos bien; mirad a Jesús”. Cuando rezamos la salve, le pedimos: “muéstranos a Jesús”. En sus brazos nos lo presenta. Esa fue su misión. Empezó en Belén. Fue fácil. No había puertas ni alfombras. Los pastores fueron los primeros de toda la humanidad que vieron a Jesús presentado por su Madre. Fue como la primera exposición del Santísimo. Lo presentó, a diario, cuando lo cuidaba en Nazareth, En el Calvario aceptó, de corazón, ser la madre de todos los hombres. Ella nos entregó a Jesús. Jesús nos entregó a su Madre. María hizo presente a Dios-hombre en el mundo. Dios no está lejano del hombre. Dios ama a los hombres. Lo sabemos mirando a Jesús.

¿Qué hace el Niño? Con la mano derecha retiene el manto de su madre para que, cuando lo abra, pueda acoger a todos. En la mano izquierda el Niño sostiene una paloma. Jesús nos ofrece la paz a los hombres. Lo hizo desde la noche misma que nació. Y era de verdad su mensaje: la paloma que es también el Espíritu Santo, don generoso y espléndido de Jesús.

Cristianos, mirad a Jesús. Hombres de todo el mundo, mirad a Jesús. No olvidemos, hermanos, estos mensajes sinceros que nos ofrece, a diario, la pequeña, grande y acogedora mirada de la Madre del Pilar.

Al hablar de de esta misión de María, la de darnos a Jesús, al recordar el oficio de nuestra madre, he caído en la cuenta que María tiene también el oficio de panadera. Os extrañará esto: Jesús, el que María sostiene en sus brazos, un día habló de un ‘pan, pan de vida, de vida eterna”. El pan era Jesús mismo. Era su cuerpo. Un cuerpo que es obra del Espíritu Santo y de María. Cuando el sacerdote muestra al comulgante el ‘cuerpo de Cristo’, el comulgante contesta ‘amén’. Es verdad. Así lo creo. Pues bien, ese pan lo hizo nuestra Madre. Ella es la panadera.

Me falta recordar otro regalo que la Virgen hizo a Santiago:un pilar, una columna que está comida de besos que son para Ella. Con el pilar la Virgen quiere decirle a Santiago y a todos los que lo besamos que evangelizar, tantas veces, exige esfuerzo y entrega y fortaleza; fortaleza que nos da la esperanza; esperanza virtud de valientes. Dice un salmo: “Espera; sé valiente”. Fortaleza y esperanza reclama nuestro plan evangelizador, “abrazados a su Pilar, Pilar ‘faro y luz esplendente de caridad’.

Quiero terminar. Con sencillez he querido compartir con vosotros sugerencias y mensajes que recibía de mirar y contemplar con cariño la imagen de nuestra Madre del Pilar. Llamadas que venían de recordar con amor y admiración, también con mucha acción de gracias a María, a la Madre, con su silencio y pequeñez que tanto agradan a Dios.

Con gozo os llamo hermanos. Todos los que estamos viviendo esta celebración con Santa María del Pîlar, la llamamos, de corazón, Madre, un nombre que nos exige mucho y que mucho nos da. Todos somos de la misma familia. Mirémonos a los ojos. Fijamente. Te reconozco. Tenemos la misma Madre. Todos tenemos el mismo Padre. Así lo rezamos. Qué hermoso es nuestro nombre: ‘Hermano’. Llamaos ‘hermanos’, dijo Jesús. Recibid mi abrazo, el abrazo de vuestro hermano.”

Hasta aquí la homilía. Le deseo a monseñor Oliver, al que el Ayuntamiento de la capital, hace ya algunos años, dedicó una calle paralela a la avenida de Denia, bordeando la Serra Grossa. Que siga cumpliendo años entre nosotros y celebrando esta fiesta que para él, alicantino de adopción, tiene un significado especial porque es aragonés de origen, nacido en el pueblecito turolense de Mezquita de Jarque.

De izquierda a derecha, Ramón Gómez Carrión; el secretario de la Federación de Casas Regionales, Francisco Page, y el presidente de «Amigos de las Casas colgadas de Cuenca», Antonio Buendía, que asistieron a la ceremonia (Fuente: RGC).

Ramón Gómez Carrión

Periodista.

2 Comments

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  • Ramón, me alegra leerte siempre, pero mucho más ahora que te refieres a mi ilustre paisano, don Victorio Oliver, con cuya amistad me he sentido muy honrado desde hace muchos, tantos que ambos éramos jóvenes.
    Fausto Gómez Guillén