Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

El `apartheid´ laboral de los viejos (y viejas)

Fotografía de Pikisuperstar (Fuente: Freepik).

Dice la Biblia: «Te ganarás la vida con el sudor de tu frente» (Génesis 3:19). Y quizás suceda que nos lo hemos tomado demasiado en serio. El trabajo como una maldición. ¿Nos debe obligar el Estado, la administración, la empresa a jubilarnos cuando llegamos a una edad determinada? ¿O, por el contrario, tenemos derecho como trabajadores viejos (o viejas) a prolongar la vida laboral si es por voluntad propia y siempre que las condiciones físicas, mentales, etc., sean las correctas para el desempeño de ese trabajo?

Ya sé, ya sé, que son preguntas a contracorriente, que lo normal es pensar justo lo contrario: ver, soñar, planificar la forma de anticipar esa “gozosa jubilación” que nos aparte de la pesada losa del trabajo. Pero no siempre es así. Tanto que, afortunadamente, parece que cada vez más son más los que quieren seguir viajando en ese otro vagón del trabajo gozoso. Al menos tener la oportunidad de poder hacerlo. Quizás por eso sería oportuno abrir esta ventana. Aprovechar esa oportunidad. Dejar de enfrentar lo viejo con lo nuevo.

Recuerdo hace años una intervención de la entonces dirigente de Podemos, Carolina Bescansa. Era un debate en TV, en la Sexta creo, y era cuando los líderes de esta formación política eran requeridos por todas las tertulias de TV y a todas horas. Se debatía allí la conveniencia (o no) de buscar fórmulas para que una parte de la población mayor abandonara sus puestos de trabajo para que los jóvenes pudieran a su vez acceder a ellos. Solución por sustitución.

Y recuerdo bien aquella intervención porque me impresionó sobremanera el argumentario tan infantil, tan ramplón y populista utilizado por la portavoz del partido surgido del 15M. Vino a decir Bescansa que una de las razones que aconsejaban sin duda esto (mostrar la puerta de salida a los más viejos) era la existencia de un gran paro juvenil, entonces ya, como hoy, insoportable, y que esta medida haría posible que muchos de estos jóvenes en paro pudieran así encontrar trabajo y empezar su proyecto de vida.

Carolina Bescansa en 2015. Fotografía de Gmmr3 (Fuente: Wikimedia).

No hablaba Bescansa, no, del derecho a una jubilación temprana, de las profesiones con especial penosidad, su argumento era simplemente confrontar lo viejo con lo nuevo, trasladar los principios de la física, aquello de que el espacio que deja vacío una masa automáticamente lo ocupa otra, al mercado laboral. Pero la economía real, las leyes del capitalismo y del mercado, no funcionan así. La vida va de otra cosa. Deberían contar las personas, ya saben el viejo eslogan podemita.

En mirada opuesta a los postulados de Bescansa, tesis seguramente muy aplaudida entonces como hoy por amplias capas de la ciudadanía, hace unos días escuché en un programa de RNE la lucha sin cuartel que Isabel Quirante, técnico superior de laboratorio en el hospital del Bierzo del Servicio Gallego de Salud (SGS), ha emprendido en los tribunales para poder seguir trabajando ¡hasta los 70 años! Todo tras ser obligada a dejar su trabajo al cumplir los 65 años o poco más, la edad reglamentaria. Su petición no va de privilegios, sino de igualdad. Pide lo mismo que ya pueden hacer otros trabajadores del propio departamento, como los médicos. Relataba Isabel que su trabajo es su vida y que varios informes médicos certificaban su aptitud y capacidad. El tema está en los tribunales pendiente de resolución.

Muy cerca en el tiempo, José Luis Martínez, alumno de la UNED de ochenta años tiene en marcha una campaña en Change.org para protestar por el despido de su profesora del taller de escritura, Pilar, a la que la propia universidad le habría negado la renovación de su contrato por tener más de 70 años. Todo y a pesar del buen desempeño de la docente, del total apoyo de los alumnos y del deseo de la propia Pilar de continuar dando clases. La iniciativa lleva recogidas casi 60 000 firmas y sigue abierta esperando que alguien recoja el testigo.

Estas dos pequeñas historias personales pueden parecer solo hechos aislados, pero seguramente son indicio de algo más. Ambos casos —Isabel y José Luis— visibilizan uno de esos debates que quizás deberíamos transitar como sociedad. Y no solo por razones economicistas y de ajuste presupuestario, de sostenibilidad de la caja de las pensiones, tal y como parece esconderse detrás de las recientes reformas gubernamentales para incentivar el retraso de la edad efectiva de jubilación. Quizás, también, porque el trabajo, al contrario de lo que nos dice la pesada herencia cultural del Génesis, puede ser fuente de dignidad personal, de bienestar y salud. Justo lo contrario de aquel extraño, frío y maltratador apartheid laboral que defendían con tanto ahínco Bescansa y los suyos.

Pepe López

Periodista.

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