Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Debatiendo

El rico que logró pasar por el ojo de la aguja

José de Arimatea, de la Hermandad de la Piedad de Cabra. Fotografía del blog de la Hermandad (Fuente: Wikimedia).

José era un próspero comerciante de Arimatea, a 56 kilómetros de Jerusalén, que formaba parte del Sanedrín, la asamblea que regía el mundo religioso de Israel. Oyó hablar de Jesús a su amigo Lázaro y se hizo su discípulo después de verle y oírle tras el episodio de la resurrección de éste.

Faltaban pocos días para la celebración de la Pascua cuando recibió la invitación de sus amigos de Betania para que acudiese a una cena con el maestro de Nazaret. Acudió presuroso a casa de Lázaro, Marta y María al encuentro con Jesús, el que dijo ser la resurrección y la vida y prometió a los que creían en Él que no morirían para siempre. Marta, haciendo profesión de fe, dijo de Él: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo”. María, para mostrar su amor por el Maestro, ungió los pies del Señor con un abundante y caro perfume de nardo puro, acto elogiado por Jesús tras criticarlo Judas, el discípulo que administraba el dinero común del grupo apostólico.

José de Arimatea regresó a su ciudad para seguir su vida familiar y atender sus negocios, con la promesa de regresar a Jerusalén para celebrar la ya próxima Pascua. Estuvo en su ciudad totalmente ignorante de la tragedia que se estaba consumando en Jerusalén. Desconocía que Jesús había celebrado a Cena Pascual un día antes, en la noche del jueves, y que, al final de ese día, había sido apresado y conducido a casa de Caifás, el sumo sacerdote, quien, en sesión de urgencia del Sanedrín, en las primeras horas de la madrugada del viernes, había conseguido, con artimañas y falsedades de supuestos testigos de la predicación de Jesús, una sentencia condenatoria. Ignoraba José igualmente todo el proceso ante Pilato, a quien el Sanedrín había acudido para que la autoridad romana, única que tenía poder para ejecutar sentencias de muerte, ratificase su veredicto y ejecutase la crucifixión del Nazareno. Y tampoco podía imaginar que Pilato, aún convencido de la inocencia de Jesús, por cobardía, ante la acusación de que si no crucificaba a Cristo no era amigo del César, del emperador de Roma, lo había entregado a la guardia romana para que lo crucificase.

Cuando, en la tarde del viernes, José entra en Jerusalén, lo primero que se le pone de manifiesto es la pasión y crucifixión de su querido maestro, a quien como sus más fieles seguidores, consideraba como el Mesías, el Hijo de Dios. Se acercó al Gólgota y pronto tuvo la visión de los tres crucificados y de un grupo de personas entre las que se encontraban la madre de Jesús y las mujeres que la acompañaban junto con Juan, el discípulo especialmente amado, a quien Cristo confía su madre.

José se siente instrumento de Dios, que, una vez consumada la muerte del Unigénito y con ella la Redención de la Humanidad, ha proclamado un ¡basta ya! de ignominia y de sacrilegio. Cree que no puede permitir que los soldados desclaven de la cruz al Hijo de Dios y maltraten su cuerpo como el de un  malhechor. Frente a la cobardía de quienes le han abandonado y la impotencia de quienes nada pueden hacer, aprovecha su condición de miembro del Sanedrín para dirigirse a Pilato y solicitar autorización para hacerse cargo del cadáver de Jesús, bajarlo de la cruz, depositarlo en brazos de su madre para consuelo de la misma y luego envolverlo en una sábana nueva y llevarlo a su propio huerto, a una tumba hecha para él.

Así se hizo y así el rico José de Arimatea logra pasar por el ojo de la aguja. Porque Dios le da su gracia. José es una persona acaudalada. Posee no sólo bienes materiales en cantidad hasta el punto de haberse procurado un huerto y un sepulcro de lujo para él en la capital, Jerusalén. Es rico en valor y fidelidad a Dios. Con su acción se juega su condición de miembro del Sanedrín y, posiblemente, el que sus colegas del Consejo se revolvieran contra él y le condenaran a muerte, ya que Caifás y sus sicarios no se detenían ante nada ni nadie que pusiera en peligro sus intereses. Acepta el riesgo de ser perseguido hasta la muerte. Esa generosidad de quien entrega todo lo suyo —bienes, prestigio y hasta el riesgo de muerte— es la que realiza el milagro de que el camello pase por el ojo de la aguja. Los bienes materiales y todos los demás que el hombre pueda conseguir en esta vida son medios que Dios pone a disposición para el desarrollo en sociedad, con los demás. No se puede volver la espalda a la divina providencia. Las riquezas pueden seducir tanto a quienes ya disponen de ellas como a quienes desean ardientemente hacerse con ellas. Por eso hay, paradójicamente, pobres ricos y ricos pobres.

José Ochoa Gil

José Ochoa Gil es abogado y colaborador de “La Verdad” y el seminario “Valle de Elda”, y en Alicante con la revista trimestral “Punto de Encuentro”, editada por CEAM Parque Galicia.

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