Se va o, mejor dicho, le echan. Unas veces yendo por delante y otras por detrás, lo cierto y fijo es que el Hércules ayer fue siempre a remolque. El partido frente al conjunto gerundense del Peralada no tuvo calma, ni sosiego, ni tranquilidad, ni nada que se le pareciese. Ser del Hércules es sinónimo de estar abocado a la angustia permanente.
Primero nos marcaron, después empatamos y luego remontamos, pero cuando más felices nos la podíamos prometer, como siempre sólo un espejismo, nos volvieron a empatar, y a poco menos de diez minutos para el final, cuando ya pensábamos en un nuevo pinchazo, en una nueva decepción, llegó un inesperado cabezazo de un joven canterano que apenas estaba dos minutos en el campo, y logró el gol de la victoria. Desde ahí y hasta el final, lejos de verlo claro todavía sufrimos más, porque, claro está, con el Hércules nunca se sabe. En solo instantes se puede pasar del cielo al infierno, y de lo bueno a lo malo.
Pero, curiosamente, aquí llegó lo más destacable. Si hasta ese momento, los cánticos con la melodía de costumbre de «Siviero vete ya» habían sido tímidos, aislados y perezosos, justo entonces la grada entonó la canción de marras con fuerza, con insistencia y desde diferentes focos del estadio, desde la tribuna, hasta la preferente, pasando por ambos fondos. Lejos de celebrar con pasión, gozo y ardor el gol que nos podía dar la victoria, el publico volvió a demandar la cabeza del entrenador. Y además lo hizo con rabia, con indignación, como reprochando al técnico el hecho de que fuera, precisamente, un joven jugador de la cantera quien tuviera que sacarle las castañas del fuego.
Y también fue sintomática la actitud del equipo coincidiendo con el pitido final. Más que abrazos, más que celebraciones, más que saltos de alegría y brazos arriba, lo que hubo por parte de la plantilla fue como un gesto de agotamiento, como un resoplo final a modo de: «¡Madre mía, que mal lo hemos pasado!».
Resulta raro que después de haber doblegado al joven equipo catalán, el técnico argentino haya sido despedido, pero no es menos cierto que desde hacia semanas estaba tocado, la afición no estaba con él, y todo eran equilibrios en la cuerda floja. Como ya vaticinábamos desde esta misma sección hace pocas jornadas, no se puede hablar ni de Navidad, ni de comer o no comer el turrón. La realidad es que se va a la calle a mediados de octubre, cuando las luces de los grandes almacenes presagiando esas fechas, ni tan siquiera se han encendido.
Lo mejor y más positivo de ayer, la aportación de los jóvenes de la cantera, y la irrupción de Vilanova, ese jugador hasta el momento inédito, que dejó sentado en el banquillo a Samuel, y que ofreció buen rendimiento y buenas sensaciones.
Y la próxima contienda en Formentera, en las Islas Baleares. El Hércules deberá tomar el avión.
Comentar