Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Al paso

Sánchez y Feijóo: «el comienzo de una hermosa amistad»

Escena final de "Casablanca" (Fuente: YouTube).

Es mentira eso de que PP y PSOE son incompatibles. La incompatibilidad es con el sanchismo, esa deriva marxista de una formación política de centro izquierda que contribuyó a hacer una transición ejemplar del Franquismo a la Monarquía Parlamentaria, de la Dictadura a la Democracia. El reciente pacto por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo es una prueba fehaciente de que un entendimiento entre PSOE y PP no sólo es posible sino conveniente y yo diría que necesario en el contexto geopolítico nacional, europeo y mundial. De hecho, socialdemócratas y ‘populares’ gobiernan como aliados en la Unión Europea. ¿Por qué tienen que ser enemigos en España? Es una sinrazón que nos está perjudicando gravemente con un clima de confrontación y, a veces, de odio artificial (pero nefasto), que no tiene sentido ni la más mínima justificación.

Tenemos que hacer un esfuerzo a todos los niveles para acabar con el afán de algunos españoles influyentes (no sólo políticos) empeñados en reducir cada día más la política a dos bandos: extrema derecha y extrema izquierda. Grave error. No hay más extrema izquierda que la situada a la siniestra del PSOE y sólo hay extrema derecha a la diestra del PP. Un centro derecha popular y un centro izquierda socialdemócrata constituyen más del 75 % de los españoles que quieren una España en paz y en progreso social y de todo tipo, una España verdaderamente reconciliada y comprometida con su presente y su futuro.

Lo del CGPJ no puede, no debe ser un final, sino el principio, “el comienzo de una hermosa amistad”, esa frase con la que se cerraba la película Casablanca y que le dirigía el cínico Rick al turbio policía francés Louis Renault, tras renunciar Bogart a la hermosa Ilsa (Bergman) y dejar que le sustituyera, para marchar con ella a Lisboa, su esposo Víctor Laszlo, “un tipo bueno y valiente”. Conflicto amoroso y conflicto político tienen un final feliz en Casablanca. No voy a ser tan ingenuo como para pensar que, a partir de ahora, Sánchez y Feijóo van a estar a partir un piñón, pero sí me gustaría aventurar las cosas que deberían ocurrir en los próximos meses. Nuevas elecciones autonómicas en Cataluña y nuevas elecciones generales.

Y respeto a las urnas, que gobiernen los más votados y que se alíen los constitucionalistas y, dentro del espectro constitucionalista, los más cercanos, y nunca favorecer a los anti España. Y si tienen que gobernar los separatistas en Cataluña, que se les obligue a respetar la Constitución y el Estatuto; que nunca quepa ni un referéndum ilegal de autodeterminación, ni una declaración unilateral de independencia, sea en Cataluña, sea en el País Vasco. España no se rompe. España pide y pedirá a PSOE y PP que se unan, tras las próximas generales, que se repartan el poder (que no el pastel) equitativamente y gobiernen, sirvan, al pueblo español con dignidad, con ética, con estilo, con responsabilidad, con grandeza de alma, con patriotismo, palabra ésta que, como la ‘bandera’, pertenece a todos los españoles sin excepción.

Pedro Sánchez celebró en su comparecencia en el Congreso la semana pasada el acuerdo firmado en Bruselas entre PP y PSOE para la renovación del Poder Judicial (Fuente: Moncloa).

Me cuesta creer, en contra de mi deseo, que Sánchez y Feijóo vayan a ser capaces de desnudarse de los peores prejuicios ideológicos para revestirse de los mejores propósitos de servicio a su país, a sus gentes. Menos hablar de la gente y más implicarse con ella, con el pueblo. El pueblo no es, primero y esencialmente, de derechas o de izquierdas; el pueblo es algo más profundo, más consustancial con el alma de España. Este pueblo está más necesitado de cariño, de amor fraterno, que de justicia justiciera. Los españoles tenemos que amarnos, que dejar de odiarnos y de que nos digan que nos odiemos. Les parecerá a ustedes que es una tontería lo que les voy a decir de San Agustín. Escribía ese hijo de Santa Mónica (la madre de siempre que rezaba para que su hijo maleado por las pésimas compañías, se volviera bueno), escribía San Agustín: “ama y haz lo que quieras”. Y es que si de verdad amas a los demás, serás incapaz de hacerles daño.

Podría sonar acaso a estupidez , pero yo digo que España, aquí y ahora, está necesitada de amor; de que nos amemos los unos a los otros en lugar de alimentar el enfrentamiento y pregonar el odio o de que nos acusemos los unos a los otros de generarlo, de alimentarlo. Es de necios odiarse; nada hay más frustrante; nada más inútil y, a la vez, más dañino para uno mismo y para los otros. Tenemos que cambiar para no seguir votando contra alguien; no ser forofo del Real Madrid o del Barcelona para alegrarnos más por la derrota del equipo contrario que por la victoria del nuestro.

Pedro es el hijo pródigo que debería volver al hogar socialdemócrata alejándose de marxistas, separatistas, racistas y amigos de ETA que nos llevan al abismo. Y Alberto Núñez Feijóo es el hermano más tranquilo de la familia política nacional que acaba de protagonizar un buen pacto y debería buscar puntos de encuentro con Sánchez, aquí y en Europa, sembrando cordura para recoger votos en próximas elecciones y estar abierto a un futuro no lejano en que sea posible formar un Gobierno de coalición con el PSOE del que hablaba antes. Es mejor un Gobierno de centristas que otros manipulados por extremistas de derechas y de izquierdas, partidos minoritarios que humillan y esclavizan a la inmensa mayoría de los españoles.

Lo que propongo no es para cobardes, sino para valientes. No creo que este sea un país de cobardes. Y, si ha habido cobardías (que las ha habido) es el momento de rectificar y de encauzar las mejores energías de los dos grandes partidos para hacer grande a España. Es un momento decisivo, histórico. El bipartidismo no puede, no debe, morir. Todo lo contrario. Insisto: si a Europa la tienen que salvar, fundamentalmente, socialdemócratas y ‘populares’, a España exactamente igual. Sin olvidar que hay que construirlas sobre los fundamentos de un humanismo de tradición grecorromana y cristiana. O existen fundamentos (principios) o todo se queda en palabrería pseudodemocrática llamada al fracaso. Sin principios no hay pueblo; sin principios degeneraremos en populacho. Sin principios, los humanos pasamos de ser como dioses a ser como demonios. No exagero.

Ramón Gómez Carrión

Periodista.

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