Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Gaza, un holocausto a cielo abierto

La estrella que debían llevar cosida en la ropa los judíos alemanes y austríacos para ser rápidamente identificados. Fotografía de Threesdots, Daniel Ulrich (Fuente: Wikimedia).

Seguramente en nuestro imaginario más reciente la palabra holocausto tiene un solo significado: el plan de exterminio programado del pueblo judío por parte del régimen nazi comandado por el genocida Adolf Hitler. Trascendiendo esta realidad, la pregunta a la que quizás estamos empezando a tener derecho a hacernos es la siguiente: ¿Lo que está llevando a cabo Israel en la Franja de Gaza es un acto de defensa o simplemente deberíamos empezar a calificarlo como otro holocausto?

A la hora de tratar de explicar lo que allí sucede en el último medio año, como sabemos básicamente actos planificados de barbarie y de crueldad extrema que el gobierno israelí de Netanyahu está infringiendo a la población civil gazatí como respuesta a un execrable atentado terrorista de Hamás, la literatura política, parte de la diplomacia internacional y el periodismo se baten con dos conceptos en disputa. Serían éstas las acepciones “crímenes de guerra” —hacer la guerra sin respetar las leyes de la guerra— y el término “genocidio”, un acto bárbaro, planificado y cuyo objetivo no es otro que hacer desaparecer a un grupo étnico, cultural, idiomático, religioso, etc.

Afortunadamente, cada vez más organismos y más líderes internacionales se suman a esta segunda acepción. El último, el demoledor informe de la relatora internacional de la ONU para Palestina y cuyo título —Anatomía de un genocidio no deja ya lugar a dudas de dónde estamos, qué está pasando, cuál es el futuro y cuál debiera ser la respuesta de la comunidad internacional si es que, claro, hubiera comunidad internacional.

La relatora de la ONU al exponer el informe «Anatomía de un genocidio» (Fuente: canal YouTube RTVE).

La filósofa y escritora Hannah Arendt, quizás la más conocida víctima que sobrevivió al Holocausto del pueblo judío, nos enseñó que todo aquel horror no se improvisó y que en gran medida fue posible por una cierta banalidad del mal que lo precedió y lo atravesó. Y que bastó este solo punto de partida para asistir a una de las más crueles y programadas degradaciones del ser humano. Como sabemos, aquello empezó en los primeros progromos y guetos, consistentes en apartar al pueblo judío de sus residencias y sus barrios, hasta finalizar en las cámaras de gas, la eliminación a “escala industrial” de todo vestigio humano y cultural que tuviera que ver con el pueblo judío. A toda esa página negra hemos convenido en llamar Holocausto.

Y, entonces, a la luz de lo que sucede en ahora Gaza, me repregunto si no estamos ante la repetición de la historia. Y, por tanto, cómo es posible que tengamos dificultades para ver más similitudes que diferencias entre ambos hechos y responder con una sola voz. Cómo y por qué sigue habiendo países —EEUU, Alemania…— que no son capaces de ver estas similitudes significativas entre aquel proceder bárbaro contra el pueblo judío y este de ahora del gobierno israelí, su ejército y el silencio cómplice de gran parte de la comunidad israelí contra la población indefensa que habita la Franja de Gaza.

Y es que, entonces, como ahora, asistimos a desplazamientos masivos, sádicos y constantes de la población civil; entonces, como ahora, asistimos a la destrucción de sus hogares, escuelas, centros sanitarios, centros de refugiados, etc.; entonces, como ahora, observamos la muerte indiscriminada de inocentes; y entonces, como ahora, vemos la abominable utilización del hambre y la salud públicas como armas de guerra. ¿Dónde estarían, entonces, esas diferencias?

Por traerlo al presente, la reciente ganadora del Oscar a la mejor película extranjera —La zona de interés nos puede servir de espejo, de cómo el punto de vista lo cambia todo, lo justifica todo. A un lado está la vida apacible de los nazis alemanes, gente aparentemente normal que participaban en el exterminio del pueblo judío como quien va cada día a la fábrica o al supermercado. Al otro lado, un espacio oscuro que solo vemos como fondo brumoso, el ruido de las sirenas que anuncian nuevas remesas de cremación de judíos en masa, el humo dibujado en el cielo procedente de las cámaras de gas donde cientos, miles, de ciudadanos judíos eran sistemáticamente despojados de cualquier resto de humanidad y eran enviados a diario a la muerte por el solo hecho de ser judíos.

No hace falta que se nos muestre el horror de lo que sucede a ese otro lado de la valla, a ese otro lado del muro donde los oficiales alemanes y sus familias viven tan tranquilos, como gentes bien pensantes y burgueses, a los que solo les preocupa las cosas de la vida cotidiana, los hijos, la educación, los ascensos laborales, la enfermedad. Ese mismo punto de vista parece haber sido adoptado por el gobierno israelí, por el ejército israelí, por parte del pueblo israelí. Gentes que todo lo que hacen nos quieren hacer ver como si todo ello no fuera más que ir un día más a la oficina, ajenos e insensibles a todo rastro de humanidad, de sufrimiento y de muerte que sus actos provocan.

Por todo ello, quizás, solo quizás, el mundo civilizado debiera poner a Israel ante el espejo de su responsabilidad y decirles, claramente, que su derecho a la defensa no puede nunca justificar el horror que vemos a diario a ese otro lado del muro, decirles que no pueden seguir mirando a esa población indefensa como un inframundo, que la lucha contra el terrorismo de Hamás no puede, ¡nunca!, ser la excusa que todo lo justifique. Quizás deberían decirle a Netanyahu que formar parte de un pueblo que ha sido víctima del más bárbaro y abyecto acto bárbaro como fue el Holocausto, no les da a ellos derecho a ponerse los trajes de los oficiales germanos que enviaron a sus antepasados a la hoguera y pensar que la vida puede seguir como si nada pasara.

Y, ya de paso, recordarles que la palabra ho-lo-ca-us-to, de la que ellos con razón se apoderaron durante tanto tiempo, existía ya mucho antes de todo aquello, y que es esa misma palabra —holocausto— la que dibujan ahora el humo y el sonido de sus misiles en el cielo de la Franja de Gaza. Aunque ellos, como los militares y oficiales de la SS de entonces, estén incapacitados para verlo, infectados como parecen estar de una cierta banalidad del mal al modo y manera que tan bien nos diseccionó su compatriota Hannah Arendt.

Pepe López

Periodista.

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