Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

El de detrás siempre tiene prisa

Fotografía de Drobotdean (Fuente: Freepik).

¿Tenéis la impresión de que el coche que va detrás vuestro siempre tiene prisa? Pensáis por un momento la mala suerte que tenéis, ya que podría haberse incorporado a la carretera con anterioridad y dejaros ir a vuestro ritmo. Se acerca a la parte posterior de vuestro vehículo, casi sin capacidad de maniobra, mientras observáis por el retrovisor su cara de impaciencia maldiciendo vuestra simple presencia. Por un momento, pensáis que va a dar las luces largas para evidenciar que le molestáis, que os habéis cruzado en su camino. Os detesta, como últimamente lo siente con todo el mundo. No es feliz y saca su lado oculto agresivo con vosotros, tristes mortales que os habéis atrevido a salir delante de su vehículo. Debería haber salido un segundo antes que arrancarais vuestro motor. Ya no hay vuelta atrás, alea jacta est, eso es, la suerte está echada y tendrá que soportaros hasta el próximo cruce o rotonda donde, con un volantazo súbito, os adelantará y os perderá de vista para siempre. Tal vez haga sonar su cláxon para recordaros que estuvo detrás vuestro un tiempo que considera perdido.

Seguro que reconocéis alguna situación vivida como la anterior. Por mi parte, tras casi cuarenta años de conducción a mis espaldas, me encuentro cada vez más casos similares. No es cuestión de lentitud en el manejo de vuestro coche, sino de un sentimiento de impaciencia generalizado en nuestra sociedad. No exagero cuando afirmo que, en tantas situaciones en autovías, calles de ciudades u otras vías de tránsito es fácil encontrar el conductor con prisas, aquel personaje que aparece de la nada y que transmite un odio particular contra todo. Este incremento de la presión contra el prójimo, ¿es real? En caso afirmativo, ¿por qué esta evolución negativa de la coexistencia entre las personas? Un hecho que se concreta en el marco de la conducción, pero que podemos aplicar a otras instantáneas cotidianas como la cola en un servicio público o en una tienda o en el mismo acceso de un ascensor. El sentido de la individualidad se ha incrementado, según algunos psicólogos, tras el confinamiento de la pandemia del COVID-19. Así, el presidente del Consejo General de la Psicología de España, Francisco Santolaya, apuntaba que la situación vivida ha generado una importante incidencia de cuadros de ansiedad, de depresión y una desconexión social.

Por otra parte, la socióloga norteamericana Sherry Turkle ha apuntado cómo el desarrollo tecnológico puede contribuir a la impaciencia y a la desconexión interpersonal: queremos obtener la información ipso facto y sin rodeos. Sea como sea, la impaciencia siempre ha caracterizado la vida contemporánea en las ciudades. En una sociedad que promueve la cultura de la inmediatez se reduce considerablemente la tolerancia a la espera. El estilo de vida moderno, con sus demandas laborales, familiares y sociales, puede llevar a un ritmo acelerado y a una sensación de estar constantemente presionado por el tiempo. Del mismo modo, en una civilización donde se valora la productividad y el éxito rápido, las personas pueden sentir más presión para obtener resultados rápidos y nos bloqueamos si las cosas no suceden según lo planeado. Apartamos la improvisación y la ralentización de las acciones, sin darnos cuenta de que esta impaciencia nos impide disfrutar de cada momento y de relativizar las circunstancias de una espera no prevista. Es en aquel justo instante cuando crece la tendencia a culpar al otro de nuestra mala previsión del tiempo o, simple y llanamente, de no poder ir a nuestro ritmo.

Convivir representa tener en cuenta al prójimo. Vivimos en sociedad y, más especialmente si vivimos en grandes ciudades, tenemos que compartir el tiempo y el espacio que nos une. Olvidamos que en nuestro entorno pueden existir circunstancias distintas como una menor experiencia en conducción o simplemente un hecho fortuito que dificulta las maniobras de nuestro vehículo como un mayor cansancio o simplemente no habernos dado cuenta de que alguien espera detrás para seguir su marcha. La competitividad incesante que impregna nuestra cotidianidad provoca que proyectemos envidias sobre quien nos precede. Perdemos la noción de la realidad y no nos damos cuenta de que aquel que consolidó su categoría profesional con anterioridad ocupa un rango mayor en nuestra empresa, sea pública o privada, haciéndolo destinatario de nuestros deseos de pasar por delante caiga quien caiga. No reconocemos los méritos del otro que le han llevado a un cargo de responsabilidad pensando que “era nuestro momento” o “él o ella ya han tenido su tiempo”. Caemos en discriminaciones por edad, llamada edadismo, porque no entendemos que la vejez sea un mérito, sino un impedimento para suplantar el lugar que aquellos que nos precedieron ocuparon. Haríamos mejor dejando fluir los hechos cotidianos, que todo transcurra a su ritmo sin sentirnos molestos por tener alguien por delante, bien sea física o emocionalmente. Aprendamos pues del otro, observemos sus actuaciones y entendamos que, más pronto que tarde, llegará el momento de ser el primero, sin presiones ni menosprecios, simplemente porque la realidad ha fluido en ese sentido. Seremos más felices, sin ninguna duda, y contribuiremos a una convivencia más sincera y sana.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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  • Gracias Carles por cada artículo, poco a poco me voy poniendo al día, de todo lo que escribes. .Me hace reflexionar mucho y también darme cuenta de como quemamos el tiempo, dejando pasar las pequeñas grandes cosas como la esencia de cada mensaje encaja artículo.