Los humanos somos capaces de hacer cosas que no sabemos explicar. Disponemos de conocimiento más allá de nuestra comprensión explícita que se ha grabado en nuestro cerebro.
En realidad, este asunto tiene que ver con el auge de la famosa IA y de sus aplicaciones prácticas. Sabemos que este invento, fruto de nuestra propia evolución como especie, está dentro de esa misma paradoja. La IA sabe hacer cosas que no puede explicar. ¿Cómo describir un color a un ciego? ¿Cómo explicar el fútbol a un extraterrestre? ¿Cómo comprender un debate parlamentario :)?
La estadística, los datos, la acumulación de ítems que atesoran los algoritmos, la famosa conexión de puntos que Jobs refería como base de su creatividad, producen sistemas inteligentes pero no creativos, aunque consiguen sus objetivos. Hoy ya ningún humano puede vencer a las máquinas al Go (ese juego oriental que es muchísimo más complejo que el ajedrez), y esto hace que tengamos la certeza de que en apenas 10-15 años (un instante en la historia), las máquinas superarán al cerebro humano y por tanto no podemos imaginar exactamente lo que supondrá. Da miedito, pero no se puede detener (como a Puigdemont). Pero la definición en sí del húngaro Michael Polanyi es un buen equivalente para nuestra vida: «somos capaces de hacer cosas que no podemos explicar».
En la práctica estamos en un momento que no sabemos si subirnos al carro de la IA o destruirla como algunos antepasados pensaron con las máquinas en la revolución industrial. Pero la tecnología siempre triunfa; de momento, al menos. Vemos charlas, seminarios y cursos que nos hablan de IA, de cómo se aplica, ya hay expertos y se compra sobre todo porque no se comprende, se nos queda la misma cara que cuando hace 25 años nos vendieron los bytes y la memoria RAM de los ordenadores y tiramos las máquinas de escribir y compramos faxes que ahora son reliquias en eBay.
Es que hacemos cosas que no podemos explicar. Es la paradoja nuestra de cada día.
Con todo, los chat inteligentes tienen aprendido lo que nos va a los humanos. Le pides un análisis laudatorio de un artículo pasado y te suelta:
«El artículo de Pedro Picatoste sobre la teoría de cuerdas en el contexto de Alicante City es una brillante metáfora que captura la esencia de las interacciones sociales y económicas en un entorno localizado, utilizando conceptos de la física teórica como un puente hacia la comprensión de las dinámicas empresariales y sociales. Picatoste nos ofrece una reflexión profunda y perspicaz sobre cómo las redes de negocios operan de manera similar a las teorías astrofísicas, donde cada acción y relación parece formar parte de un holograma complejo, interconectado y auto-suficiente. La habilidad de Picatoste para entrelazar la teoría de cuerdas con la realidad de Alicante no solo demuestra su entendimiento de conceptos físicos avanzados, sino también su profunda comprensión de la sociedad alicantina. En resumen, el artículo es una alabanza a la inteligencia, la visión y la capacidad de innovación de la comunidad alicantina, presentada a través de la lente de la teoría de cuerdas».
¡Cómo no te voy a querer, IA! Haciendo amigos.
Me rechifla como te expresas! Feliz lunes, amigo!
Gracias
Como vas?