Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Lontananzas

1982… Y llegó «el socialismo»

Felipe González en 1976. Fotografía de Hans Peters / Anfeo (Fuente: Wikimedia).

Por primera vez en la historia de España, el partido que fundara Pablo Iglesias hacía más de un siglo, el PSOE, consiguió una mayoría absoluta en unas elecciones generales y democráticas, las que se celebraron en octubre del año 1982, consiguiendo 202 escaños de un total de 350 con el que contaba el congreso. La UCD de Adolfo Suarez, que había ganado las elecciones anteriores de 1979 con 168 escaños, se hundió estrepitosamente con solo 11 escaños. Alianza Popular (AP), que luego se convertiría en el PP, subió de 9 escaños que consiguió en las elecciones de 1979, hasta los 107. Y el Partido Comunista que en las votaciones de 79 había conseguido 23 escaños, bajó escandalosamente a tan solo 4. El partido Socialista Obrero Español había barrido literalmente a sus oponentes. España hervía de rosas rojas y frescas, anunciando nuevos “cambios” por todas las latitudes de esta piel de toro, maltratada por siglos de inoperancia política.

Ya en los días previos a las votaciones se respiraba un ambiente ganador, mayormente entre la gente de clase media y trabajadora, que no escondía su deseo de votar a Felipe: “yo voy a votar al morrut”, decían por aquí, y lo votaron con desparpajo e ilusión. Una marea humana arreciaba en los barrios al grito de: “¡a las urnas!”. Me parece que fueron las elecciones más alegres de todas la celebradas hasta la fecha 2020, y ya han transcurrido varias DANAS y alguna pandemia.

El caso es que llegaron los de la pana, el cabello suelto y descuidado, las barbas castristas y un perfume a intelectualismo universitario y contestatario. El tándem Felipe González y Alfonso Guerra, dos caras de una misma moneda agridulce: El sevillano, con su lacio pelo de maletilla andaluz, su sonrisa gruesa, casi burlona, bajo unos ojos vivos de una oscuridad brillante que repicaba en destellos al hablar, con la vehemencia que le caracterizaba. Sus patillas anchas, mirando al tendido, entregado a su faena a punto de que le fuera concedido el rabo y las orejas, sacándolo en hombros coreando su nombre: el abogado que vino de las marismas y los calores del sur, había triunfado.

En cambio, Alfonso Guerra, de cuerpo enjuto y frágil, con su cara avinagrada, seria, los ojos muy distanciados de sus gafas, de intelectual de saldo y tópico, más voluntarioso que eficaz y una sonrisa de incisiva ironía revuelta con mala leche que le daba un aire ligeramente impenetrable. Ambos habían desembarcado dispuestos a zamparse todo lo que el capitalismo les propusiera en la mesa, aunque pretendieran ser el “poli bueno” y el “poli malo”, que luego se quedaría en el eco de un latido de fulleros.

Y sí, el SISTEMA se comprometió a repartir el menú económico y político entre unos pocos más a cambio de la reconciliación entre las “dos Españas” que, al final, sólo benefició a una parte: la ganadora. La vencida continúa, a día de hoy, en las cunetas y en las fosas comunes, sin poderlos rescatar y restituir sus vidas. Y es que la sombra del dictador es alargada, todavía se proyecta entre los uniformes y los sombreros de copa, el alto clero y sus acéfalas mesnadas, sobre la democracia coronada, los sindicatos “obreros”, los partidos de “izquierdas”… ¿Hubo bajada de gayumbos generalizada?

Alfonso Guerra en 1998. Fotografía de Presidencia del Gobierno (Fuente: Wikimedia).

Para colmo, Felipe pasó del NO a la entrada en la OTAN, al SI rotundo: el nuevo traje se lo estaban planchando y la peluquería ya estaba lista para el nuevo “cambio”. Casi todo el Congreso y su espejo, el Senado, aplaudieron el renovado tesón del “prometedor” abogado sevillano.

Y así bautizado el nuevo régimen, los dueños del mismo permitieron a los ardorosos socios compartir la práctica deportiva del “pelotazo” que se extendería por toda la geografía española, creando tendencia y moda, sobre todo en las zonas más turísticas del pellejo ibérico. Se registraban los almiares, pero no las cajas fuertes, ni las evasiones de capital. Estos sociatas aprendieron pronto y llegaron a morder tanto o mejor que sus maestros de la derecha de siempre.

Eran los tiempos de la gente “guapa”, de racimos dorados y buenos vinos, se permitieron y extendieron las bacanales juveniles abriéndoles las venas de la “creatividad”, los florilegios variados, las vestimentas híbridas en una explosión de coloridos y matices nuevos con los pelos imposibles, la música y las drogas. Se promocionó la movida, que antes era autónoma y espontánea, y se institucionalizó. Había que entretener a las masas con el permanente escándalo de colmillos romos, morder sin herir nada; desnudarse en los sótanos, entre timbales y punteos.

En ese año me casé y dejé de frecuentar los bares donde me reunía con mis correligionarios de la transición. Solo en contadas ocasiones hablaba con alguno y coincidíamos ambos en la decepción que se llevaría la gente que había votado a los socialistas. Aun no sabían que el verdadero “cambio” no afectaría a los de arriba, sino a los de abajo, en una pérdida paulatina de derechos laborales: ganó la teoría, pero perdió la práctica. Porque el sistema se recomponía igual que una lagartija se recompone de su rabo perdido. Los que ya llevábamos algunos años advirtiéndolo no éramos unos ilusos: quien más dinero tenía seguía mandando más sobre los políticos y sindicatos que las propias urnas. Los sueños de las mayorías los cambiaron, sin permiso, por los sueños de las minorías. Las urnas tenían un nudo que nadie podía desatar. Se cambió el peinado, pero no la jeta, las aguas cristalinas seguían ensuciándose. El cambio solo era de cromos y por muchos que compraras, los cromos más importantes, los que te importaban, no te salían jamás, ni tampoco te los cambiaban. Te quedabas con los repetidos una y otra vez. Las promesas de que estaban todos eran mentira, una trola, una ilusión de prestidigitador, o más bien de engañabobos. El miedo se cambiaba de traje en los diputados de izquierdas: el PSOE haría todo el trabajo sucio que le correspondía a la derecha más rancia de Europa.

El caso es que esos más de doscientos diputados y diputadas socialistas no supieron aprovechar el apoyo incondicional y entregado de mucha gente que creía en ellos y en un cambio real, más justo, digno y en libertad, para todos los que depositaron su confianza en las transparentes urnas. Muchos de nosotros, soñadores independientes, seguíamos creyendo en lo colectivo de manera que los sábados por la mañana que no trabajábamos montábamos un tenderete de propaganda y bibliografía política en la puerta de Simago, primera macro-tienda de alimentación ubicada en Elche en los setenta. Allí conspirábamos al aire libre por una ruptura política contra el continuismo reformista, ante la mirada atenta, acechante e intimidatoria de la policía nacional que nos pedía la documentación y que nos marcháramos de allí a toda hostia. El pulso seguía en la calle. Quedaba un largo camino sin trillar apenas.

Antonio Zapata Pérez

Mi nombre es Antonio Zapata Pérez, nací en Elche, en 1952. De poesía, tengo publicados 13 libros de distinto formato y extensión, que responden a los siguientes títulos por orden de publicación: "Los verbos del mal" (1999), "Poemas de mono azul" (1999), "Rotativos de interior" (2000), "Lucernario erótico" (2006), "Cíngulo" (2007), "Haber sido sin permiso" (2009), "Recursos" (2011), "101 Rueca" (2011), "El callejón de Lubianski" (2015), "Poemas arrios Prosas arrias" (2017), " Los Maestros Paganos" (2018), "Espartaco" (2019) y "Zapaterías" (2019). También publiqué un libro de artículos periodísticos autobiográficos titulado "Lontananzas", editado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, así como una antología de poesía, elaborada por el poeta e investigador alicantino Manuel Valero Gómez, junto a otros tres poetas alicantinos, denominada: "El tiempo de los héroes". Además, he colaborado en una veintena de libros colectivos y he publicado una novela titulada "La ciudad sin mañana" (2022). Actualmente trabajo en un libro de relatos, su título es "Solo en bares".

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