Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Haciendo amigos

El collar de macarrones

Fuente: Wikimedia.

Ya estamos con el día del padre y no sé si lo inventó san José obrero o El Corte Inglés de Maisonnave, pero sé que cuando eres hijo debe haber cosas que te lo recuerdan… Y es que padre no hay más que uno, aunque la verdadera certeza que atesora la madre es inequívoca.

Pero ahí estamos los padres para lo que haga falta, desde ese momento culpable en el que ves a tu pareja pariendo, sufriendo, y te gustaría estar allí para sufrir tú, aún a sabiendas de que no podrías soportarlo, pero te cambiarías por ella y tiemblas ante ese momento en el que puedes o perderlo todo, absolutamente todo, o entrar en el reino de la felicidad y la dicha. El nacimiento de tus descendientes no tiene parangón como vivencia.

Creo que la naturaleza sabia nos hace tener hijos de jóvenes, no sólo por ser el mejor momento, sino también por no tener la suficiente sabiduría, es decir, por ser algo inconscientes todavía de la responsabilidad que te viene. Y así los tenemos.

Luego, descubres a ese nuevo motivo de tu despertar cada mañana y de tu esfuerzo y trabajo. Va un día y te reconoce, el lechón, después de vivir un tiempo importante sólo en la teta y en su imprescindible madre, y empieza a ver que hay alguien más por allí, un tipo que también lo cuida, le limpia el culo y que, conforme crece, va haciéndose un colega que cuenta cuentos, le protege, le lleva y trae, e incluso participa en familia en darle lo mejor y en pagar la fiesta que puede ser de décadas.

Me gusta aquello que leí en la consulta del pediatra Carlos Loeda:

“Tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma. No vienen de ti, sino a través de ti y, aunque estén contigo, no te pertenecen. Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen sus propios pensamientos. Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellos viven en la casa del mañana, que no puedes visitar, ni siquiera en sueños. Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerles semejantes a ti, porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer. Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados. Deja que la inclinación, en tu mano de arquero, sea para la felicidad”.

(Khalil Gibran)

Las satisfacciones paterno filiales menguan algo con el tiempo; el que diga que no,  se engaña. Pero de vez en cuando vuelve algún hálito de cariño familiar. De hecho, el otro día el pequeño adolescente, por la mañana, cambió de taciturno a modo spot y me dijo: —¿El martes es el día del padre, no?

—Sí —le contesté— y no te preocupes, he bajado mucho mis expectativas en aras de mi felicidad huyendo de frustraciones pasadas.

—¿Qué? —preguntó.  

—Que me conformo con un dibujo inacabado, otro collar de macarrones o algo parecido que tu profusa imaginación genere. —Aclaré yo.

Siguiendo la conversación tempranera sugirió, ya entre sonrisas, que había pensado en un diseño de lentejas pegadas sobre cartulina azul.

—Fantástico, pero no sufras —continué— ya he dicho que he bajado al máximo mis expectativas.

—Pero ¿quieres algo en especial? —insistía.

La verdad es que en plan de buen rollo e intentando colocarle un mensaje de protección ante el mundo cercano y lejano (estaban las noticias de la radio entre las guerras, los ahogados en el mar arrojados por la borda, las pseudoelecciones rusas, la crispación contra el novio de Ayuso, la amnistía y las declaraciones de la ministra de turno que dan ganas de decir aquello de “paren el mundo que yo me bajo”), que no se me ocurrió otro consejo que esa filosofía de gran nivel que dice “no quiero que me quieran, solo pido que no me jodan”.

Le hizo gracia y yo sé que el collar de macarrones, aún así, me cae fijo.

Te quiero Felipe.

Haciendo amigos.

Pedro Picatoste

Empresario e historiador.

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