Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

Postureo: “tú me camelas al bailar”

Fotografía de Benzoix (Fuente: Wikimedia).

Él se considera el representante legítimo de su entidad. Se considera una persona socialmente respetada y reconocida en su entorno. Piensa que está donde se merece, porque ha tenido el apoyo mayoritario de los miembros de su asociación. Es el más popular, quien tiene la confianza de sus representados. Por este motivo se autorretrata, se fotografía con su dispositivo móvil en todos los actos a los que asiste. Suele ir solo, sin acompañamiento de nadie más de su equipo. No lo necesita, representa la esencia de su institución. A veces pide a otros participantes que le tomen una instantánea, en medio del acto, con el fondo correspondiente que aporta los datos necesarios para entender que él, el elegido, ha asistido. Se ha vestido de manera adecuada para el evento, con un traje elegante de los muchos que adquirió para su armario desde que fue nombrado. Esa es la ventaja de ser hombre: con un ligero cambio del tono de su camisa o de la corbata tiene suficiente para demostrar la variedad de su ropa. Si fuera mujer, tendría que invertir y adquirir una mayor variedad de vestidos para no coincidir en los retratos con el mismo atuendo. Antes de su cargo, su ropa era más casual, sin tanta etiqueta, pero ahora es alguien que ha obtenido un reconocimiento. Se siente diferente y orgulloso de su transformación, aunque haya perdido su identidad.

Una imagen como la descrita es lo que popularmente denominamos postureo. Una visión machista de la realidad suele atribuirlo mayoritariamente a las mujeres. Quienes ostentan un cargo de representación son víctimas de los comentarios despectivos sobre su atuendo o su imagen: “siempre lleva brillos”, “se debe comprar la ropa en las tiendas de los chinos”, “no le sienta nada bien”, “para ser una mujer con responsabilidad, fíjate cómo va”, son algunos de los comentarios superficiales y sesgados que podemos escuchar en el día a día. Los hombres, por el contrario, sufrimos menos situaciones de evaluación continua de nuestro aspecto externo, de manera que la vestimenta no es objeto de análisis. Con todo, la tendencia a adoptar una actitud o apariencia artificial con el fin de destacar o de impresionar al resto es común a los humanos, indistintamente del género. El postureo, pues, no entiende de diversidad de sexo, se refiere a la tendencia de las personas a mostrar una imagen de sí mismas que puede no reflejar completamente quiénes son o cómo es nuestra vida en realidad.

En el caso inicial que hemos imaginado, no estamos en un caso de narcisismo. Quien se siente marcado por esta tendencia proyecta una necesidad constante de admiración y una falta de empatía hacia los demás. Estamos delante de un trastorno de la personalidad caracterizado por una autoestima inflada, frente al postureo, una práctica social más generalizada que implica mostrar una imagen artificial de uno mismo para impresionar a los demás. Del mismo modo, esta segunda práctica ha ido incrementándose en los últimos años a causa del desarrollo de las redes sociales. Intentamos proyectar nuestro éxito, belleza o felicidad, aunque sea falso, para mantener una cierta imagen. En muchas ocasiones resulta efectiva; recordemos, por ejemplo, la letra de la canción del dúo Azúcar Moreno, Postureo: “tú me camelas al bailar con tu postureo”. Construimos, a través de las imágenes que subimos a las diversas plataformas, una identidad falsa. Elegimos las instantáneas que mejor representan los valores que queremos adquirir y compartir: posición social, legitimidad de nuestro cargo, logros económicos o profesionales. Rechazamos aquellas fotografías donde una sombra en nuestra cara, un ligero movimiento de los labios o una mirada de preocupación ofrece la realidad de nuestra vida. Seleccionamos aquellas que pueden producir, por comparación con otras amistades virtuales, una percepción de victoria o de superación de nosotros mismos.

Por este motivo, es habitual encontrar en muchos perfiles imágenes de poca naturalidad, aunque la instantánea sea un autorretrato —los famosos selfies—. En lugar de ofrecer una situación normal y relajada de nuestro cuerpo, nos ladeamos hacia la parte que consideramos más resultona, sonreímos levemente sin enseñar excesivamente los dientes para proyectar una sensación de felicidad y de realización de objetivos. Pedimos a quien nos toma la fotografía que levante el dispositivo móvil, sin acercarse excesivamente, para que no se perciba un abdomen excesivo o alguna arruga molesta de la zona del cuello. Si hemos perdido un poco de cabello, en el caso de los hombres, pedimos que tampoco levante demasiado el objetivo para no ofrecer una imagen de la acción del paso del tiempo en nuestro cuero cabelludo. En el caso de las fotografías en grupo, nos cambiamos de localización si nos interesa demostrar que somos amigos íntimos del protagonista del evento, alejándonos de quienes no nos interesa que se sepa que son nuestros colegas o amigos, si estos no entran en los cánones de los valores que queremos proyectar. En esos casos de fotografías que pueden distorsionar el éxito de nuestro postureo, tras la toma, pedimos el dispositivo móvil de quien la ha realizado y la enviamos inexorablemente al fondo de su papelera.

Con el avance de las redes sociales y su popularidad hemos perdido la espontaneidad y el valor de la realidad. Fingimos para legitimar nuestra presencia o simplemente para dejar claro que “también estuvimos allí”, sin darnos cuenta de que nuestra relevancia es por nosotros mismos. De esta manera, ahondamos en el sentir general de la presencia en los actos “por dejarnos ver”, cuando realmente nos ha movido el interés por el contenido del evento lo que nos ha llevado a la asistencia. Luchemos, pues, contra estos falsos postureos y proyectemos la realidad de nuestra manera de ser a través de las redes sociales. Bailemos con quien queramos indistintamente de la imagen ofrecida, contraviniendo la canción referida. Seamos valientes, dejémonos retratar con quien nos aprecie de verdad, empezando por nosotros mismos. Somos como somos: sintamos con orgullo nuestra identidad y nuestro aspecto externo, sea cual sea la imagen conseguida con una fotografía realizada al azar.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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