Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

«Ja n’hi ha prou!» El hartazgo como expresión de la libertad

Fotografía: Wayhomestudio (Fuente: Freepik).

Una de las frases más recurrentes cuando se producen situaciones cansinas que enervan nuestro estado de ánimo es el recurrente: ja n’hi ha prou! Una expresión muy nuestra con la que se pretende poner fin a una situación o una discusión que encuentra sus equivalentes en lenguas vecinas como el castellano ¡basta ya! o ¡hasta aquí podíamos llegar!, el francés ça suffit!, el inglés enough’s enough! o el italiano adesso basta! No entraré a poner ejemplos donde podemos recurrir a estas expresiones, aunque fácilmente podemos identificar situaciones en las cuales hemos sentido la necesidad de transmitir estas exclamaciones. Desde debates estériles sobre la lengua, la igualdad o la violencia de género, la existencia real del cambio climático o tantos otros temas de debate donde todo el mundo, sin ser experto en la materia, da su punto de vista y puede sentirse atraído por argumentos peregrinos que ha escuchado y que intenta justificar como auténticos y contrastados.

En general, la tendencia de los humanos a hablar sobre temas de los cuales no tenemos demasiada información puede radicar en diversos factores. Desde la falta de conciencia sobre la propia ignorancia, de manera que podemos sobreestimar nuestros conocimientos y creer erróneamente que tenemos la razón en una discusión, al deseo de impresionar para mantener la apariencia de estar bien informados, son algunos de los elementos que pueden llevarnos a situaciones comunicativas de debate donde alguno de los interlocutores muestre su perplejidad ante nuestros argumentos. El primero de ellos, la falta de conciencia sobre la ausencia de conocimiento se conoce en psicología como efecto Dunning-Kruger, postulado por los dos investigadores de la Universidad de Cornell, en EE.UU., de la manera siguiente: “La mala medida del incompetente se debe a un error sobre sí mismo, mientras que la mala medida del competente es debida a un error sobre los otros”. Sea como sea, estamos delante de situaciones que nos pueden sacar de quicio, a callejones sin salida donde el otro, el “incompetente”, insiste en la veracidad de sus argumentos. Y claro está, el prou surge de nuestros adentros, como un grito liberador que intenta desbloquear la conversación.

Cierto es que la necesidad de participar en conversaciones y expresar opiniones puede llevarnos a hablar sobre temas donde nuestra información es limitada. A veces, nos aventuramos a tratar sobre aspectos desconocidos por el mero interés de aprender más. Podemos preguntar o expresar opiniones para iniciar una charla y obtener información de otros, pero siempre respetando los turnos y escuchando las otras argumentaciones sin descalificarlas, o sea, intentando contrastarlas y entender que en algunos debates como los referenciados con anterioridad puede existir una multiplicidad de puntos de vista. Es evidente, pues, que no siempre es negativo expresar opiniones o formular preguntas sobre temas desconocidos. De esta manera reforzamos nuestro aprendizaje y podemos admitir, sin remilgos de ningún tipo, nuestra falta de conocimiento en la materia para poder concretar una comunicación más honesta y efectiva. Por este motivo, hay que ser consciente de la propia ignorancia y estar dispuesto a escuchar y aprender de nuestro entorno.

Defiendo, pues, la libertad para mostrar nuestro hartazgo frente a un debate “estéril” que no conduce a ningún resultado o conclusión significativa. Tal vez mi lema siempre ha sido “a palabras necias, oídos sordos”, o sea, dejar de prestar atención ni molestarme por comentarios ajenos o impertinentes que no presentan ningún sentido constructivo ni constituyen observaciones dignas de tener en cuenta. He asistido a debates donde el resultado es un ciclo repetitivo de intercambio de ideas sin llegar a ninguna solución o entendimiento compartido entre las partes involucradas.

Vivimos en una sociedad que no está preparada para el debate. Discutimos con repetición de argumentos, nos mostramos intransigentes frente a la postura del otro, no somos claros en la plasmación de nuestros objetivos y acabamos finalmente frustrados o desgastados frente al inmovilismo dialéctico de alguna de las partes. Todo debate o conversación, por muy intensa que sea, tiene que estar basada en el respeto mutuo, con la consideración inicial que cualquiera de los argumentos debe tenerse en cuenta, donde la cortesía y la empatía no tiene que impedir la libre exposición de las ideas. Del mismo modo, tenemos que aprender a no prolongar nuestras exposiciones para agilizar la contraposición de los puntos de vista y permitir la alternancia en los discursos de cada uno. Si incentivamos la cultura del debate en nuestro sistema de enseñanza y en los hábitos familiares podremos contribuir a la reflexión sobre nuestra realidad. Los medios de comunicación deben también ofrecer un periodismo ético que presente información de manera imparcial y que promueva el debate informado. Todas y todas podemos contribuir a evitar el hartazgo de algunas discusiones infinitas y así dejaremos de usar expresiones como las citadas: ja n’hi ha prou!

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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