Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

El síndrome de Yago: la envidia como recurso de los mediocres

«Sé lo que valgo y no merezco menos puesto». Esta es la afirmación de Yago, el alférez de Otelo, la obra de William Shakespeare que data probablemente de 1604, que sirve para entender cómo la proyección de su envidia hacia el éxito de otros no esconde sus pretensiones y su mediocridad. Su resentimiento radica en no ascender al rango que cree merecer. Volví a releer esta semana esta obra cumbre del autor británico y me encontré con la vigencia de la proyección de estos sentimientos en la sociedad actual. Hay autores como Shakespeare que han sabido entender perfectamente la esencia humana y sus traumas psicológicos, de manera que sus textos mantienen la vigencia si sabemos adaptarlos a los nuevos tiempos. Por este motivo, he osado denominar para mis adentros el término síndrome de Yago, o sea, la concreción de la envidia mezclado con otros sentimientos como la ambición y la venganza, que puede conllevar la recreación de la discordia y la manipulación de otros personajes para lograr unos objetivos que son inalcanzables por méritos propios.

Una primera cuestión sería: proyectando la envidia hacia los otros, ¿conseguimos realmente obtener lo que no tenemos o poseemos? ¿Por qué culpamos al otro de nuestras faltas o puntos débiles? ¿Por qué no luchamos por nosotros mismos sin descalificar o intentar manipular a los otros? ¿Podemos realmente llegar a enfermar de este síndrome? Por su potencia destructiva, la envidia siempre ha sido considerada uno de los llamados pecados capitales, el conjunto de vicios mencionados en la tradición cristiana que se consideran fundamentales y que potencian la concreción de otros pecados. Se trata del pecado relacionado con la tristeza o el resentimiento por el bienestar, éxito o posesiones de los demás. Se fomenta así la práctica de la virtud opuesta, la benevolencia, la alegría por el bienestar de los demás y la gratitud por lo que uno tiene. 

La envidia corroe a quien la proyecta, pero puede acabar realizando una herida intensa a quien la recibe. Puede estar relacionada con el éxito económico, la apariencia física, las habilidades, las relaciones personales o cualquier otro aspecto que genere comparaciones entre individuos. Así, podemos escuchar frases como «¿por qué él/ella sale siempre bien en las fotos y yo no?» o «¿por qué le han ascendido si no tiene el nivel suficiente y a mí no cuando me lo merezco?». Es obvio que la proyección de la diferencia o la expresión de la sorpresa no es siempre un elemento negativo; el desarrollo del síndrome exige que se convierta casi en una obsesión y en la concreción de una estrategia de acoso y derribo contra el objeto de nuestra envidia. Creedme, el ser humano puede ser altamente generoso y benévolo, pero en manos del espíritu de Yago puede llegar a manipular su entorno y construir un auténtico ejército en contra de alguien. La voluntad de alterar la evolución lógica de los acontecimientos puede llegar a crear una falsa normalidad de las intenciones subjetivas en la apreciación del otro. Incluso la prensa, a través de sus noticias y titulares, puede llevar este tipo de contaminaciones sin ser consciente. 

La transmisión de emociones en los medios de comunicación aleja la objetividad que debe regirlos. Un estudio de la profesora Silvia Gutiérrez y de Erick Vargas, de la Universidad Autónoma Metropolitana de México, advierten de los peligros de cómo los medios pueden reproducir y difundir emociones en torno a problemáticas que atañen a un amplio público(https://doi.org/10.22456/2594-8962.79462). Así, se relatan hechos dramáticos que se intensifican transformando nuestra percepción de la cotidianeidad. En algunas ocasiones, la procedencia contaminada de la información, motivada por la envidia de la fuente frente al éxito de un protagonista, puede distorsionar el planteamiento de la noticia, alargando los tentáculos del Yago en cuestión que busca destruir al otro sin preocuparse por mejorar sus habilidades o potencialidades. Estemos alerta frente a estas maneras de proyección de la subjetividad, de lo contrario, contribuiremos a finalidades poco sanas en nuestra sociedad. ¡Palabra de Otelo!

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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