Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Lontananzas

Los sindicatos de espaldas

Fotografía: Paco Cascales (Fuente: Cátedra Pedro Ibarra, www.elche.me).

Entré a formar parte del sindicato Comisiones Obreras a principios del año 1977, cuando todavía no estaba legalizado y se ubicaba en una calle muy próxima a la avenida de la Libertad, donde fui elegido, tras una asamblea de metalúrgicos, miembro activo del secretariado del metal junto a otros compañeros como Ramón, Girona, Bravo. Paco Barroso… En esos tiempos forrados de ilusiones y proyectos sociales y laborales, los que representábamos a los obreros del mono azul, cuando salíamos del trabajo acudíamos a la central sindical a trabajar, como bien podíamos, escribiendo cartas a máquina, asesorando en lo que podíamos a los trabajadores, sin ser abogados, pero con los pobres conocimientos sobre leyes recién inauguradas que íbamos conociendo y transmitiendo casi a tiempo real. Nos daban a veces las diez y las once de la noche, sin cobrar por ello, al contario, pagábamos las cuotas como afiliados ejemplares.

Internamente, entre nosotros, había muy buen rollo, algunos, como era mi caso, no pertenecíamos a ningún partido político, otros sí, sobre todo a partidos pequeños de lo que se llamaba entonces la “izquierda extraparlamentaria”. Los había también, entre los responsables principales y máximos dirigentes del sindicato, que pertenecían al PC y eran militantes de largos recorridos. Pero de momento, la atmósfera que se respiraba en el interior era generalmente buena. Así que compartíamos en libertad e igualdad las leyes que surgían de las bases y las cervezas que degustábamos en tertulias políticas, en las asambleas de los sindicatos y en los bares cercanos del barrio. Así que todo lo compaginábamos con la labor de información a los trabajadores en la sede obrera, como no podía ser de otra manera. Y así desplegábamos la energía a raudales, de unos cuerpos sanos, jóvenes y fuertes, dispuestos a transformar la realidad de las cosas que no nos gustaban. En esa época, recuerdo que llegaba a casa de mis padres, muy tarde, solo a dormir, cansado y cenado en el bar Levante, que era el lugar de reunión de la vasca de entonces. Y así íbamos rezumando sal y escamas, como peces telúricos, respirando por los cuatro puntos cardinales, hacia el horizonte circular donde sangraba la luz del atardecer, como el interior de una flor de loto azul.

Mi vida estaba agitada por mil tormentas que se desataban furiosas por mi cabeza y lluvias recias, torrenciales, que hacían trepidar los alambiques cerebrales, desbocándolos en unos pensamientos que me llevaban hacia mundos ignotos e imposibles. Eran tiempos de búsquedas y asentamientos áridos, impenetrables, porque la lucha estaba en la piel y era algo mágico, recién descubierto. La política prístina inaugurada me inundaba, era el menú que me proporcionaba respuestas a las preguntas universales de la historia humana. Al menos en un corazón joven, sin experiencia, y embrutecido por el duro trabajo metalúrgico, pero desbordado de ilusiones y proyectos. Los domingos en pandillas joviales explorábamos el mundo cada tarde de sábado, como una gran caja dorada con lazo rojo que destapábamos en las mesas de las tascas para que emergiera el genio de la esencia primigenia. Queríamos conquistar mundos libres a través de la razón, la poesía, el diálogo y la lógica filosófica.

Más tarde, pasé a negociar los convenios del gremio, representando al sindicato CCOO, y a todos los trabajadores del metal en general de Elche y comarca, estuvieran afiliados al mismo, o a otros sindicatos, como USO, UGT, CNT, o a ninguno de ellos. Las negociaciones del convenio eran de carácter provincial entre trabajadores y patronal, se celebraban en Alicante, donde acudían representantes sindicales de toda la provincia, preferentemente de CCOO y la UGT, que eran los sindicatos mayoritarios con diferencia. Yo acudí a negociar en dos ocasiones: 1978 y 1979, tenía veinticinco años. Al principio, los convenios los formalizábamos en asamblea de trabajadores, cuando salíamos de currar a las ocho de la noche, allí se discutían cada uno de los puntos a negociar y se votaba a mano alzada, y ese papel, que se cocía lentamente, paso a paso, era la ley a defender por todos.

A principios de 1980, la cosa se fue enturbiando, aunque realmente su precedente fue el “pucherazo” que tanto la patronal como los máximos dirigentes de los principales sindicatos obreros dieron al convenio que llevábamos elegido en asamblea por los trabajadores del metal, y que rompieron en sus mismas espaldas cansadas y hartas de “lunes” agrios. Yo, recuerdo que me levanté de la mesa negociadora y los dejé sentados deliberando “SU” convenio. Volví a Elche en el tren, como había ido, pagándome el billete de mi bolsillo, como debe ser. Se empieza con privilegios y se termina con dictaduras, no importa el punto cardinal que tengan. Toda la imaginería política desfilaba por mi mente. Así era su toponimia, una fascinación hermética y compleja, con políticos tornasolados.

Nada está escrito que haya sido eficaz en la práctica, ni siquiera la ciencia, donde ha primado más la casualidad que la búsqueda. Y fue en ese año de “prueba” democrática, donde los sindicatos mayoritarios se fueron metamorfoseando y alejando de los intereses de clase que los había hecho nacer hasta terminar siendo auténticos gestores del empresariado y su paulatino incremento de ganancias, pasando, de haber sido controlados desde abajo, a ser controlados desde arriba. Yo tuve que salir pitando, auto-expulsado de CCOO por motivos que ya son historia de traiciones y engaños, para que las aguas turbias volvieran a los cauces viciados por el tiempo y las desidias. Los convenios habían cambiado de manos grasientas a “manos limpias”. Parecía que de pronto, los dirigentes de “clase” se habían enrocado: ¿casualidad? Como decía mi buen amigo y entrañable poeta surrealista, Rafael Nicolás: “Ya nunca será igual el agua mineral”, se acabó la “barra libre” para los currantes. Los pasillos se llenaron de murmullos y denuncias. Los derechos de los trabajadores comenzaban a adelgazar, en beneficio del capital financiero y empresarial, comenzaba el tiempo de los carnets de afiliados rotos, luego vendría a rematarlo el 23F de 1981, que chaparía la Transición: creer que uno está en posesión de la verdad. Es la mayor mentira que se puede afirmar. Y si no existe la verdad, al menos sí se puede combatir la mentira.

Antonio Zapata Pérez

Mi nombre es Antonio Zapata Pérez, nací en Elche, en 1952. De poesía, tengo publicados 13 libros de distinto formato y extensión, que responden a los siguientes títulos por orden de publicación: "Los verbos del mal" (1999), "Poemas de mono azul" (1999), "Rotativos de interior" (2000), "Lucernario erótico" (2006), "Cíngulo" (2007), "Haber sido sin permiso" (2009), "Recursos" (2011), "101 Rueca" (2011), "El callejón de Lubianski" (2015), "Poemas arrios Prosas arrias" (2017), " Los Maestros Paganos" (2018), "Espartaco" (2019) y "Zapaterías" (2019). También publiqué un libro de artículos periodísticos autobiográficos titulado "Lontananzas", editado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, así como una antología de poesía, elaborada por el poeta e investigador alicantino Manuel Valero Gómez, junto a otros tres poetas alicantinos, denominada: "El tiempo de los héroes". Además, he colaborado en una veintena de libros colectivos y he publicado una novela titulada "La ciudad sin mañana" (2022). Actualmente trabajo en un libro de relatos, su título es "Solo en bares".

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