Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Lontananzas

Los pactos y las “manis”

Fotografía: Yassine Rahaoui (Fuente: Unsplash).

En octubre del año 1977 se firmaron los “Pactos de la Moncloa”, entre todos los partidos políticos mayoritarios del arco parlamentario, los sindicatos y la patronal, los cuales beneficiaban ampliamente a la derecha y perjudicaban a los trabajadores en general. Para los partidos extraparlamentarios de izquierdas, que eran de un colorido bullanesco y atomizado, ese pacto fue una traición para toda la clase obrera. De ahí el interés de firmarlos cuanto antes para los que defendían a los ricos y muy ricos, porque sabían que sus “oponentes” no respondían a las preocupaciones y anhelos de los pobres, que vendían su sudor por un exiguo sobre sepia. Las izquierdas fueron débiles y no supieron defender decentemente a quienes habían depositado su confianza en las urnas. Las consecuencias de tales errores tuvieron una respuesta masiva y contundente por parte de grandes espectros sociales y políticos, que se tradujeron en innumerables movilizaciones, huelgas y manifestaciones, sobre todo por los partidos políticos “radicales” sindicalistas críticos, anarquistas, trotskistas , leninistas, marxistas, maoístas estalinistas y obreros autónomos. Se luchó mucho por la unidad de toda la izquierda parlamentaria con la finalidad de tener más voz y más fuerza, pero cada uno defendía su chiringuito, algunos se convirtieron en fanáticos y sectarios de su “nueva religión”. También militaban topos que actuaban como arlequines infiltrados, que mostraban una agresividad que mosqueaba al más despistado: los antiguos somatenes seguían teniendo trabajo. Yo recuerdo que iba siempre como un tonto, picoteando y buscando, sin conseguirlo, la unidad de todos los partidos políticos y sindicatos de clase, perjudicados por el sistema político de la derecha y sus cómplices. Nadie se creía que mi búsqueda y el sentido de la unidad eran sinceras, que no pertenecía a partido alguno y que solo simpatizaba con aquello que fuera beneficioso para las mayorías, respetando a las minorías. Yo no quería pertenecer a ninguna banda, todo ese carnaval cuyos componentes se atacaban mutuamente, ignorando que ellos también estaban institucionalizados.

No hay que olvidar que en las elecciones del 79 ganaron las derechas, aunque por poco margen. Todavía el miedo encalaba la piel de las personas, sobre todo mayores, que habían vivido y sufrido la contienda fratricida pasada con sus asesinatos y represiones posteriores, aún no se atrevían muchos de ellos a votar a la izquierda, sentían terror de que se produjera otro alzamiento militar. Y no se equivocaban, porque los tambores de guerra, nunca cesaron.

Pero la gente salía a manifestarse y a protestar, vehementemente, contra los pactos y los engaños de aquellos en quienes habían confiado y les engañaron con triquiñuelas de tramposos tahúres. Acudir a una “mani”, por aquellos años del 77 al 80, se hizo muy “pop”, y era una excusa para juntarnos después de berrear largo y tendido, y correr delante de los grises, porque al final de las mismas —no queríamos disolvernos cuando ellos querían, sino cuando el “pueblo” lo decidiera— nos íbamos, con algún palo en las costillas, cansados y exhaustos, a una tasca a tomar vinos y cacahuetes, contando las incidencias y aventuras sucedidas, cantando o perpetrando poemas de amor, sociales y épicos en las finas servilletas que dejábamos dormir bajo los vasos. Julia, con su eterna sonrisa de colegiala feliz, hablaba con Ramón, que luego sería su novio y esposo, Facundo dialogaba con Nati, Las tascas también se convertían en una jerga de siglas multicolores y tenía su agrandado matiz asambleario donde se discutían las políticas “distintas” abiertamente. Allí todos éramos luchadores, librepensadores y solidarios. En realidad, aquí estaban constituidas las VERDADERAS bases que cualquier dirección política de izquierdas hubiera soñado jamás.

Poco a poco, fuimos perdiendo derechos laborales, como el trabajo fijo y el abaratamiento de los despidos, entre otros derechos conquistados en la lucha clandestina. Para colmo, la división entre los partidos extraparlamentarios se fue agudizando cada vez más, hasta convertirse en auténticas sectas autoritarias y dogmáticas; a la vez que se iban vaciando de gente y de contenido social e igualitario: todo lo resolvía el partido y había que acatar las órdenes de una dirección fantasma y etérea que hacía y deshacía a su antojo, porque nadie sabía de donde venía la voz exactamente, como el reverso de un nuevo “Dios”. Era evidente que estos partidos pequeños llamados comunistas, leninistas o marxistas, estaban impregnado profundamente del estalinismo más feroz y antidemocrático, que ya lo caracterizó tras la “revolución” rusa, pero había un soterrado interés en que no desapareciera del todo. Por eso lo alentaron sacándolo de su hibernación, porque les servía para seguir dividiendo, sobre todo, a la clase trabajadora. Por eso se llenó de infiltrados y otros elementos extraños, para seguir instrumentalizando y encauzando a la gente de izquierdas, para que la orquesta persistiera desafinada. Y ahí se han quedado, con sus enormes y pesadas banderas, con sus pancartas monstruosas, con el culto a personalidades siniestras y criminales: ¿Ignorancia conducida?

Básicamente, el comunismo en los setenta se componía de las siguientes modalidades: el euro-comunismo reformista liderado por Santiago Carrillo, el comunismo estalinista, el comunismo pro-soviético contemporáneo, el comunismo maoísta, el comunismo marxista-leninista y el comunismo trotskista. Este abanico de arbitrariedades absurdas se dio en aquella época y sigue siendo un problema que todavía hoy persiste. Los antiguos militantes del estalinismo y otros ismos, envejecidos y solitarios, ya no encuentran, fácilmente, como antes, adeptos para su causa, y los mantienen con respiración asistida, no quieren dejar que se mueran las ideas totalitarias de los falsos líderes. Porque podría brotar la verdad en la práctica y sería avasalladora, ya que los pondría con el culo al aire, si no lo están ya, sobre todo esos países mal llamados comunistas o socialistas, cuando son dictaduras de partido único, antidemocráticas y anti-socialistas. La libertad es la idea y todos cabemos en su pensamiento. Y la práctica es un medio de supervivencia. O sea un rompecabezas donde no puede faltar ninguna pieza. Todas son fundamentales y acabaremos triunfando.

Antonio Zapata Pérez

Mi nombre es Antonio Zapata Pérez, nací en Elche, en 1952. De poesía, tengo publicados 13 libros de distinto formato y extensión, que responden a los siguientes títulos por orden de publicación: "Los verbos del mal" (1999), "Poemas de mono azul" (1999), "Rotativos de interior" (2000), "Lucernario erótico" (2006), "Cíngulo" (2007), "Haber sido sin permiso" (2009), "Recursos" (2011), "101 Rueca" (2011), "El callejón de Lubianski" (2015), "Poemas arrios Prosas arrias" (2017), " Los Maestros Paganos" (2018), "Espartaco" (2019) y "Zapaterías" (2019). También publiqué un libro de artículos periodísticos autobiográficos titulado "Lontananzas", editado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, así como una antología de poesía, elaborada por el poeta e investigador alicantino Manuel Valero Gómez, junto a otros tres poetas alicantinos, denominada: "El tiempo de los héroes". Además, he colaborado en una veintena de libros colectivos y he publicado una novela titulada "La ciudad sin mañana" (2022). Actualmente trabajo en un libro de relatos, su título es "Solo en bares".

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