La vida nos hace creer muchas veces que las relaciones humanas están casi siempre tejidas con hilos que parecen fuertes, casi irrompibles. Creemos que son como esas redes de mar capaces de aguantar las olas y los duros embates del embravecido mar, las duras e imprevistas tormentas, pero quizás a veces desatendemos, no prestamos atención y nos negamos a pensar que esos hilos se pueden rasgar por cuestiones que parecieran menores, esas a las que apenas damos importancia y que se van colando sigilosas hasta que un día explotan y ya es demasiado tarde.
Las palabras que anteceden están en parte inspiradas en una columna del año 2017 escrita por el periodista deportivo catalán Emilio Pérez de Rozas, quien durante muchos años escribiera para El País y que desde algunos años acá lo hace asiduamente en El Periódico de Cataluña, eso sí siempre desde la óptica culé y el pensar catalán, si es que hay algo que así se pueda llamar.
Aunque en sus columnas casi siempre habla de deporte, no fue este el caso. Recuerdo bien, porque la he releído varias veces, aquel escrito suyo del 16 de septiembre de 2017 en pleno procés catalán y aún cuando los peores episodios de aquella tragedia política —el referéndum ilegal, las insoportables cargas policiales, la insólita declaración de independencia…— no habían tenido aún lugar.
Relataba Pérez de Rozas en aquel escrito los grandes desgarros personales y familiares que estaban provocando los acontecimientos que se vivían por entonces en Cataluña. Y lo hacía con esa crudeza y la finura literaria que siempre le han caracterizado, en primera persona y con ese lenguaje descarnado con que adorna casi siempre sus escritos: “Yo jamás —decía entonces— pensé, de verdad, que ese sobrino maravilloso que tengo de la CUP, brutal, un tío con dos cojones, un chaval que ha salido adelante con todas las plagas del mundo encima, licenciado universitario, solidario como pocos, una auténtica ONG con patas, acabaría casi, casi, insultándome en el WhatsApp familiar, hasta que le recordé que yo era el hermano de su padre, ya fallecido”.
Era —fue— su manera de pedir que pararan el disparate, de lanzar el SOS del náufrago desesperado, de intentar hacernos ver que todo aquel desvarío político estaba rompiendo lo fundamental, lo que da sentido a la vida, que se estaban haciendo añicos demasiadas relaciones familiares, la convivencia en el trabajo, los lazos de la amistad, las que hacen que las embarcaciones puedan salir a faenar y volver a puerto en medio de la malquerida normalidad, lejos de la épica.
Siguiendo esta misma línea de pensamiento, pero actualizando el tiempo aquel al revuelto presente, les voy a citar a tres escritores que justo estos días se han zambullido y han replicado a su manera las palabras de Pérez de Rozas sobre la crisis y enfrentamientos que ahora vivimos, no ya en Cataluña sino en el conjunto del país. Todos ellos son escritos que, a su modo, también nos alertan de algunos de los riesgos y peligros que acechan por la senda del enfrentamiento y la división que vamos cabalgando.
Uno, el primero por orden de aparición, es el de Fernando Vallespín. Es este un hombre que formó parte de las estructuras de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (presidente del CIS entre 2004 y 2008), escritor y catedrático que ha confesado siempre haber votado socialista, pero que ahora, justo ahora, ante el giro de la política de pactos del nuevo presidente de gobierno, reconoce sus dudas, expone con crudeza su temor al futuro, su inquietud por el coste en términos de convivencia que toda esta deriva de un cierto procesismo a la española puede traer a futuro.
En su columna del pasado día 16 de noviembre, justo la primera de las dos jornadas de investidura de Pedro Sánchez, y titulada “Ángeles y demonios”, buceaba por las dificultades que a su juicio pueden traer los nuevos tiempos, los nuevos pactos, y finalizaba su análisis con esta desgarrada confesión personal: “Yo solo puedo decirles que, visto lo visto, estoy muy preocupado”. Y no se refería, no, a la deriva de la derecha y la ultraderecha, que esa ya va de lo suyo y bien interesada que está en que las cosas sigan por estos derroteros.
El segundo ejemplo es el de la escritora Elvira Lindo. En su colaboración en el mismo diario y mismo día y titulada “Doce uvas o doce sapos”, nos alerta del riesgo de resquebrajamiento de la convivencia venidera entre familiares, amigos y se preguntaba, a modo de metáfora y ejemplo, si podíamos estar tranquilos o deberíamos preocuparnos de cara a las próximas comidas y cenas de navidad. Estas son las palabras con las que cierra su artículo: “Si entre los partidos que apoyan al Gobierno se impone el guirigay, vamos listos; si son incapaces entre unos y otros de darle un poco de sosiego al país, de darnos una tregua, conseguirán que (como pasó en Cataluña) guardemos silencio en Navidad por miedo a enemistarnos con la familia y en vez de doce uvas nos traguemos doce sapos”.
La tercera de esta lista es la escritora española de origen marroquí Najat el Hachmi, quien llegara a Cataluña desde su país de origen con apenas ocho años de edad siguiendo los pasos de su padre emigrante que había venido unos años antes. Hasta la implosión del procés, El Hachmi era una incansable luchadora por la igualdad de la mujer (lo sigue siendo), especialmente de la mujer árabe; había tenido el reconocimiento del catalanismo y del nacionalismo catalán, varias veces premiada allí, era una clara defensora de la cultura y del idioma catalán (ha publicado y publica obra tanto en castellano como catalán), pero a luz de los recientes hechos que sacuden la política española nos recuerda cómo aquellos otros trágicos días del procés supusieron para ella un duro encontronazo con una realidad que no esperaba. “Me di de bruces con un nacionalismo supremacista (…). Esto es, que la ideología se convertía en identidad y si no defendíamos los valores del secesionismo, caíamos automáticamente del lado de los extranjeros”. Su columna de ahora, publicada el pasado 17 de noviembre en el diario El País y titulada “Lo que no nos devolverá la amnistía” finaliza con estas palabras: “Amnistiarán y pactarán y todo quedará olvidado pero a los ciudadanos nadie nos devolverá los amigos que perdimos por el camino de fanatismos identitarios en el que nos metieron los políticos”.
La vida —decíamos al principio— nos enseña que las relaciones humanas están muchas veces tejidas con hilos que parecen fuertes, casi irrompibles, pero pudiera ser que si nos paramos a mirar de cerca no lo sean tanto, porque quizás hay cosas a las que apenas damos importancia y que pueden acabar rasgándolas sin remedio. Y algunas de esas cosas puede que estén sucediendo hoy mismo y nos les estemos prestando atención.
Por todo eso, quizás, y antes de que se rompan sin remedio algunas de esas redes, de esos vínculos que creímos indestructibles, antes de que nos veamos en la obligación de guardar silencio en la próximas fiestas, antes de que los fanatismos identitarios de uno y otro lado nos pudran las palabras, nos obliguen a deslizarnos por la pendiente del silencio y del enfrentamiento, quizás sería bueno pararse a pensar antes de tomar decisiones que muchos, demasiados, no entienden, no comparten.
Como saludable sería también escuchar, mirar con sosiego y releer las palabras escritas antes y ahora por Pérez de Rozas, Fernando Vallespín, Elvira Lindo o Najat El Hachmi, no vaya a ser que queriendo llegar a Ítaca arribemos a una isla poblada de caimanes y destrucción, volando puentes, levantando muros.
Y sí, ya puestos, yo, como Vallespín, he de confesarles que también estoy muy preocupado.
Desde mi velero,
también deseo avistar los montes florecidos de Ítaca hermanada y sueño con sentir en el pantalán del puerto el abrazo solidario del reencuentro feliz…
Aprendí en esta vida que por las leyes de la naturaleza florece todo de igual modo que ‘el imperio de la Ley’ destierra al delincuente manipulador o lo reconvierte en ecuánime y justo en sus pensamientos, palabras y acciones…
Un abrazo
Pedro J. Bernabeu
Atrevimiento y valentía,
humildad y modestia,
equilibrio y sensatez
verdaderas…
«Viva la libertad, carajo»
«Viva la libertad, carajo»
PD: Que jamás el silencio acredite las mentiras…
Gracias