Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Elogio de los tibios con Azaña muy al fondo

Manuel Azaña fotografiado en 1933 por anónimo. Fotografía publicada por primera vez en "Ilustrowany Kurier Codzienny" (Fuente: Wikimedia).

Entre nosotros, los tibios casi nunca han gozado de buena salud. Raramente tienen reconocimientos, ni placas en las calles y plazas de nuestras ciudades, raramente son portadores de medalla alguna. Casi que preferimos a los otros. A los que pronto se alinean en un bando, a los que vociferan, a los dispuestos a defender causas que sabemos imposibles y suicidas, a los que, hiperbólicos, trompetean el desastre, más aún en momentos de tensión y grave división política y social como el que ahora vivimos. Ese parece nuestro sino, esa nuestra tragedia.

Si poco o nada ayudan en este escenario de extremos las proclamas incendiarias que lanzan algunos dirigentes políticos de la derecha y la derecha extrema —Ayuso habla abiertamente de dictadura, Abascal de meter en prisión a Pedro Sánchez, Feijóo se autoproclama el único defensor de la Constitución…— tanto o más preocupante es el cobarde silencio y la falta de explicaciones del presidente en funciones Pedro Sánchez en este tiempo. También de sus ministros y portavoces, actores de reparto en un carrusel de rectificaciones sin fin —cambios de opinión los llaman— que hacen pensar que el valor de la palabra dada es ya solo otro face más en el mercado de lo fútil, otra simple realidad alternativa que diría Donald Trump.

Y así sucede que todo lo que era “imposible” e “inconstitucional” hace cuatro semanas, ya no lo es tanto por el arte de “hacer virtud de la necesidad” (Pedro Sánchez sic). Toda esta relajación de los principios sucede porque —dicen también— es el necesario precio a pagar para disponer de la llave que abre el futuro, el gobierno de progreso (¿?). Pero a pesar de tales evidencias y proclamas, algunos de esos tibios, esos que tan poco queremos, aún osarían hacerse preguntas como éstas: ¿Dónde quedan en todo este futuro proyecto los principios de igualdad del viejo PSOE? ¿Cuál es el precio a tanta renuncia? ¿Por qué todo es bruma, inconsistencia, zozobra en este camino de sombras donde, ahora sí, los fines parecen justificar los medios? Y más aún: ¿Está dispuesto el futuro gobierno a empujar estos cambios de significantes con la mitad del país enfrente, aún al precio de incendiar la calle y cortocircuitar la convivencia?

Es en este juego de trile donde se dibujan y aceptan en acuerdos programáticos palabras y conceptos tan graves como lawfare, redacción de nuevos estatutos, reconocimientos nacionales, y todo a cambio de solo un puñado de votos. ¿No serían necesarios para ese viaje consensos más amplios que esos 179 votos contra 171 si no se quieren repetir viejos errores? ¿Para qué sirve una Constitución que solo es utilizada como arma arrojadiza? Todas ellas son, seguramente, las preguntas del tibio que muy pocos quieren escuchar estos días de calentura y emociones.

Pero si el panorama es ya claramente divisivo y guerracivilista entre los líderes y lideresas políticos, ahora asistimos con espanto al peligroso espectáculo de ver cómo periodistas que hasta hace poco habían guardado las formas, se suman al desvarío y al bandolerismo informativo con total descaro e impunidad. Gentes que parecían ocupar el sillón de una cierta moderación, de un cierto distanciamiento, hacen denodados esfuerzos por alinearse sin pudor con una de las dos realidades que invaden la actualidad. En vez de procurar la sanación de las heridas, prefieren culpar al enfermo de todos sus males.

Para explicar este peligroso deslizamiento de la neutralidad a la militancia solo bastaría leer, mirar, escuchar algunos de esos titulares que se multiplican y que ya no son excepción sino casi la regla. Titulares del tipo “Las cosas se van a poner feas”, “El golpe ha empezado, la resistencia también”; o tuits como “Cuatro años más de Sánchez contra el fascio” a modo de arma arrojadiza lanzadas al éter de las redes sociales. Y no son, no, todas ellas expresiones aisladas de alborotadores, de gente sin escrúpulos, sino que son palabras escritas por periodistas/comentaristas que trabajan en periódicos que se dicen serios, que participan asiduamente en tertulias televisivas de prime time, que tienen cientos de miles de lectores, de seguidores.

El pasado viernes por la noche La 2 de TVE volvió a emitir una de las más duras y hermosas películas de Isabel Coixet, La vida secreta de las palabras. Es, para quienes la hayan visto y la recuerden, la historia de una joven mujer víctima de la guerra de los Balcanes, pero es, sobre todo, un alegato contra el enfrentamiento civil, una metáfora que nos habla acerca de que el peor de los horrores no te lo infringirá muy probablemente el enemigo, sino que el peor de esos males es demasiadas veces causado por quienes, por oficio y profesión, deberían protegerte. Por tu propia gente. Por esos que veinticuatro horas eran tus tibios vecinos de la casa de al lado.

Seguramente, a su modo y manera, Manuel Azaña fue también para muchos y en cierta medida un tibio. De ahí posiblemente que su figura haya podido ser utilizada, manipulada, manoseada por unos y por otros, incluso por personajes tan distantes a su figura como lo es el propio José María Aznar. Creyó Azaña como pocos en la II República y en su trayectoria intelectual podemos ver cómo vio en aquel tiempo la gran oportunidad para regenerar y modernizar el país pero, al mismo tiempo y siempre que los acontecimientos lo exigían —sucedió entonces y sucede ahora con la deriva excluyente de una parte del nacionalismo catalán—, tuvo el valor de alertar a quienes viajaban con él de los enemigos de dentro. Los de fuera ya estaban ahí, casi no hacía falta nombrarlos.

Es quizás, y por todo esto, que puede que ahora estemos muy necesitados de un improbable ejército de tibios dispuestos a interponerse entre los dos bandos que solo buscan cornearse, dispuestos a hacer las preguntas incómodas. También, posiblemente, de gentes como Azaña y Coixet que se atrevan a alertarnos de que el peligro no solo está fuera (Ayuso, Abascal, Feijóo, ya saben), sino que a veces también anida entre los que te acompañan y adulan. En todos esos que corren últimamente a las trincheras abandonando la obligada neutralidad que su oficio exigiría, a todos esos que cambian de opinión por una simple exigencia del guion.

Aunque, claro, ya se sabe, el precio a pagar pudiera ser la falta de medallas, la falta de reconocimiento. La posibilidad de que alguien pueda usar y manipular tus palabras. De que alguien al fin te acuse de ser solo un tibio sin más importancia.

Pepe López

Periodista.

2 Comments

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  • Pepe: Gran artículo. A Azaña lo crucificaron socialistas y comunistas. Y el guerracivilismo postconstitucional lo han protagonizado Zapatero y Sánchez. Me alegra que reconozcas que Pedro se ha ganado el título de ‘El Mentiroso’ y creo que apuntas que también es un traidor al PSOE de la igualdad. Además de traidor, como bien sabes, a sus compañeros del PSOE asesinados por ETA. Sánchez no es un tibio. Un saludo.

    • Gracias Ramón por tu comentario. Más allá de posicionarse a favor o en contra de una ley como la amnistía como punta de lanza de los tiempos que vivimos, y para la que seguramente hay razones a favor y en contra, lo que más me preocupa es el cómo -sin un mínimo consenso entre los dos grandes partidos que están llamados a día de hoy a ser alternativa de gobierno- y el para qué -para lograr una investidura-. Ambos hechos, unidos, entrelazados, creo que son la causa del gran malestar entre una parte muy importante de los ciudadanos, independiente del fondo del asunto. Posiblemente, una ley como esta podría tener recorrido, sería oportuna, etc. si no se hiciese con estos materiales de derribo y con estos tiempos, pero llevada a cabo con estas alforjas existe el riesgo de que ponga en peligro algo tan intangible como la necesarias convivencia entre diferentes. Un abrazo desde la, en muchas ocasiones, discrepancia, pues entiendo que esa misma discrepancia es la que hace posible el entendimiento y la propia democracia.