Se hace difícil imaginar una ciudad como Alicante sin su Puerto. Las viejas postales que empolvan las viejas estanterías y, sobre todo, los viejos recuerdos, la dibujan así, puerto y ciudad unidas. Dos vidas paralelas en una historia compartida, a veces feliz, a veces, como ahora, turbulenta y llena de nubarrones que ensombrecen el presente y, peor, el futuro. De eso van estas líneas. De ese amor imposible y de quienes luchan por encontrar el abrazo entre ciudad y puerto que otras veces fue y que ahora no parece.
Por razones difíciles de comprender, el presente y el pasado reciente de estas almas gemelas parece abocado a la pelea, al desencuentro. Por intereses también difíciles de compartir, ambos, ciudad y puerto —y son muchos los encuentros, debates, foros, etc, donde este tema ha emergido en los últimos años— parecieran caminar en direcciones opuestas. Como si hubiese una incapacidad para hallar caminos comunes, en una batalla que, necesariamente, pareciera solo puede tener un único ganador. O el conjunto de la ciudad, que sería lo deseable, o esa otra parte de ella arrancada a la fuerza que obedece a extraños y oscuros intereses. Ese es el drama. Esa la tragedia.
Reflexiones como las anteriores sobrevolaron de alguna manera el acto organizado por la Plataforma por un Puerto Sostenible días atrás conjuntamente con Unir Alicante, ese colectivo ciudadano que, como Quijotes en tiempos de mentiras cómplices, quiere romper el manto de silencio. Su idea en este punto no parece otra que abrir un boquete en la complacencia con la que los habitantes de la propia ciudad miran el penúltimo desencuentro a costa del macro proyecto de 20 depósitos gigantes de combustibles fósiles de ¡hasta 50.000 metros cúbicos! cada uno —una mole de unos ocho pisos de alto— para abastecer desde allí de gasolinas low cost a varias provincias del territorio próximo.
La instalación, de llevarse a cabo el citado proyecto que bulle por despachos y tribunales desde hace años, significaría levantar en uno de sus muelles y a escasos cientos de metros de populosos barrios de la ciudad —también a escasos metros del futuro Palacio de Congresos, ¿alguien ha pensado en eso?—, y a más escasos metros —apenas 40 o 50— de dos industrias potencialmente peligrosas como lo son una fábrica de betún asfáltico y otra de fertilizantes ya ubicadas y en funcionamiento en aquella misma zona portuaria.
Por encima de los datos fríos que en el referido acto se expusieron —y fueron muchos y contundentes—, todos ellos sumados reflejan nítidamente el grave peligro que supondría para la ciudad y sus habitantes este proyecto avalado por un fondo buitre de Australia y gestionado por una empresa pantalla sin un solo trabajador. Esa y no otra es la escena allí expuesta. Pero había más. Junto a la denuncia, la queja contra el menfotismo institucional, académico, político y social de Alicante que parece que todo lo envuelve.
¿Dónde está la Universidad en este debate? ¿Tienen algo que decir al respecto sus eminencias? Éstas o parecidas preguntas, retóricas si se quiere, se hicieron algunos de los asistentes que llenaron la sala Rafael Altamira de la Sede de la UA. Y decimos retóricas porque la respuesta ya la intuían el centenar largo de los allí reunidos: una vez más (Plan Rabasa, PGOU, Ikea…) la Universidad de Alicante ni está, ni, peor, casi ni se le espera. La triste, dura y reciente experiencia enseña que en estas grandes y capitales cuestiones —y ésta a buen seguro lo parece— para el presente y futuro de la propia ciudad que le da nombre, pareciera que poco o nada tiene que decir la universidad de la ciudad, ese emporio de sabios que prefieren no mancharse el traje.
Pero no solo no estaban allí ni se esperaba oír a responsables de la UA en el terreno de aclarar ideas, de verificar riesgos potenciales, de ofrecer alternativas, de marcar líneas rojas, de hacer estudios, sino que otros muchos que no fueron citados y cuyos nombres sobrevolaban igualmente la sala parecen que tampoco tuvieran mucho que decir. ¿Dónde están en este crucial debate el Colegio de Arquitectos, el de Ingenieros? ¿Dónde el Colegio de Médicos? Y eso por citar solo algunas de estas ominosas ausencias. ¿Tienen algo que decir al respecto tan preclaras instituciones?
Y así, ya metidos en harina, podríamos seguir refiriendo algunas otras estruendosas ausencias. ¿Dónde están en este debate los empresarios, especialmente los hosteleros que viven del buen nombre y de la buena imagen de las playas de la bahía de Alicante y a los que un accidente de mediano alcance supondría un antes y un después para sus propios negocios, para su propia existencia? ¿Dónde están los profesores de instituto, los sindicatos, los partidos políticos, el movimiento vecinal, salvo las escasas 3-4 asociaciones allí representadas que llevan años luchando casi en solitario contra el monstruo?
¿Dónde están —seguimos—, qué piensan, todos ellos? “Somos 15 o 20 personas las que llevamos adelante todo esto y, la verdad, estamos cansadas y casi no podemos más”, se pudo oír en la reunión a la portavoz de una de estas asociaciones que sí están. Era un sonoro SOS, alertando de que las fuerzas escasean y el trayecto se hace ya demasiado largo y penoso. Muy especialmente por el tan escaso acompañamiento de a bordo.
Y es que, claramente y de llevarse a cabo el macro proyecto, la salud de quienes habitan —habitamos— la ciudad estaría siempre bajo amenaza de una explosión, accidente, casual o no, similar a las ocurridas en Cuba, Gibraltar, Terrasa, Poitries, la del propio puerto de Beirut de hace tres años (¿alguien recuerda?), ese largo listado de variadas y recientes explosiones y accidentes sufridas en diversas partes del mundo por instalaciones similares a las que se proyecta en el Puerto de Alicante y que nos enseñan las verdaderas garras del peligro.
Y también, dato nada menor, por el incesante tráfico de macro buques petroleros gigantes por las aguas de la propia bahía, con el evidente riesgo de una colisión o accidente y su consecuente chapapote de contaminación de sus aguas y playas. Como lo sería el desfile de cientos de camiones (más de 400 se calcula) que cruzarían a diario algunos de los barrios y calles de la propia ciudad con sus secuelas de contaminación y riesgo añadido.
Hoy, ayer, anteayer, lo escribíamos antes, se hace difícil imaginar Alicante sin su puerto, sin esa puerta de entrada por donde penetraron las ideas liberales y de la Ilustración, ideas que, de alguna manera, propiciaron que la ciudad fuera a lo largo de su historia una isla de modernidad, también una puerta por donde algunos cientos de republicanos pudieron escapar de la ratonera del fin de la Guerra Civil y de una muerte segura al final de la II República.
Pero no es menos cierto que, a veces, por esa misma ventana, por esa misma puerta, se colaron las bombas que tantas veces quisieron someterla, que convirtieron su hermoso mar en cementerio para quienes huían de la barbarie, un poco también lo que sucede ahora, que pareciera que un puerto, un cuerpo extraño donde hay casi tantos cargos políticos y vasallos de los cargos como trabajadores (49 directivos, 44 trabajadores, 8 administrativos) puede seguir funcionando a veces al margen de las leyes y, sobre todo, del interés general.
Hace veintitantos años la presión y protesta ciudadanas mantenidas durante años obligaban a las administraciones a la retirada de los depósitos gigantes de Campsa de este mismo puerto. ¿Cómo es posible que la pesadilla vuelva? ¿Permitirán Alicante, sus gentes, que aquella imagen y aquella amenaza, multiplicada ahora por tres o cuatro por tamaño, aplaste el futuro? Esas eran otras de las preguntas que de alguna manera revoloteaba también en el acto aquí referido y que están a la espera de respuestas.
Guerra Civil, II República, administraciones irresponsables y nada sensibles a las justas reivindicaciones vecinales y al prestigio y potencial turístico de la ciudad de Alicante, compañero con vocación periodística…
Pero resuelve mi ignorancia y mis dudas, por favor, sobre el color político de las administraciones responsables, en el pasado, hoy y en el futuro, de la desidia e inacción que denuncias con toda razón…
Gracias
Un abrazo, Pedro J Bernabeu
Pedro J Bernabeu, me temo que en este potencial desastre del que deberíamos estar avisados todas y cada de las administración y de colores políticos diferentes tienen alguna responsabilidad en cualquiera de las diferentes esferas que hay en nuestro país, ya que por algunas de sus decisiones u omisiones son en parte corresponsales del desaguisada y del punto de no retorno al que nos acercamos; cierto que unas más y otras menos, pero un poco como el viejo dicho «entre todas la mataron y ella sola se murió», o sea que…