Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

Los peligros de la hiperinformación: la sociedad transparente

Fotografía: Pikisuperstar (Fuente: Wikimedia).

Al igual que en los días de viento donde las nubes van pasando sin dejar casi lluvia, asistimos impertérritos a la visualización de las pantallas digitales donde las noticias se suceden sin impregnar nuestro conocimiento. Vivimos en una sociedad hiperinformada, donde las noticias aparecen y desaparecen de manera espontánea y dejan de seducirnos por la saturación de nuestro intelecto. De este modo, los contenidos se convierten en efímeros porque su repetición continua penaliza la memoria histórica. Son los riesgos del tiempo en directo que elimina la distancia enunciativa y narrativa. Los medios compiten por la exclusiva, aunque las redes sociales o los portales informativos se actualizan continuamente y se anticipan. Si hasta hace solo unas décadas medios como las radios o las televisiones controlaban estos tiempos, la red virtual les ha substituido y transmite con una inmediatez impresionante lo que está sucediendo en cualquier parte del mundo.

Esta velocidad y simplicidad provoca que gran parte de los enunciados informativos sean crípticos e incomprensibles. Nos hemos acostumbrado a leer solo titulares, sin esperar al desarrollo de sus contenidos. La hegemonía del directo que tenían las televisiones, por ejemplo, a través de los concursos, los partidos deportivos, las galas o los informativos, ha desaparecido. Eran los tiempos en los cuales los espectadores mantenían su preponderancia un tiempo después a partir de los comentarios y del desarrollo del tratamiento de sus temas en la prensa escrita u otros medios. Se fidelizaba una audiencia que podía alargarse varios días sobre los datos ofrecidos o la exclusiva abordada. Por el contrario, en la actualidad, asistimos a lo que la investigadora catalana Ingrid Guardiola denominaba “etern retorn” en el ensayo L’ull i la navalla. Un assaig sobre el món com a interfície (2018):

“Què fa que quan tornem a veure els informatius ens sembli que no ha passat el temps?”.

“Qué hace que cuando volvemos a ver los informativos nos parezca que no ha pasado el tiempo?”.

Los hechos relatados en los informativos se repiten: política, guerra y espectáculo. Asistimos sin rechistar a unas estructuras de programa que apenas se modifican, de manera que cambiamos de conflicto bélico, de discusión entre partidos o de desavenencia entre personajes públicos con cada café con leche que tomamos por la mañana o el plato de cuchara de cada mediodía. Nos hemos acostumbrado a las inercias del directo, a la velocidad y caducidad de unos hechos que se relatan de manera espontánea y cíclica.

¿Habéis observado que quienes se encargan de presentar los informativos, cuando se despiden, nos invitan a encontrarnos de nuevo en el mismo lugar y a la misma hora? Como una especie de acto programado que cada día se repite sin más, sin opción a cambiar de formato y con la seguridad de repetir un esquema de contenidos similar, donde la única novedad es la apariencia o el vestido que llevarán estos presentadores. Del mismo modo, se nos asegura que “lo contado” se ha hecho con la mayor transparencia, sin subjetividad aparente, cuando la mera selección de contenidos ya es en sí una muestra de parcialidad. Cada medio elige sus temas a desarrollar, ofreciendo una priorización según unos intereses particulares que no siempre obedecen a esa pretendida objetividad.

El filósofo coreano Byung-Chul Han apuntaba en su libro La sociedad de la transparencia (2012) que solo es por completo transparente el vacío:

“La sociedad de la transparencia no solo carece de verdad, sino también de apariencia”.

Para desterrar este vacío se pone en circulación una gran cantidad de información a través de imágenes y de textos locutados o escritos. De esta manera, el incremento de datos impide una visión clara y simplificada de la realidad. A mayor cantidad de noticias, percibimos una mayor complejidad en la interpretación de nuestra cotidianeidad. Frente a ello, nos bloqueamos o, como mínimo, nos inmunizamos en la recepción de contenidos. Dejamos de tener interés por la evolución de un conflicto concreto o de una serie de acontecimientos que han pasado a formar parte de nuestro día a día. La novedad, la primicia, deja de serlo para transformarse en un objeto más de la decoración de nuestro mundo exterior. Como apunta Byung-Chul, “la hiperinformación y la hipercomunicación no inyectan ninguna luz en la oscuridad”, sino más bien al contrario, inyectan neblina en nuestra voluntad de intentar comprender los factores que modifican diariamente nuestro entorno.

Un exceso de transparencia informativa, concretado con una avalancha de datos que aportan todos los datos sobre la noticia, provoca la construcción desmedida de la igualdad. Todo hecho expuesto parece igual al anterior y provoca la extenuación de quien recibe la información a través de cualquier medio tradicional o digital. El espectador, lector u oyente transparente es el nuevo habitante de un mundo surcado en todas direcciones por la red donde recibe sin pestañear una ingente cantidad de datos procedentes en muchos casos de acumulaciones de egos desmedidos que intentan proyectar su punto de vista o su interés personal. Fomentemos, pues, unos receptores de la información críticos que sepan analizar los datos ofrecidos y construir su visión individual y personalizada de la realidad que les rodea. Este es el reto, sin ninguna duda, de una sociedad hiperinformada que va perdiendo el sentido de lo acontecido.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

Comentar

Click here to post a comment