Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

Obreras

Mujer aparadora (Fotografía: Tony Sevilla).

Durante la transición política, mediados los setenta y en adelante, las mujeres trabajadoras,  junto a algunas que estudiaban en universidades o institutos, casi todas ellas jóvenes, desarrollaron un papel muy intenso y combativo en las manifestaciones “legales” e ilegales que se sucedieron casi a diario en nuestra ciudad industrial y zapatera por aquella década esperanzadora. María Espinosa, Magdalena y un montón de mujeres más iban en cabeza por las calles céntricas de la ciudad, en primera línea de porrazos de los “grises”, exigiendo con los puños crispados amnistía y libertad para los presos políticos de entonces.

En las fábricas de calzado, de tejidos o talleres de aparado, cuando despedían a algún trabajador o trabajadora, eran las mujeres las más echadas para adelante, reivindicando su admisión o la huelga total, hasta que la persona expulsada fuera admitida en su puesto anterior de trabajo. No hay que olvidar que las mujeres nacidas a mediados del siglo XX trabajaban desde niñas, la mayoría antes de tener la menstruación torturadora, que a muchas les impedía incluso asistir al puesto de trabajo. Eso las curtía profundamente. Estaban preparadas mucho mejor que los hombres para el dolor y la lucha por un mundo más justo para todos; y muy concienciadas, en su doble condición de explotación como obrera y como mujer.

El cuerpo represivo policial las golpeaba igual que a los hombres y no por ello se arredraban, al contrario, respondían valientes y activas a sus porras flexibles como víboras. Algunas corrían de la mano con sus parejas introduciéndose por las callejuelas colindantes y angostas compartiendo el peligro y las ideas. No eran heroínas de ficción, sino de una realidad viva y consecuente con las ideas y anhelos de una juventud que quería decidir su futuro. Eran los últimos estertores del franquismo, ya sin el dictador, pero con el aparato represivo intacto a todos los niveles: ¡ELLAS creían en su lucha!, y no cejaban en su empeño de darles un fuerte golpe a la sartén para “volcar” la sociedad con sus intereses creados por una minoría.

Entonces se creía en los sindicatos, aún sin legalizar, como lo estaba el clandestino  P.C., con un sinfín de siglas incalculable que iban emergiendo como champiñones en las cuevas húmedas de la historia. Fue un aluvión incontenible, una hermosa moda, como ocurre con todo lo que parece “novedad”, y de ese suceso puntual no estaba nadie ileso, a todos nos salpicaba esa atractiva convulsión del “cambio” de régimen. O sea que había de todo en la viña del diablo. Tiempos de militar en partidos políticos y sindicatos, como la C.N.T., que también se llenó de mujeres jóvenes muy activas, procedentes, así mismo, de la industria y la enseñanza. En ese tiempo, Elche tenía muy pocos estudiantes, era una ciudad dormitorio que había crecido por y para el currelo de la gente, sobre todo inmigrantes de varias zonas de la península como Extremadura, Murcia, La Mancha, la Vega Baja y, sobre todo, Andalucía, que se llevaba la palma verde del palmeral ilicitano. Las mujeres no olvidaban sus lugares de origen, lo llevaban con orgullo grabados en su piel ibérica, en su lengua y acento. Y no aportaban solo trabajo, sino sabiduría, conocimiento y evolución positiva para integrar y engrandecer la ciudad y su gente autóctona de lengua valenciana, que siempre respetaron hasta hacerla suya, transmitiéndola a sus hijos e hijas como una riqueza más de la especie humana. Las mujeres obreras, luchadoras incansables para transformar una realidad que no les gustaba, lo mismo participaban en manifestaciones y huelgas contra un sistema político y social que no les gustaba, que bailaban frenéticas el Rock de la cárcel, cantado por Miguel Ríos o las rumbas de “Los Chunguitos” en las discotecas más modernas del momento.

Muchas de ellas compaginaban —y siguen compaginado, desgraciadamente— el trabajo del hogar, los hijos y la fábrica. O peor todavía: la torturadora máquina de aparar afincada en la casa, sin horario previsto ni esperado. Las mujeres obreras no quieren monumentos del martirio que sufrieron, sino realidades prácticas y visuales que las rescaten de siglos y milenios de esclavitud y abuso, sin que exista un país, todavía, que las respete como se merecen. Porque las aparadoras, que siguen actualmente trabajando en sus hogares, son el gremio más explotado de toda Europa, sin que hasta la fecha, ese conflicto  de la mujer, en permanente esclavitud, se haya resuelto favorablemente para ellas. Las mujeres todavía constituyen una fuerza viva, social y laboral del cincuenta por ciento que tiene que acabar de despertarse masivamente de ese largo letargo del patriarcado y sus consecuencias de doble explotación y asesinato.

Antonio Zapata Pérez

Mi nombre es Antonio Zapata Pérez, nací en Elche, en 1952. De poesía, tengo publicados 13 libros de distinto formato y extensión, que responden a los siguientes títulos por orden de publicación: "Los verbos del mal" (1999), "Poemas de mono azul" (1999), "Rotativos de interior" (2000), "Lucernario erótico" (2006), "Cíngulo" (2007), "Haber sido sin permiso" (2009), "Recursos" (2011), "101 Rueca" (2011), "El callejón de Lubianski" (2015), "Poemas arrios Prosas arrias" (2017), " Los Maestros Paganos" (2018), "Espartaco" (2019) y "Zapaterías" (2019). También publiqué un libro de artículos periodísticos autobiográficos titulado "Lontananzas", editado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, así como una antología de poesía, elaborada por el poeta e investigador alicantino Manuel Valero Gómez, junto a otros tres poetas alicantinos, denominada: "El tiempo de los héroes". Además, he colaborado en una veintena de libros colectivos y he publicado una novela titulada "La ciudad sin mañana" (2022). Actualmente trabajo en un libro de relatos, su título es "Solo en bares".

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