Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Palabreando

EnVienados

(Fuente: Freepik).

Sí, lo sé, la semana pasada se me perdieron las letras y no aparecí, como semanalmente hago, pero, sin motivo de excusa, que lo es, estaba de viaje de novios, de novias o como se diga, ahora que parece que hay palabras que duele escucharlas, o escribirlas o, incluso, leerlas cuando sobre todo quieren decir, más o menos, nuevo. Y ya, como eso de nuevo en el amor parece que suena a “ya no hay, mira en las rebajas, o en el rincón de las tiendas de segunda mano”, o lo que sea porque el amor, al parecer ya no es un artículo de lujo, ni de romanticismo, es un artículo que sale en las páginas de esas de relaciones: “X se encuentra a menos de un kilómetro de ti y quiere ¿?. Pero ahí jamás se escucharán del mismo modo, por ejemplo, canciones como Me cuesta tanto olvidarte o Han caído los dos, o bueno la canción de Sabor de amor, que uno pensaba una cosa y cuando escuchó a Javier Ojeda, cantante de Danza Invisible, explicar el sentido vaginal de la canción pues que, eso, que uno era en su época un empanado y un adolescente sin tarjeta, ni móvil, ni tanta tontería ni leyes, pero bueno es lo que hay. Se disfrutó tanto como Reina del Caribe que era una máquina tragabolas, lo dejo ahí. Volvemos al tema. Viena.

Sí. Viena. Viaje de novios. Mola, pero es otra manera de entender el mundo. A nivel mecanizado, de organización, de programación, de un tranvía que dice que sale a las 9.12 y sale alas 9.12, que no 9.13. Sí. Espectacular. Impecable. Y estoy por coger el diccionario de sinónimos y escribir un montón de palabras referentes. Diccionario de ideas afines mejor que el de sinónimos. Bien.

A partir de ahí. O de allí. Nadie habla español, ni les preocupa demasiado. Ni francés, aunque digan que sí que uno habla francés y no. Inglés, sí. Bueno en un par de tiendas de souvenirs sí que encontramos un par de personas que eran latinas, pero españolas de España nos cruzamos con un par de turistas que opinaban parecido y chimpún. Todos correctos. Venga. Explicaciones las justas. Los edificios, impresionantes. Los monumentos “molan mazo” que diría el súper Camilo Sesto. El arte, la cultura, Klimt para mí, lo más de siempre con su inmortal beso (a ver uno ya, inevitablemente, y después de toda la descarga mediática, ve un supuesto Rubiales que le hizo a la chica el chico del cuadro; ya como se nos ha cambiado la métrica de casi todo… que cada cual opine libremente, si es que ahora se puede claro).

Pero a mí todo eso pues bueno, que uno tiene que cuidar la salud, yo apenas y no es culpa de nadie, comí salami italiano en Austria de un Spar (casi todo es Spar). Todo lleva o leche, o huevo, o gluten, o frutos secos, o trazas y, claro, cuando uno es alérgico a todo eso, y más en sus combinaciones, y no es vegano pues o come filete (cruzado siempre), que cuesta una pasta, o pescado (cruzado siempre), que no existe por norma general en las cartas de Viena. Pues que la gastronomía será exquisita, sin duda, pero que hay quien no puede elegir demasiado, que poder adquisitivo también cuenta, no nos vengamos arriba que está el McDonalds de toda la vida que siempre te saca de un apuro por mucho que critiquemos la comida rápida.

Pero luego llega el rollo indicaciones. Me explico. Vas a la oficina de turismo y, esto es real, nadie te entiende (yo no hablo inglés, pero es la oficina de turismo que aquí en España los requisitos son de lo más), tampoco les duele esforzarse porque no lo hacen, salvo alguna excepción, y te mandan a la otra punta de la ciudad de donde tú habías pedido información. Es cierto. Soy muy respetuoso con los profesionales del turismo pero, tan sólo, pedimos dos direcciones y acabamos en la otra punta de la ciudad, que el idioma hace mucho, sí, que las ganas de comunicarse en otro idioma que no sea el alemán también y pocas, salvo excepciones, traductor de Google mediante.

Fotografía: Erik (Fuente: Wikimedia).

Entras al hotel, para hacer el checking que volvemos a lo mismo que es decir que llegas, “¿spanish?”, que ya te sale el personal modo estúpido propio Google, en lugar de decir “¿español?”. Pues no. Te miran con cara de no tengo tiempo de perder el ídem en traducir “has pagado, calla, pues toma tu tarjeta de habitación y tira para arriba que no sabemos tu idioma pero que te vamos a cobrar la estancia en el justo momento”. Luego también hay gente que mola, por supuesto, de todo hay en la botica de la abuela.

A ver, Viena es una ciudad clásica. Bonita. Técnicamente perfecta. Culturalmente, abrumadora. Emocional. Pagas 50 céntimos por hacer pis en casi todos los lugares por llevar suelto “españoles por el mundo”. Sissi emperatriz y su loft molan tanto como medio Alfonso El Sabio o más. Todo es espectacular. Es lo que esperas a modo arquitectónico y turístico pero, bueno, algunos somos como los zumos que te bebes de buena mañana, que te gusta que te entre, cale, que la gente sonría y sea dulce, vea que te cuesta, que te haces entender a pesar de no tener ni idea del idioma. De bueno te sale un profesional de la hostelería y te la intenta colar en un café pensando que eres idiota.

Vuelvo a la mía. Uno, por suerte, por desgracia o por lo que sea pues bueno tiene muchas intolerancias, ojalá no las tuviera pero bueno, puede comer lo justo, insisto “patinetes para la tercera edad” (no viene al caso pero lo reivindico) y más menús para alérgenos huelga ya, pero que un camarero te sirva un pan con cereales, te diga en inglés (era italiano, no de los que llevaban la cinta en el pelo en los 90 en la playa de San Juan: Voy Voy, La escollera, Calígula entre otros) era rollo “molo en Austria, que seguro que te entiendo por la similitud del idioma pero paso” que sólo tienen ese pan, que no les queda más, pues le dices que lo siento pero que no lo puedes tomar, te lo retira y ¡vaya! casualmente te aparece con otro más seco que la mojama y cuando te vas al baño de pis de 50 céntimos ves que tienen pan del día y están haciendo bocatas de los vegetales de esos del menú de las fotos tan chulas y que para ti, según él, no había otro.

Es como ese momento en que vas a comer a un centro de atracciones, dicen que el más antiguo de Europa, chulísimo por cierto, vete a saber si es verdad o no o te da igual que ya estás allí, dices “¡venga! esta gente come cuando nosotros nos acabamos casi de levantar las persianas”, que no hay allí, pero da igual, te pones el mono rollo europeo, por mimetizar, y pides y aparecen las avispas.

Sí. Para mí Austria, y de modo anecdótico y en plan siempre de cachondeo, es el país de las avispas. Estar comiendo y espantando avispas con la carta del menú a dos manos es de película de cine y ahí va mi marca registrada. Yo no hablo inglés y de repente me sale decirle al camarero “very wasp” y el camarero, en un revés de tenis profesional me suelta “very garden” y en ese momento no sabes si sacar tu educación, que siempre triunfa, que dice mi cuñado “clase siempre en todos lados”, o pegarle dos cortes gardensss made in Spain porque no has podido comer por culpa de las avispas que se colaban en los vasos de la bebida y comida pero que bueno en casi todos los monumentos, museos, lugares, lo que sea, había avispas y no haces más que espantarlas pero que, insisto, volvería, pero ya preparado o con el traje propio del apicultor, con un matamoscas o con un “flis” alerta avispas.

Fotografía de Katzenfee50 (Fuente: Pixabay).

Bien, momento llegada a Madrid estación Chamartín. Tu tren sale a las 18.00 h y, vaya, casualmente se demora, pero se demoran todos de repente sin razón aparente ni, por supuesto nadie sabe nada, y te ves allí enmaletado, después de tres horas de vuelo al que hubiste de llegar al aeropuerto de Viena para el checking destino Madrid, donde las chicas de Iberia no hablaban español, aunque el vuelo era a España —sí, ridículo éramos casi todos españoles pero ni “pum” del idioma patrio—, donde has tenido que llegar dos horas antes, y dos horas antes has tenido que pillar el tren que va al aeropuerto y una hora antes has tenido que bajar a la recepción donde nadie te entiende y, por ende, has tenido que madrugar dos horas antes más y al parecer tú eres el único que lleva el horario europeo, porque todo es a la “tragalá” que ahora uno entiende al pobre coyote del Correcaminos siempre estampándose contra todo y tratando de llegar a su hora y a su momento. Y certificado estrés. “Coyote pasa del Correcaminos y píllate un patinete”.

Insisto, el viaje una maravilla y más si es de viaje de novios, pero uno cuenta lo anecdótico y me salvó la cantidad de grupos de turistas que no te dejan ver las obras del Belvedere, ni ninguna otra, porque están apiñados al mogollón y no se mueven y tú intentas pasar y ver el cuadro de Napoleón, bueno una de las cinco versiones claro, así como de lado y, con toda seguridad, habremos salido en cientos de selfies con lo que eso de la protección de datos me suena tontada. Espero al menos haber salido favorecido en algún Facebook o Instagram internacional. No tengo Twiter, así que paso.

Por cierto, queja total, sólo se ve el canal de TVE y el canal de 24 horas TVE y siempre lo mismo, o el documental del señor mayor que te enseña que antes se comía una planta para matar los bichos malos del organismo (no recuerdo el nombre) y que ahora se emplea para fumigar y que, vaya, se prohibió de repente su ingesta en los humanos porque era nociva — normal, no quiero pensar en qué momento se dieron cuenta pero me lo imagino— , lo de la reunión del Feijóo y Sánchez y lo de Rubiales y la Hermoso. Y no hay más en español que rueda que te rueda.

En cuanto a las latas de cerveza de medio litro, ahí tienes que pedir la caña pequeña porque la grande es bestial y todo es carísimo. Un café de esos fríos, 7 euros allí, aquí 1,65. Sí, ahora alguien saldrá con que eso es Europa como si esto fuera… bueno las comparaciones siempre han sido odiosas.

Todas las embajadas una pasada, había una que hacía esquina y daba bueno algo de pena, como un edificio después de la guerra y una tormenta de arena que no han adecentado, no voy a decir a quién pertenecía la bandera. No lo duden demasiado y aciertan. También tenían otro edificio molón y blanco nuclear, pero bueno llama la atención.

Me quedé con las ganas de pedir un cartel de George Michael del concierto 25 Five que vi en un establecimiento, que uno tiene su corazón friki pero bueno, al siguiente viaje, que volveremos.

La gente va en bici como si no hubiera un mañana y los coches circulan por encima de las vías del tren. Vamos, imagínate aquí un coche encima de la vía del Tram. Luego llegas a casa y te cambia el semáforo del Tram a rojo justo cuando el tranvía está a medio metro del semáforo y es real porque me ha pasado a mí que, de lo contrario, no lo cuento.

¿Que volveríamos? ¿Que lo pasamos genial? Por supuesto. ¿Que hemos regresado con un nivel de estrés por encima de la media porque trabajas al día siguiente y la necesaria credencial de la Conselleria de Educación decía una cosa y era otra y no la tenía nadie porque había que descargarla de otra página? Pues también. ¿Que normal que a uno se le caiga el pelo de tanto alboroto? Obvio, que dicen mis alumnos.

Pero que al fin y al cabo uno cuenta cosas para sacar sonrisas, contadas de aquel modo, que bueno, que ya que he hablado de canciones románticas, que uno también es de esa época, que leyó poesía española y es amante de Cyrano de Bergerac y que, al fin y al cabo, las letras son como un puzzle infinito que cada cual ordena a su parecer, a su torpe parecer, pero no hay mayor torpeza que equivocarse todo el tiempo y que la persona que esté a tu lado vea esa torpeza como el cielo donde colgar el sol, la luna y cada una de todas sus estrellas.

Que ustedes lo lean, lo pasen y lo paseen bien.

Bruno Francés Giménez

Escritor de serie B.

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