Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

«Lectures d’estiu» (V): personas como yo (notas sobre la rumorología)

¿Hasta qué punto tenemos tendencia a identificarnos con los personajes de una novela? ¿Qué grado de simbiosis asumimos como cierto y cuál como ficción? ¿Es mérito del autor o de la autora que lleguemos a ese punto de coincidencia? La empatía que sentimos como humanos entre nosotros nos lleva a este tipo de coincidencias que se desarrollan con unos seres de ficción que reflejan aspectos de nuestra existencia. Así, podemos proyectar nuestras propias experiencias y sentimientos a través de ellos, una afinidad frente a unos personajes con los cuales compartimos circunstancias y pensamientos internos. Todo ello puede conllevar un cierto efecto catártico de manera que podemos vivir en nuestra mente sus aventuras o sus problemas emocionales sin correr riesgos reales. Seguramente esta es una de las bases de coincidencia de los asistentes a los clubs lectores, donde se concreta un sentido de pertenencia a una comunidad que comparte unas reflexiones y discusiones sobre los personajes y sus acciones. Unos protagonistas que se exhiben, que se muestran como son, mientras que nosotros, los lectores, nos quedamos en una cómoda segunda fila inmersos en nuestro anonimato.

Personas como yo es el título de la novela que el escritor norteamericano John Irving publicó el año 2012. Su protagonista, William Abbott, Bill, rememora su vida a los setenta años, una existencia marcada por sus vivencias bisexuales que se convierte en un recorrido por la historia de la sexualidad de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX. La reflexión sobre la literatura y el acto de leer también centran buena parte de su obra: “la primera vez que quise releer una novela”. El protagonista lee y relee compulsivamente, siendo consciente de los prejuicios sobre este acto de revisión de una lectura anterior. He seguido firme en su defensa, en tanto que esta novela, traducida al español nada más se publicó originariamente, ha servido para que diez años después cayera de nuevo entre mis manos. Así, he podido recuperar el sentido de provocación de su título.

Una historia como esta, con los personajes que la desarrollan, difícilmente puede llevar a la identificación del lector si no es que ha vivido unas experiencias similares. Es la relativización de los acontecimientos y la naturalidad de su tratamiento lo que permite esta posible semblanza con uno mismo. En la obra de Irving asistimos a la relación de experiencias que concretan una vida, con un cierto carácter iniciático: “sentía un cansancio extremo: es agotador tener diecisiete años y no saber quién eres”. Una frase con la que sí es posible encontrar una cierta identificación, una conexión intensa con las dudas propias de nuestra adolescencia. El escritor norteamericano construye una identidad ficticia con referencias no implícitas de su propia experiencia pero que atrae al lector a espacios de identificación residentes en su memoria: “uno puede aprender mucho de sus amantes, pero —en general— conserva a los amigos durante mucho más tiempo, y aprende más de ellos”. Un debate entre la pervivencia de las relaciones de pareja y las de amistad que puede estar presente en cada uno de sus lectores y de sus lectoras.

Una obra, pues, que lucha contra los estereotipos de género y de opción sexual, con frases lapidarias como la respuesta de la Srta. Frost, la bibliotecaria transexual con la que Bill quiere tener relaciones: “Querido mío, por favor, no me etiquetes, ¡no me conviertas en categoría antes de conocerme!”. Todo un canto a la libertad personal sin valoraciones externas ni prejuicios que delimiten su existencia. Irving busca reforzar en su novela la proximidad con el lector a través de la interacción y de las referencias directas a este. Tal vez buscaba, a diferencia de otras novelas suyas, entrar en nuestras conciencias, hacerse próximo, para poder abordar algunos temas de reflexión y compartirlos: “tampoco olvidemos que la rumorología no se interesa por una historia si no va acompañada de sensacionalismo; a la rumorología le trae sin cuidado la verdad”.

Esta es, pues, la paradoja, utilizamos la ficción para entender la realidad, cuando esta primera no deja de ser una falsa existencia que puede conducirnos a dar por buenas construcciones imaginarias. Del mismo modo se construyen los rumores, para distorsionar la verdad y forzar el desarrollo de los acontecimientos. Una pregunta final, por lo tanto, que nace en mi mente: ¿por qué el ser humano, que tiene la capacidad de construir mundos irreales de gran verosimilitud como son los literarios, puede diseñar rumores o falsas informaciones que, siguiendo los principios de la verdad, condicionan y obstaculizan el desarrollo de su entorno? ¿Somos una especie maléfica por naturaleza o simplemente llevamos al máximo nuestras capacidades inventivas? Dejo la respuesta para mis lectores, entre los cuales —parafraseando el título de Irving— me encuentro muy a menudo personas como yo. Una apreciación fantástica, así no me siento solo en mis reflexiones veraniegas…

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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