Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Verano, Madrid, Ibrahima, Puigdemont

Ibrahima Balde y Amets Arzallus Antia. Fotografía de Maddie Ane Txoperena Iri (Fuente: Wikimedia).

Verano. Hace calor. Sí. Incluso, mucho calor. Todo parece como fuera de sitio, pero las rutas a primeras horas y un libro, Hermanito: Miñán, ayudan a desbrozar el desastre, dan como un respiro. Es la historia, el viaje, contado en primera persona, de un joven guineano, Ibrahima Balde, escrito por Amets Arzallus Antia. Uno, el primero, emigrante, nacido en un pueblecito de Guinea Conakri exactamente; el otro, periodista y voluntario en horas perdidas de una pequeña ONG de ayuda a los emigrantes, español, vasco por más señas, que se encontró en las calles de Irún con la historia y que ya no la pudo abandonar. ¿O fue al revés?

Lejos de allí, pero cerca de la historia del propio Ibrahima, Madrid, donde también —se supone— es verano, se oye un ruido palaciego de fondo. Dicen que es la Política con mayúsculas, pero no está claro. Al menos no del todo. A ratos, ves los noticieros, se oyen debates, discusiones. La pelea entre un murmullo sobre un ayer al que no quisiéramos regresar y un mañana que no sabemos descifrar aún. Tiempo de cambio. Algunos nombres. Un tal Puigdemont, fugado en Waterloo, centra casi todas las conversaciones. Las que se dicen y las que se callan. Cosa extraña, surrealista. Un punto estrafalario todo.

Y, de pronto, ¡paren las rotativas!, otro nombre. Francina Armengol, expresidenta balear, derrotada el 28M, elegida ahora presidenta del Congreso —tercera autoridad de la nación—, en una suerte de negociación de infarto. O eso dicen. Eso cuentan, en un pacto con el prófugo de la justicia al que otros llaman preso político, el tal Puigdemont, putxi para los más amigos.

Vomitan también esos mismos noticieros y algunos avezados analistas de Palacio que es el primer paso para no tener que votar otra vez. No sabemos. Otro 23J podría ser demasiado. O no. ¿Quién sabe? Aplausos de unos. Duelo al sol de otros. Feijóo —otro nombre— sale con mala cara. Silente. Como sin saber. Titulares extraños, confusos. Hablan de bloque progresista y meten en el zurrón a los siete de Junts, los hijos del fugado. ¿Progresista Junts? ¿Progresista el PNV? Si hasta ERC… Las palabras ya casi no valen nada. O quizás no nos entendemos con ellas. Nos traicionan sin nosotros saberlo.

¿Las condiciones? ¿La tramoya de ese pacto en la madrugada? Se habla —mucho— de lenguas, de amnistía para los próceres del procés, para quienes siguieron el engaño. Se habla también —mucho— de identitarismos varios, de plurinacionalidades varias, de diversidades, de esencialismos, cosas que tantas veces más separan que acercan, de esas cuestiones que tanto cuestan de entender si no eres de la tribu; se habla también de idiomas que existen y de otros que medio existen.

Eso sí, también es cierto, que en ese rumor pegajoso de verano y de calor sobrevenido se habla mucho menos de lo que importa a mucha de la gente que anda con la soga al cuello. De lo relevante, de lo que acerca. Menos del futuro de los que no tienen futuro. De gentes como Ibrahima, al que el mismo Papa Francisco ha puesto como ejemplo para entender. Poco también de los jóvenes, de educación (bueno de educación sí, pero solo si están las lenguas por medio). Poco de sanidad, de trabajo, de justicia. Menos aún de pobreza. Todo esto está como oculto. Como que no cuenta.

Primero lo que importa. Las identidades. Luego, ya veremos. Todo lo demás relegado a la fase II. Porque esto de ahora, se supone, solo es primera parte. Veremos.

Sigue el verano. El calor aprieta. Las cenas con amigos, con la familia, esponjan el panorama. De vuelta a las páginas de Miñán-Hermanito, lo ves claro. Lo suyo sí que es Política en mayúscula: Jugarte el pellejo desde que sales de tu país, Guinea Conakri, a la búsqueda y rescate del hermano pequeño. Un camino empedrado de riesgos, una prueba de multiculturalidad, de multilingüismo, cruzando desiertos infinitos, de pies hinchados, de sed cuando ya no hay sed, de torturas, de países que no son países, de mafias por todos lados, de naufrag en mediofrancés, de policías corruptos, de dinero que no hay, de hambre, de miedo, de muerte, de bosques para ocultarse de las sombras, de “programas” en barcazas asesinas hacia Europa. La vida cuando la vida no vale nada.

Y sí, hay que reconocerlo, desde esa atalaya, desde las páginas de este extraño y hermoso libro, ese siseo palaciego de voces que llega desde Madrid, esa neblina de declaraciones que anticipan un futuro de incertidumbre, queda lejos. Muy lejos. Apenas un eco. Como quedan lejos Barcelona y esos personajes ensimismados con su único juguete, con sus amnistías, sus divisiones, sus edulcorados y aburguesados supremacismos propios de zonas altas, embadurnados de falso progresismo y esgrima de salón. Sonrisas que hielan.

“Estoy en Europa pero yo no quería venir a Europa”, nos dice Ibrahima Balde, nos cuenta Amets. Su sueño —lo dijimos antes— era perseguir la sombra de su hermano pequeño, desaparecido, él sí, en busca de un futuro que ya no será, como miles, millones, de hermanos. Y cuando en una entrevista en El País Semanal le preguntaron al propio Ibrahima qué esperaba del futuro, solo dijo: “Que la salud de mi madre mejore. Aunque lleves a hombros a tu madre hasta La Meca no habrás pagado ni un céntimo de lo que ella hizo por ti”. Eso dijo. Sigue el verano. El calor va y viene. Más de lo segundo que de lo primero.

Y es que, a veces, parece que la realidad que duele estuviera en libros como este, y la falacia, el engaño, la mentira, pertenecieran más a quienes habitan y negocian ese futuro que ya no existe en el Reino de Madrid, ese lugar donde todo tiene apariencia de realidad, pero que, quizás, quizás, solo sea el decorado para otro reality más. Magia de funambulistas. Trileros de la palabra. Y donde su reina, su verdadera reina, una tal Ayuso, parece, ella sí, andar estos días de veraneo. Silencio que anticipa muerte.

Madrid, ese extraño lugar donde Ibrahima trabaja ya en un taller mecánico. Fin de la historia. O no. ¿Habrá segunda parte?

Pepe López

Periodista.

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