Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

«Lectures d’estiu” (IV): el exhibicionismo como base de la socialización

Fotografía de Rawpixel (Fuente: Freepik).

¿Por qué en nuestro vocabulario el exhibicionismo tiene un sentido peyorativo? ¿Por qué mostrarnos o compartir nuestro trabajo puede entenderse como una acción de un exceso de ego hacia nuestro entorno? Cierto es que uno de los sentidos derivados en nuestros diccionarios apunta al aspecto de una perversión consistente en el impulso de mostrar nuestros genitales, pero exhibirse es algo tan sencillo como manifestarse o mostrar en público. Seguramente en medio de estas dos acepciones, la más generalista y la más perversa, se mueve el sentido del concepto de artista que uno de los escritores contemporáneos más polémicos de las últimas décadas, el francés Michel Houellebecq, ofrece en El mapa y el territorio (2010):

«siempre llega un momento en el cual sientes la necesidad de mostrar tu trabajo al mundo, no sólo para obtener su juicio como para tranquilizarte a ti mismo delante de la existencia de la obra hecha, e incluso de tu propia existencia; en el seno de una especie social, la individualidad no es más que una ficción breve”.

El artista, el escritor, el periodista, el investigador, el productor de una mercancía, ¿muestra su trabajo o lo exhibe? ¿Lo comparte para reivindicar su calidad y su genio o porque se encuentra en su razón de ser elevar a colectivo lo que es en principio individual?

La novela de Houellebecq va más allá de la reflexión interna de un pintor; el vacilante Jed Martin, frente a un escritor que comenta su obra, el mismísimo autor de la novela se convierte en un personaje satirizado en la novela. Houellebecq se ríe de sí mismo y crea el protagonista artista para contraponer la base de la creación literaria o artística: la necesidad de compartirla y de exhibir la genialidad del producto compartido. ¿Es lícito, pues, sentirse orgulloso de nuestra creación y hacerla pública? Cuántos autores en potencia no se han atrevido, tras unas cuantas negativas editoriales, a seguir en su empeño. Cuántos artistas plásticos han apartado su camino de innovación tras algún fiasco en galerías de arte —cuando estas existían— o la no aceptación por la crítica. Si persisten en su dedicación acaban optando por la autoedición o por el camino artístico hacia lo llamado comercial. Arte y literatura sin alma, sin capacidad de selección crítica. Se muestra, no se exhibe, se hace público con desgana, con la voluntad de marcar terreno y recordar su existencia. ¿Estamos, pues, en una situación cercana al sentido peyorativo del concepto de exhibicionismo antes referido?

Que tengamos tendencia a hacer públicos nuestros logros o creaciones no es extraño. El ser humano es por naturaleza social. Necesitamos la interacción con otros individuos de nuestra especie para nuestra supervivencia y evolución. Buscamos un reconocimiento o un estatus dentro de nuestra sociedad. Con su aprobación, validamos nuestros progresos y conseguimos aumentar nuestra autoestima y percepción de superación. Necesitamos expresarnos a través de nuestra vestimenta, nuestro aspecto y, si somos creativos, aquello que hemos producido con nuestras manos o nuestra mente.

El sentido perverso de mostrarnos es la voluntad de intentar influir en los otros. En algunos contextos profesionales o políticos, a través de los medios y las redes sociales, la visibilidad puede llevar a una mayor capacidad de penetración de sus ideales y de poder. Del mismo modo, la visibilización hasta la saciedad de algunos elementos de riqueza, estatus o belleza física suelen tener intereses comerciales o de manipulación del público receptor.

Mención aparte puede tener también la exposición permanente de algunas personas, especialmente los más jóvenes, en sus redes sociales. Exhiben sin impunidad la imagen de ellos que quieren ofrecer, solo sometido a parámetros físicos o de aspecto en general. Un mercantilismo corporal que se acerca al sentido más cruel del exhibicionismo de las novelas de Houellebecq. Porque para frenar ese posible desgaste de mostrarse como se quiere ser se intenta disimular en muchas ocasiones con reflexiones baratas de carácter profundo o incluso más espiritual. ¿Son conscientes estos jóvenes que lo que versan en sus redes pervivirá mucho tiempo en la red? ¿Saben que sus cuerpos envejecerán, sus mentes ampliarán su conocimiento y tal vez, cuando quieran borrar el rastro, les acompañará durante mucho tiempo?

Dice Houellebecq en la novela que durante esta semana ha sido mi punto de atención que

«la belleza de las flores es triste porque las flores son frágiles, y están destinadas a la muerte, como todo en la Tierra».

Todo se acaba, incluso lo más bello. Por eso mi defensa del exhibicionismo: mostremos cómo somos y lo que creamos sin tapujos, sin vergüenza. Si no es aceptado o reconocido, el receptor se lo pierde, porque habrá perdido la oportunidad de recibir nuestro tesoro más preciado: lo que somos y lo que queremos compartir. ¡Palabra de exhibicionista!

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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