Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Palabreando

Desaplicado

Fotografía: Clay Banks (Fuente: Unsplash).

Siempre trato de tirar de recuerdos o vivencias personales porque, de ese modo, la peña no se raya con que estoy criticando a modo general, tan solo expongo circunstancias y hechos que uno ha vivido e, importante, en el momento y del modo que las vivió, evidente y completamente diferente para cada persona, animal o cosa.

Verano. Llevo toda la vida, casi toda, viviendo en la Playa de San Juan, cuando la carretera de entreplayas no tenía ni luz, solo las del Il Paradiso y las del Playboy que, cuando volvíamos a casa con mis padres en el Renault 12 ranchera amarillo, nos hacían gracia los dibujos de la decoración de Il Paradiso (Amaral y su desnudo ya viene con retraso porque el dibujo de la chica ya iba en tetas y en hoja de parra) y el conejito del Playboy. No le veíamos más sentido. A ver, éramos niños de los de antes, no de esos de ahora que con 12 años pagan en los centros comerciales con tarjeta de crédito o con el móvil. No sé pagar con el móvil, soy demasiado viejo, pero claro, luego pasa lo que pasa.

Momento centro comercial. Él quinceañero, ella quinceañera. Lugar: una tienda de carcasas de móviles. El chaval quiso hacerle la educada gracia y comprarle a su amada una carcasa, o ponerle un protector de pantalla y de regalo no sé qué daban por algún euro más. Pago con el móvil: imposible. Tira de tarjeta: no iba. Total, al final, y como casi siempre, comodín de la llamada al padre/madre para pedir explicaciones y más rojo que un tomate. La aplicación debió de fallar o vete a saber. No sé cómo acabó la historia, pero de ahí, resuelto el problema técnico, pasarían a cualquier tienda de ropa a pagar y comprar como si no hubiera un mañana, una ropa que era la que yo usaba en mi juventud.

De los padres ni se sabe ni se les espera. Cartel parental de no molestar, solución: niños con tarjeta. No pasarían de los trece, como mucho catorce años. Van al pediatra, que es el médico para niños, pero bueno, el mundo gira de ese modo. Por cierto, las camisetas de los Guns and Roses, Metallica, Kiss, Ramones y de ese rollo que llevaban las diferentes tribus urbanas de la época, hoy en día se venden como camisetas en tiendas de cualquier marca de las que todos conocemos y de cuyo nombre no vamos a acordarnos. Por cierto, un detalle interesante: este tipo de camisetas que acabo de nombrar se venden más en tiendas de chicas que de chicos, en las de chicos suele ser más rollo superhéroes y de dibujos animados como el pato Lucas, el Minecraft o Popeye. Cada cual que reflexione lo que quiera, pero volvamos al tema.

Fotografía: Artem Beliakin (Fuente: Unsplash).

A mí y a mis hermanos nos daban una moneda de quinientas pesetas —sí, existían— y con eso teníamos que coger el C1 o el C2, pagarlo —ida y vuelta—, no había bonobús, y consumir algún refresco en horario de autobús. Tampoco existía el búho bus pero, aunque hubiera existido, en casa a las 22.00. Toda esta aventura con quinientas pesetas, que al cambio son tres euros. Ahora coge tres euros, te da para una barra de pan y un «curasán» (croissant para los expertos en idiomas). Y vivíamos y sobrevivíamos sin aplicaciones.

Ahora todo va con aplicaciones.

Aplicación es un software diseñado para cubrir una tarea concreta dentro de un dispositivo electrónico, tablet o móvil (me lo he copiado de Google).

Sin aplicación ahora parece que no se puede vivir. Tu vida puede no tener sentido, pero sin aplicación de móvil ten por seguro que no lo tiene: para pedir cita en un hotel, para pagar un vuelo, para reservar en un restaurante o para estar en una piscina (resorteando) y poder pedir lugar para cenar o para tomar una copa en la misma piscina; por supuesto, para las cajas de ahorro, para cualquier tipo de movimiento bancario o cajero o transacción. En dos días no podrás pedir una horchata sin usar la aplicación. Y dicen que eso es el futuro y la modernidad. Que Dios nos pille confesados.

El otro día fui a por un par de bolsas de patatas fritas en un lugar de esos de comida rápida y nombre en inglés (beacheando). Dos bolsas de patatas porque mi mujer y su hija estaban en la playa y digo: va, de camino para casa pillo dos bolsas y una botella de agua. No tenía la aplicación del establecimiento. No llevaba la tarjeta para pagar en los paneles del Minority Report y pedir un menú como Tom Cruise encontraba a los malos antes de que cometieran el crimen, pues aquí igual, pides todo y lo pagas antes de que te lo sirvan. Hice cola. Sí. Cola. En eso que se llama mostrador. Y pagué las patatas y la botella de agua. Y me dieron un papelito con un número. Y miré la pantalla. La miré. Mucho. Mucho. Mucho rato.

Fotografía: Luis Villasmil (Fuente: Unsplash).

Mi última visita en urgencias del hospital en el que estuve de espera dos horas fue más corta. Me atendieron antes allí donde la aplicación es una pulsera que te dan en el triaje y te mandan a mirar la pantalla hasta que te toque. El caso es mirar una pantalla. Valoran tu gravedad y le ponen un color. Como el higrómetro del fraile del tiempo que mide la humedad y, dependiendo de ésta, anticipa el tiempo con su vara de medir desde lluvia hasta seco, pues aquí igual, te hacen un mini test y, dependiendo de lo grave que te vean, te ponen un color u otro. Como te pongan el color azul puedes llevarte la tarta de tu cumpleaños, porque los vas a cumplir en la sala de espera. Todos. Luego la gracia está en que te ponen en la pantalla, según el color, el tiempo aproximado de espera para entrar y, aquí es donde se da la máxima, como en el tiempo de la lavadora y la secadora, que el tiempo es relativo y un minuto pasa en tres. Es rollo «vamos a hacer que no te desesperes, pero lo vamos a conseguir, te vas a desesperar». Yo siempre pienso que podrían poner una peli y cuando vayan llamando que la corten como en los anuncios de la tele. Total, si está la máquina de la Coca-Cola y la de las patatas. Aquí no hay aplicación todavía, pero la habrá y tendrás que poner tú qué dolencia tienes, la gravedad de la misma, los síntomas que tienes y ya, de pago será el color. Es como lo de llamada del médico por teléfono. Si al menos fuera videoconferencia podría entenderlo, pero podría ser el médico, el amigo o el repartidor de pizza que pasaba por allí, porque tú, en el fondo, no ves a nadie y con decir que eres el sustituto, apañado. Te encuentras débil, mareo, sequedad en la garganta. Receta. Una mediana de carne con barbacoa, fingers y agua o coca-cola, ¿tiene cambio? Llega en veinte minutos.

Sí, suena a cachondeo, pero no es tan disparatado. El otro día acudí a acompañar a un familiar a un centro de salud. Llegamos a las 9.30 h. Sacamos número, el 996. Iban por el 925. Ahí no se aplica ninguna máxima. No hay aplicación para ese despropósito. Y los números de urgencia se sacan como el resto. Es decir, puedes estar esperando con el 987 con un dolor de tripa que te mueres y el 934 iba a preguntar para pedir cita para consulta. Que sí, que todos somos iguales, pero eso quiere decir que hemos dejado de ser humanos y nos peleamos por un número como si estuviéramos en la cola del pescado o de la carne de cualquier supermercado. El número es lo que importa, no la persona, con lo que la evidencia está clara, somos tan solo un número en una fila de una máquina. Y lo tenemos asumido sin ningún tipo de revolución mental. Me faltan 75 números, pero aquí estoy con cien mil de fiebre, que nadie me va a dejar pasar. Es la cruda realidad.

Fotografía: Andrik Langfield (Fuente: Unsplash).

Lanza a favor de los que están en esos centros trabajando. Paciencia infinita y trato exquisito porque hay que tener lo que hay que tener para aguantar el comportamiento de muchas personas que bueno, lo dicho, cada vez más inhumanas. Y diré más. Vi una cosa que jamás creería en esta vida que viera. Había una persona cogiendo el teléfono. ¡Sí! Ese teléfono que nunca nadie coge cuando estás tú llamando durante horas y horas y días. Pues allí había una persona haciéndolo. Fue como encontrar agua en el desierto. La vi. Allí. Delante de mí. Como cuando ves a los Reyes Magos en la cabalgata de Navidad y te lanzan el caramelo y matas por llegar a ese caramelo que no te compras en un paquete de un euro donde van cien, pero no, ese caramelo lanzado por el rey Gaspar es el bueno y ahí vuelves a dejar de ser humano y te conviertes en una bestia parda que lucha por él como lo más importante que pueda existir, eso sí, para los de mi generación nada es comparable como cuando ibas a la playa y la avioneta de Nivea pasaba y tiraba la pelota. Ahí ni tiburón, ni megalodón. Esa pelota la ibas a pillar porque caía del cielo, o eso o los cómics, o los paracaidistas de juguete. Te jugabas la vida por algo así porque la avioneta del Gallo Rojo solo anunciaba a Raphael, a Rocío Jurado o a Eugenio y sabías que esa no tiraba nada y la playa sin la avioneta que tira chorradas no era la misma. No perdamos la fe en la llamada, no; aunque sea telefónica. Existe esa persona que coge el teléfono. A ti, no. Pero siempre te la puedes pedir para Reyes. Me pido la persona que coge el teléfono en el ambulatorio.

Y ya que estamos con lo de la playa y las avionetas. Momento piscina comunidad.

Vuelvo al pasado. Antes a los niños se les dejaba ser niños. Me explico. Con mesura y educación y respeto tú jugabas en la piscina al balón volea, a matar con la pelota, almorzabas, lo pasabas bien y no molestabas a nadie. Sí que es verdad que tus padres estaban pendiente de ti. Ahora no. Ahora todo está prohibido.

No pelota. No animales (lo entiendo). No flotadores. No comida. Prohibido fumar. Nada de cristales (también lo entiendo). Recuerdo un pub de Alicante centro que en el baño tenía un cartel encima del váter que ponía “no echar nada dentro”. Era como incitar a mingitar (miccionar, mear) en el suelo. Aquí lo mismo. Lo más gracioso es que cuanto más prohíbes, la gente pasa y, no ya solo los niños, ni los adultos hacen caso y todo se convierte en una sublevación acuática. Aquí sí, aquí pasamos de las reglas, pero el problema es que enseñamos a los menores a que tampoco las respeten y luego no quieras que te hagan caso si ni tú mismo eres capaz de respetar las propias normas y conductas mínimas de convivencia. Aplicación para los padres que pasan de sus hijos (y patinete para las personas de la tercera edad, es mi reivindicación de siempre, menos bonobús y más patinete para ellos).

Fotografía: Roberto Nickson (Fuente: Unsplash).

Y bueno, luego está el tema bañadores, bikinis e hilos. No voy a entrar en ningún rollo de libertad sexual, libertad para la mujer, para el hombre, todo me parece bien, pero en una comunidad de propietarios, donde hay desde niños hasta ancianos, cada cual con la respetuosa educación de su generación, tampoco estaría mal que existiera un poco de cuidado, sobre todo por ellos, porque parece que toda ropa vale y un poco de decoro, esa palabra que parece maldita o represora o tabú o prohibida en estos tiempos, tampoco estaría mal, insisto, en según qué momentos y con qué público se podría llevar cierto tacto, pero eso ya cada cual. En el fondo creo que soy yo el desaplicado.

En fin. Que ustedes lo lean, lo pasen y lo paseen bien.

Bruno Francés Giménez

Escritor de serie B.

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