Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Cultura

Decálogo para deshacerse de una biblioteca

Fotografía: Cristina Llorens Estarelles.

Parece que a Libros no le va nada mal con el proyecto #librosaLibros para la creación de su biblioteca, y el eco de la noticia le ha reportado tantas simpatías como libros, viendo cómo, poco a poco, van llegando las cajas desde todos los puntos de España y las estanterías se van llenando con la generosa solidaridad de cientos de lectores.

Sin embargo, deshacernos de nuestros libros no fue nunca tarea fácil. Somos conscientes de que no hay más que echar un vistazo a nuestra biblioteca para darnos cuenta de que tenemos muchos, demasiados libros. Pero no encontramos en esa sencilla certeza ninguna razón de peso que justifique deshacernos de ellos, de algunos de ellos, ni de un par de ellos. De hecho, ninguna razón que justifique deshacernos de ninguno de ellos. 

Porque nos sobran libros en casa y porque merecen una vida mejor que la sola función de salvarnos de nuestra soledad, de recomponer la nostalgia de los años y las lecturas pasadas, me voy a saltar las recomendaciones oficiales del expurgo, la norma no escrita que pide la tradicional «lista de lecturas» para un verano lector, la ética profesional del trabajo que me paga la hipoteca, mi propia tendencia de compradora compulsiva de libros, y les voy a ofrecer una perspectiva diferente.

Decálogo para deshacerse de una biblioteca

1. Si es posible, pídale a alguien que lo haga por usted.

2. Elija bien a esa persona: alguien a quien esté dispuesto a seguir queriendo ¡a pesar de todo!

3. Si no encuentra a nadie, póngase manos a la obra (a la «des-obra») empezando por lo más fácil: seguro que tiene ejemplares repetidos, alguna de esas obras fundamentales que leyó en una edición de viejo cuando no tenía para más y que, años después, pudo comprar en cartoné, con guardas doradas e ilustraciones a color. Debe deshacerse de ella. De la de las guardas doradas, por supuesto.

4. Si tiene libros suyos, de su autoría, quiero decir, no sólo de su propiedad, que también lo serán, regálelos, hágalos circular, sin modestia, con la vanidad justa para afrontar la crítica y con la idea clara de que, a quien los regale, también un día se deshará de ellos. Escriba, entonces, una dedicatoria impersonal, una de esas «a … (sólo el nombre, sin apellidos, es más probable que así olvide quién era exactamente esa persona) estos versos, con todo cariño», y su firma de «momento firmas», esa que se hace con la mano muy suelta, casi sin rozar el papel y sin consignar la fecha. De esta forma, cuando se dé una vuelta virtual por los «iberlibros» o «todocolecciones» que inundan la red, le será más difícil reconocer ese ejemplar de su obra que una vez perteneció a quien consideraba un buen amigo.

Fotografía: Cristina Llorens Estarelles.

5. Si le piden un libro en préstamo, reafírmese en el bonito arte de regalar. No lo dude, mejor regalar que prestar. Con los libros pasa como con el dinero: sólo se puede prestar un libro cuando estás dispuesto a perderlo, cuando no te importa perder a quien se lo has prestado, o cuando estás dispuesto a seguir queriendo a esa persona aunque nunca te devuelva el libro. No se arriesgue, no preste libros. Si son buenos (¿cómo podrían no serlo siendo suyos?), no volverá a verlos. Si son malos, tampoco. Regálelos. Si son buenos (¿cómo podrían no serlo siendo suyos?), tendrá amigos rendidos a los pies de su biblioteca para el resto de su vida. Si son malos, habrá conseguido deshacerse del libro y, quizás, si es malo, también del amigo.

6. Si, por el contrario, al deshacer su biblioteca descubre, agazapado entre los suyos, un ejemplar en préstamo, no lo dude, deshágase de él sin falta. Si fuera un préstamo de una biblioteca, devuélvalo, por favor. No sabe en cuántos aprietos se encuentran las bibliotecarias cuando deben dar cuenta de los libros desaparecidos, ellas, que los regalarían todos, apuradas por uno más – uno menos, en el inventario anual, y la vida desbordada entre los corsés de la CDU. Sin embargo, si se tratara de un préstamo personal, no lo devuelva. Déjelo correr, el libro, y el asunto. Si aún conserva al amigo, es porque es de los que practican el punto anterior y, en ese caso, devolverlo podría ofenderlo. Si no conserva al amigo, ¿por qué habría de conservar el libro?

7. No le dé una biografía al libro. Si escribe todos esos pequeños detalles sobre el cómo, con quién, dónde o por qué lo compró, robó, recibió como regalo, nunca podrá deshacerse de él. Sí, lo sé, pone «robó». ¿Acaso no conocen ustedes a nadie que haya robado alguna vez un libro? Tengo una amiga que, con absoluta impunidad, afirma hacerlo de vez en cuando en casa de sus amigos. A veces, cuando he acumulado muchos libros, la invito a casa y la dejo en el salón mientras me entretengo en la cocina más tiempo del que realmente requiere mi escasa maña culinaria. Al marcharse, evito el contacto visual con ese paquetito perfectamente ordenado, atado con una cinta, que lleva entre las manos. Cuando cierro la puerta, miro aliviada la mesa del sofá, suspiro profundamente e imagino esa nueva vida que acabo de ofrecer a mis lecturas, y a mi amiga. Otras veces, sin embargo, le sugiero que quedemos en un bar ¡o en casa de otros!

Fotografía: Cristina Llorens Estarelles.

8. No escatime, en sus lecturas, las notas al margen, ni los comentarios al pie, ni las marcas, signos y señales que la lectura apasionada nos pide muchas veces. Todo ello enriquecerá el libro y al futuro lector. Hágalo con letra clara, en lápiz o boli de tinta azul o negra. Nunca en rojo, no es su labor corregir, sino añadir, completar, aportar. Quizás un día ese ejemplar vuelva a usted y pueda descubrir, y descubrirse, no sólo en el texto oficial, sino también en todos los comentarios. Eso sí, tenga en cuenta que el descubrimiento no está exento de riesgo, puede ser para bien, o para mal, no hay garantía de satisfacción.

9. Sea escrupuloso con la selección. Al elegir los libros de los que va a deshacerse, mírelos con atención, con espíritu crítico. No todos los niños son guapos, ni todos los libros están en buen estado, aunque a los padres siempre nos lo parezcan. Imagínelos en otras manos, bajo la mirada de otros ojos quizás más severos, o más sensibles, a los que las páginas dobladas, las esquinas golpeadas, o los restos de arena del verano aquel junto al mar no les parecerán un romántico recuerdo.

10. Si aún le quedan dudas, piense en la brevedad de la vida, en que el mundo es ansí, ancho y ajeno, en la insoportable levedad del ser humano sobre la tierra, en este mundo de intereses creados, en el que sin el dolor no habríamos amado, ni hay razón que no sea razón de amor, y en el que Dios dejó a la mujer sin Edén y, vacío el Edén, nunca pudo escribirse ya, detrás de los espejos, la verdadera historia de una anatomía, porque «todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra». No los condene a cien años de soledad. Deles, pues, a sus libros, una segunda oportunidad.

Fotografía: Cristina Llorens Estarelles.

Ahora ya no tiene excusa: adéntrese en la innoble tarea de deshacerse de algunos ejemplares de su biblioteca siguiendo estos sencillos pasos. Piénselos formando parte de una nueva biblioteca. Imagínelos leídos por nuevos lectores. No necesitará nada más para convencerse.

Cristina Llorens Estarelles

Bibliotecaria de la Escuela Europea de Alicante.
Subdirectora de Documentación Instituto Juan Gil-Albert (2015-2019).

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