Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Debatiendo

Con los pies de barro

Fotografía: Josh Applegate (Fuente: Unsplash).

Leemos en la Biblia, en el Libro de Daniel: “Tu mirabas —le dice el profeta al rey Nabucodonosor— y estabas viendo una gran estatua. Era muy grande y de un brillo extraordinario. La cabeza de la escultura era de oro puro; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus caderas, de bronce; sus piernas, de hierro y sus pies, parte de barro y parte de bronce. Entonces una piedra, no lanzada por mano de hombre, se desprendió y dio sobre los pies de la estatua y quedó destrozada. Todo se vino abajo, el oro, la plata, el bronce, el hierro y el barro se desmenuzaron juntamente y fueron como tamo de las eras en verano; se los llevó el viento. Nada quedó de la estatua”.

Una piedra no lanzada por la mano, sino por el maligno, es la tentación que Dios permite y a la que todos estamos expuestos. La estatua pudiera ser la imagen de cada cristiano, sacerdote o laico, con una inteligencia de oro que nos permite conocer a Dios en la persona de Cristo; un corazón de plata con una inmensa capacidad de amar; unas piernas de hierro, la fortaleza que nos dan las virtudes humanas y sobrenaturales… Pero los pies los tendremos siempre de barro, con la posibilidad de caer y que todo lo bueno de nosotros se convierta en polvo que se lleve el viento, especialmente si olvidamos esta debilidad del ser humano, de la que, por otra parte, tenemos sobrada experiencia.

Escribo este artículo a propósito de los sacerdotes quienes, también, cometen errores como hombres que son, aunque consagrados, son humanos al fin y al cabo y muchas veces no tenemos en cuenta que, como el resto de los mortales, caminan por la vida… ‘con los pies de barro’.

Hay voces que sugieren que serían más perfectos si no tuvieran que vivir el celibato. El celibato sigue siendo querido por la Iglesia latina para todos aquellos que reciben el orden sacerdotal. Es una renuncia al matrimonio y a la paternidad biológica por el reino de los cielos. El celibato sacerdotal, de hecho, constituye una peculiaridad de la Iglesia Católica, peculiaridad que la Iglesia está decidida a perseverar. A pesar de los diversos síntomas de debilidad y crisis, los sacerdotes son conocedores de que llevan el tesoro del celibato —en razón de su dedicación plena a sus hermanos fieles laicos— en ‘vasos de barro’, pero igualmente saben que su renuncia al vínculo conyugal y a la paternidad, su celibato apostólico es, efectivamente, un auténtico tesoro.

El sacerdote, renunciando a la paternidad propia de los esposos, busca otra paternidad: la de su espíritu, la de los hombres confiados por la Iglesia de Cristo a su cuidado. Esos hombres, hijos espirituales del sacerdote consagrado, son mucho más numerosos de lo que puede abarcar una simple familia humana y, consecuentemente, tanto el presbítero como el obispo deberán dedicarles mayor atención y tiempo, puesto que cada uno de los hijos de Dios en su Iglesia esperamos de ellos atención, prontitud y amor. Así pues el corazón del sacerdote, para estar disponible y ser apto a semejante servicio, a esa solicitud de amor, debe ser libre. El celibato sacerdotal o es el signo de una libertad o no es nada; no sirve para nada.

En la Iglesia (la Iglesia somos todos, no sólo el Santo Padre, los obispos y los sacerdotes) hemos de defender, a pesar de los pesares, el celibato de los sacerdotes como un don particular de la Iglesia latina, que “viene de arriba, del Padre de las Luces”, como señaló, hace veinte siglos, el apóstol Santiago. (Carta, capítulo 1, versículo 17).

El celibato sacerdotal es comparable a unas alas que permiten a los ministros de la Iglesia transmitir la doctrina de Dios por todos los ambientes de la tierra. Las alas (también las de las águilas majestuosas que se elevan hasta donde no alcanzan las nubes) pesan y mucho. Pero si faltasen no habría vuelos por encima de las nubes, sino bastante más bajo. No se debe pensar en resolver las dificultades de la escasa cantidad renunciando a la calidad y rebajándola. No podemos nosotros debilitar esta fe y esta confianza en el celibato sacerdotal con nuestras dudas humanas o con nuestra pusilanimidad.

José Ochoa Gil

José Ochoa Gil es abogado y colaborador de “La Verdad” y el seminario “Valle de Elda”, y en Alicante con la revista trimestral “Punto de Encuentro”, editada por CEAM Parque Galicia.

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