Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Palabreando

Resorteando

Fotografía: Fabio Fistarol (Fuente: Unsplash).

No sé si ustedes saben lo que es un resort, bueno pues así a groso modo es como un hotel en el que, además de alojamiento y buffet (bufé), te proponen, en teoría, un espacio de relajación, actividades lúdicas, multiaventuras y situaciones de índole parecida. Resumiendo, vas a ir a descansar a un sitio donde puedes emplear todas las palabras menos precisamente esa, descanso. Una especie de campo de concentración del disfrute con horarios para casi todo y donde el nivel de estrés puede superar incluso la adjudicación de plazas para el cuerpo de maestros de este año.

A estos lugares apacibles donde solo hay gente, y más gente, y mucha más gente de todas las nacionalidades, donde si hay una piscina para entrar a las 10:00 horas, toda esa gente se pone en cola a las 8:00 para pillar hamaca como si no hubiera un mañana. Se suele ir con la familia y, voy a ser más preciso, se suele ir con niños. De modo que niños más resort no cabe de ningún modo en el significado descanso, ni relajación, ni reposo. Bueno si a reposo lo llamamos muerte, sí, es lo más cercano de ver la luz al final del túnel.

Si los niños son tuyos, pues mala suerte, y si son de los demás, pues muchísima más mala suerte, porque los niños y las niñas no tienen cansancio y salen de debajo de las piedras. Y claro, al tuyo le puedes decir «echa el freno», pero que no se te ocurra decir nada al resto que te buscas un lío por mucho que corran sin mirar, no respeten el espacio mínimo vital, aunque coman en tu toalla, tiren patatas al suelo, pasen por encima de tus bártulos, empujen a otros niños; bueno, la mitad ni te entienden porque como no son de nacionalidad española, sólo te mirarían mientras el color de su piel va, de manera camaleónica, pasando de blanco a rosa, ese rosa de «hoy no vas a dormir niño, que claro, como tus padres están tumbados con su refresco y tú campas a tus anchas bajo un sol abrasador y sin ningún adulto pendiente de dónde te encuentras, cuando vuelvas a la hamaca familiar ya eres gamba y por mucho que te unten a crema para tratar de devolverte a ese color blanco cal con el que llegaste, pues todos los que somos de zona de playa sabemos que los milagros a Lourdes y sólo pareces a las 21:30 horas un niño untado en mantequilla».

Fotografía: Kaboompics (Fuente: Pixabay).

Lo primero que hay que tener en cuenta es que vas a andar, mucho, pero mucho, mucho y al sol, con lo que el calzado es fundamental porque todo es cemento. En estos sitios todo es cemento con ansia de calor y donde si pones una olla puedes asar caracoles. De la comida hablaremos en un rato. Lo segundo es que tienes que llevar no calzado, sino mucho calzado y mucha ropa. Porque cada actividad requiere su propio calzado y vestimenta con lo que, ya de entrada, vas para dos días con equipaje de toda una vida.

Estos sitios suelen ser caros porque ya de entrada te están avisando, dándote pistas por si te quieres echar atrás, rollo «el que avisa no es traidor». Y vas a pagar y este va a ser tu primer sufrimiento, luego ya llegarán los demás cuando realices el registro in situ, si bien ellos lo llaman check-in, pero que vamos, para los de antes: llegar al mostrador y firmar como que ya llegaste y te sonríen, «disfruten de su estancia» y es ese tipo de sonrisa que es obligada, cortesía de la casa, que es lo único gratis que te va a salir, el resto ya está abonado.

Luego te suelen recoger con una especie de coche de campo de golf (carente de intermitentes-offtermitentes) para llevarte a tu estancia porque, claro, el equipaje de toda una vida puede dejarte sin la tuya a medio camino entre la salida de la recepción y allí donde quieras que te has alojado, que siempre es lejos, con la sensación de que el volcán Pompeya está entrando de nuevo en erupción justo detrás de ti.

Vuelvo a reivindicar, mucho tema con lo de las bicis de alquiler, pero no patinetes para la tercera edad. Cursos avanzados de cómo pasar totalmente de las zonas destinadas para tal fin, de cómo conducir un patinete con cascos de música o hablando por el móvil, de cómo transitar en dirección prohibida de modo impune, de cómo casi poder atropellar al tranquilo viandante o, entre otras muchas asignaturas posibles, cómo llevar a toda una familia en un solo patinete con la bolsa de la compra. Innecesarias ya las autocaravanas o los coches familiares rollo Renault 12 ranchera amarillo como el que tenía mi padre y donde escuchábamos música de Elvis, The Beatles, Lone Star, Los Bravos Black is black… que eran en inglés y no las entendíamos, pero eran en inglés. Ahora la peña canta en algo parecido al español y tampoco lo entendemos. Antes teníamos excusa, ahora tenemos un idioma maltratado a nivel fonético. Es lo que hay, que nos salimos del tema.

Fotografía: mrkt (Fuente: Pixabay).

El caso es que te vas a esa zona de toboganes acuáticos y sabes que la piscina está aquí, pero que la subida a la escalera de los toboganes se encuentra allá; que sí, que entiendo que ha de tener su longitud el tobogán y que ya que tu caída a la piscina va a durar unos diez segundos, al menos que se te haga largo el recorrido desde tu toalla hasta que llegas a la cima de esas construcciones que, porque son el parque de agua que casi te has comprado, porque en una situación normal no se te ocurre subirte a esa torre de madera tambaleante llena de gente y más descalzo que John McClane en Jungla de cristal. No nos olvidemos de los niños y niñas sin control parental colándose por en medio de todas y cada una de las filas. Y así, pues puedes pasarte tres horas y cinco días, que habría compuesto Sabina si hubiera acudido a estos lugares, que lo dudo mucho, pero que nunca se sabe, aunque como él, sea verdad o mentira, lo niega todo, pues eso.

Y aún faltan las actividades que suelen ser por la tarde y por la noche. En estos sitios hay desde espectáculos en vivo que son geniales, a zonas de videojuegos, pistas de pádel —no quiera Dios que falte el pádel o puede armarse la de san Quintín—, de fútbol, rocódromo, algunos tienen tiro con arco, con rifle, gimnasio, juegos de agua, pistas de patinaje, para que te hagan trenzas de colores, tatuajes, tiendas de recuerdos, spa que de toda la vida es ponerse en el chorro de la piscina, pero a lo bruto. Sin embargo, hay una cosa que me llama poderosamente la atención de estos lugares vendidos como espacio de relajación: no hay libros. No hay zona de biblioteca, seguro, porque en esta sociedad que vivimos relajarse o pasarlo bien pasa más por la zona de bares, que de eso hay a patadas, que la multiaventura que puedes realizar leyendo un libro. No busquen, no hay zona de libros. Han de llevarlos ustedes.

La zona del buffet o bufé; ese lugar, paraíso para algunos y algunas, donde con un solo plato y un vaso te lo puedes comer y beber todo las veces que sean necesarias sin ningún tipo de medida, como las bacanales romanas pero todavía más.

Fotografía: Ulysse Pointcheval (Fuente: Unsplash).

Hay de todo y se va reponiendo sin descanso. El lugar ideal para, si no llevas cuidado, fomentar la gula y donde te das cuenta de que hay padres que, como en Charlie y la fábrica de chocolate, lo de la dieta sana pasa por una niña de cinco años con un plato de alubias, dos salchichas, un plato de churros, jamón, huevos fritos, huevos revueltos y de postre del desayuno un par de gofres repletos de chocolate; el vaso de leche que no falte. También está todo lo contrario, por supuesto, pero aquí se pierde el control con la clásica frase “por un día tampoco pasa nada.”

Y luego está el tema de las intolerancias y alergias. Es cierto que siempre existe la típica tabla informativa donde el servicio se preocupa por ti. El trato en estos sitios suele ser exquisito a todos los niveles de los profesionales, pero recordemos que no son médicos y leen lo mismo que tú los ingredientes de los alimentos en el envoltorio, aun así, dependiendo del grado, hay quien tan solo puede comerse el plato y beber agua porque los alimentos suelen estar cruzados y, si no lo están, los comensales mezclan y utilizan las mismas pinzas para coger indistintamente de un lugar o de otro y ahí sí, la ruleta rusa puede jugar a tu favor, aunque nunca suele hacerlo. Creo que en este sentido se debería de evolucionar mucho más o dejar que entres tu propia comida y tus propios cubiertos, más que por capricho por necesidad y salud.

A la postre, salvando las cosillas curiosas, un lugar ideal donde pasar unos buenos ratos si te lo tomas con filosofía, paciencia por las infinitas colas para todo, mucha crema solar y donde de un modo u otro acabas achicharrado. Quizá un poco caro, pero donde las risas mientras caes al agua están aseguradas y donde una vez más vuelve a demostrarse que en una maleta donde has metido diez cosas al salir de casa, ahora tan sólo caben siete y apretujadas. Misterios para Cuarto milenio, como los corredores de calcetines amarillo fosforito subidos hasta la rodilla en pleno verano, pero eso ya lo abordaremos en otro artículo.

Por cierto, no suelen permitir mascotas, lo digo como nota informativa para los y las amantes de los animales. En fin que ustedes lo lean, lo pasen y lo paseen bien.

Bruno Francés Giménez

Escritor de serie B.

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