Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Esta película me suena

Eduardo Zaplana siendo ministro portavoz del Gobierno y de Trabajo y Asuntos Sociales en 2004 (Fotografía de Presidencia de Gobierno).

A veces es necesario escudriñar en la letra pequeña de los acontecimientos para entender el mar de fondo, para captar las corrientes subterráneas, para intuir de qué va la nueva película. Y si leemos esa letra pequeña, la de los nombramientos del segundo escalón en el Gobierno del nuevo inquilino del palau de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, aparecen ya algunos claroscuros, algunos nubarrones para la preocupación.

En el lado de los claros, de la confianza, les contaré que hace unos días leía con agrado en la página de Facebook de la excronista oficial de la Villa de Petrer, Mari Carmen Rico, una entrada para dar la bienvenida al reciente nombramiento del petrerense Paco Ponce como secretario autonómico de Sanidad, a los efectos número 2 en el escalafón de esta conselleria, una de las áreas que más presupuesto maneja y más incidencia tiene en la población según sea su labor.

Pues bien, curioseando en el citado hilo encontré, más allá de las previsibles palabras de enhorabuena que obligaba el caso, algunas voces que iban más allá, que daban algunas pinceladas y describían al personaje. Eran voces diversas y esperanzadas en que la gestión de este alto cargo y vecino suyo, vaya a estar presidida por la defensa de la sanidad como servicio público, en línea con lo que habría sido su biografía personal y su desempeño como médico de familia en el propio municipio. Eran, sinceramente, palabras alentadoras.

El secretario autonómico de Salud, Francisco Ponce (Fuente: Gobierno de la Comunidad Autónoma de Murcia).

No conozco a Paco Ponce, pero les confieso que fue reconfortante leer que personas de ideologías distantes —a algunas de ellas las conozco personalmente— mostraban públicamente su respeto y su sincero deseo de que la responsabilidad de este cargo pueda suponer una mejora en un negociado que a todos nos interesa vaya bien. Su paso durante los dos últimos años como gerente por el SMS (Servicio Murciano de Salud) parecen avalar esta esperanza. Era, sin duda, una saludable forma de ver las cosas, y ello pese a que en esta difícil tarea vaya a tener como jefe “a todo un experto en privatizaciones sanitarias” como es Marciano Gómez, conseller de Sanidad a la sazón, y uno de los ejecutores de la privatización encubierta de la sanidad pública en la época de Eduardo Zaplana.

Y por ahí, por el lado de la recuperación de la memoria de la época Zaplana se han empezado a colar algunos nombres de más que dudosa condición. En ese preocupante lado oscuro estaría el reciente nombramiento de Santiago Lumbreras como director general de Transparencia, un periodista que ha vivido a la sombra de los gobiernos de Eduardo Zaplana y que ha sido mano derecha allá donde el propio Mazón ha viajado (Cámara de Comercio, Diputación…).

¿Cómo puede el presidente Carlos Mazón nombrar para este puesto tan delicado —la corrupción crece cuando las sombras ocupan las estancias de lo público— a quien en su día y como director de Radio 9 fue presuntamente coautor de elaborar listas negras de periodistas desafectos con el PP, listas que abrían y cerraban el paso a contratos indefinidos en la plantilla de la extinta Canal 9, listas que cercenaron la carrera de grandes profesionales del periodismo? Algún caso conozco.

Sobre el particular es casi de obligada lectura la crónica de aquellos hechos y de estos días publicada recientemente por Rafa Burgos en el diario El País. Salvo, claro, que lo que se pretenda —y esa es la gran preocupación— esté bien alejado del deber de transparencia que lleva implícito el cargo, el deber, por otro lado, que toda administración pública debería tener con los ciudadanos, y el objetivo claramente sea ahora evitar que la información que comprometa corra libremente. Dicho nombramiento sería, visto en letra pequeña, como pretender mezclar el agua con el aceite en un mismo tarro. A la que dejes de remover vuelven ambos a su estado natural.

En el mismo terreno de esta cierta vuelta al oscuro pasado estaría ese otro nombramiento de Jorge Bellver, a quien el presidente de la Generalitat Valenciana acaba de nombrar director de Relaciones con Les Corts, pese a estar a día de hoy imputado por cohecho en ‘el caso Azud’. Y —añadimos— acusado, entre otras lindezas, de aceptar y recibir relojes de alta gama y otros regalos a cambio de propiciar, supuestamente, un pelotazo urbanístico en Valencia durante su etapa como concejal en el Ayuntamiento valenciano, un caso en el que un clásico como es el exedil Alfonso Grau en tiempos de la alcaldesa Rita Barberá, sería más o menos el capo de la operativa.

Jorge Bellver, en imagen de 2012 (Fuente: Wikimedia).

Ya sé, ya sé, que son éstos solo dos casos dudosos entre decenas de nombramientos de este segundo escalón, que son solo dos gotas, pero no es menos cierto que venimos de donde venimos, y que solo dos gotas pueden ser más que suficientes para enturbiar el agua mas clara y más transparente que se nos quiera preparar. Solo es pura física, pura química.

Y que en este punto —la lucha contra la corrupción y su hermana mayor, la transparencia— no solo es exigible el acierto al nuevo Gobierno, sino que habría una especie de obligación moral en tratar de seguir la senda abierta por el expresidente Ximo Puig. Los errores de cálculo en este apartado nos pueden hacer que, más fácilmente de lo pensamos, volvamos al pozo y al cenagal en el que tanto tiempo anduvimos, aquel que hizo que las andanzas y tropelías de algunos de nuestros más afamados representantes políticos (Rafael Blasco, Carlos Fabra, Ricardo Costa, Francisco Camps, Juan Cotino…) abrían y cerraban informativos nacionales con total descaro y desparpajo. Y no precisamente por sus aciertos en la buena administración de lo que es de todos.

Otro más. Aunque nada tenga que ver con los nombramientos de este segundo escalafón al que aquí nos referimos, que una de las primeras decisiones de la nueva alcaldesa de Valencia, María José Catalá, sea la de nombrar a la fallecida y antes citada Rita Barberá alcaldesa honoraria de la ciudad, es preocupante y sonrojante. Y eso a pesar de que lo llevara en su programa electoral, más cuando aún hay varios casos judiciales abiertos en los juzgados que afectan directamente a su gestión y a gentes de su equipo y entorno.

Y ya para ir terminando y en línea con el titular que enmarca este artículo —Esta película nos suena— son todos estos casos, estas decisiones, esta letra pequeña, los que, contrariamente al del citado Paco Ponce también del principio, nos hacen concluir con dolor y desgarro que la trama y personajes de esta película empieza a sonarnos a cosa vivida. Y que, desgraciadamente, otra vez, existe el peligro cierto de que el peor pasado también pueda ser parte del futuro.

Pepe López

Periodista.

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