Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Cultura

El caso del crimen de una niña en Sella que relató la prensa

Ilustración del libro "Pepa Rosa". Dibujo: Alfredo Martínez Pérez.

Ocurrió en 1919 y la trama acaba de recuperarse en un libro titulado Pepa Rosa, nombre de la niña que, con casi diez años de edad, salió de la casa que habitaba con su familia fuera del pueblo de Sella para ir a la escuela y no volvió. Hacía una semana que había entrado la primavera, y se sabe que el 28 de marzo Pepa Rosa Monerris Soler pensaba regresar antes de lo habitual para ayudar a su madre. Tras su desaparición siguieron unas jornadas de angustia, agravadas cuando el cadáver hinchado en avanzada descomposición apareció dieciséis días después en una balsa. La autopsia practicada en el cementerio en condiciones deficientes apuntó el estrangulamiento como causa de la muerte y descartó la violación. El padre percibió después, al velarla, sangre en el pelo que cubría una oreja, así como una herida en la zona. En realidad, la niña estaba desangrada.

¿Qué había ocurrido? ¿A quién correspondía la autoría de un crimen que iba a revolucionar la vida en un espacio rural, reducido, de mil seiscientos habitantes?

Ni las habladurías locales, ni las investigaciones que desaprovecharon pruebas —se lavó la ropa de la niña, no se consideraron objetos sospechosos encontrados—, ni las detenciones al recaer la acusación principal en una mujer enlutada, llamada Teresa la Loca, a quien habían visto esa mañana en el pueblo con una aguja travesera, luego más tarde con las manos ensangrentadas y que se convirtió, además, en sospechosa máxima porque un campesino declaró que vio de lejos a una niña acompañada por una mujer de negro que hizo que se escondieran ambas para evitar cruzarse en el camino con otras personas, ni el posterior juicio con una nutrida concurrencia testimonial, ni la amplia cobertura en prensa consiguieron esclarecer el suceso.

Todavía hoy sigue el misterio. Los acusados, en especial Teresa la Loca —que estaba detenida cuando apareció el cadáver y que pudo ser el chivo expiatorio que utilizaron los verdaderos implicados para desviar la atención— y familiares suyos, fueron absueltos y el tema pasó a ser un tabú en Sella. No se hablaba de él en público, tampoco llegaba a contarse mucho en privado, como reconocen quienes recuerdan que sus padres, coetáneos a los hechos, eludían comentar el suceso, perdiéndose con ello detalles de generación a generación.

La creencia predominante que quedó en el imaginario popular fue que a la niña pudieron asesinarla para usar su sangre como remedio supersticioso de curación de alguna persona enferma, posiblemente de tuberculosis y de posición adinerada, ya que fuera de la medicina oficial no faltaba quien creía en la sanación a través de un unto que se obtenía de sangre, grasas y vísceras, preferentemente de niñas. Es célebre en la literatura el cuento de Emilia Pardo Bazán «Un destripador de antaño», citado en el libro, cuya acción situó la escritora en los primeros lustros del siglo XIX en Galicia, en el que aborda esta siniestra práctica, alimentando el mito —o la realidad— de los llamados sacamantecas.

La prensa alicantina, sobre todo con la rivalidad periodística del diario republicano El Luchador y el conservador El Día, no fue ajena al asesinato ni al juicio, pero el caso no quedó confinado como noticia provincial. También la prensa madrileña —El Heraldo de Madrid, El Liberal, El Sol, La Correspondencia de España, El Imparcial, La Época— y la de otras regiones se interesó y siguió los acontecimientos.

Especial actuación tuvo como reportero de investigación el periodista Fermín Botella Pérez, que firmaba sus artículos en El Luchador con el seudónimo El detective de la linterna. Fue quien más se implicó en la información, desplazándose a distintos lugares para entrevistar a todos los protagonistas posibles, incluso a la sospechosa Teresa la Loca en prisión. Pero las versiones cruzadas en torno al caso, incluido el premonitorio aviso por parte del alcalde en los días de desaparición de que el cadáver de la niña aparecería en la balsa y las distintas declaraciones que el juez iba recogiendo, no hacían más que aumentar la confusión, hasta el punto de que El detective de la linterna también fue citado como testigo en busca de su colaboración.

El libro «Pepa Rosa». Fotografía JFL.

Su intervención informativa estuvo destinada, de hecho, a intentar descubrir pistas y culpables y aunque el empeño fue infructuoso para él lo cierto es que sus indagaciones y entrevistas, igual que el resto de artículos que aparecieron en los periódicos de entonces, han sido muy útiles en la reconstrucción del caso a más de un siglo de distancia.

A diferencia del diario El Luchador, El Día sostenía una actitud distinta al aceptar en principio que no iba a ser posible esclarecer el asesinato, si bien su director Alfonso de Rojas daría un giro posterior a la cabecera con una serie de artículos titulados «¿Quién la mató?» en los que solicitaba el esclarecimiento definitivo. No hubo descubrimiento de culpables ni por tanto condenas, incluso se reabrió el caso algo después sin que se llegara a ningún resultado nuevo.

Revisar la historia del crimen de la niña de Sella supone, pues, entrar en un vasto terreno de incertidumbres, dudas y preguntas, lo cual no ha evitado que un equipo investigador haya reconstruido cuanto puede saberse y documentarse hasta ahora. Al haberse perdido el expediente judicial, la información publicada por la prensa de la época ha resultado relevante, junto a los ecos que aún quedan en los testimonios orales.

El impulso de Vicente Climent Monerris, sobrino-nieto de la niña asesinada, le ha convertido en promotor y editor del libro Pepa Rosa. En distintas presentaciones de la obra que se han ido realizando ha revelado que conoció el suceso en 1989, con veinticinco años, por un artículo de Enrique Cerdán Tato que no gustó a su familia, la cual contactó con dos abogados para estudiar la presentación de una posible demanda al escritor. Él mismo recuerda que asistió a reuniones familiares convocadas para ese propósito que no se llevó a término. A partir de entonces se despertó su deseo de conocer al máximo los detalles de lo sucedido.

El paso decisivo que ha llevado a la concepción del libro lo facilitó, en cambio, la constitución de un equipo para consumar el proyecto en estos últimos años, participando de manera notable y destacada Lluís V. Soler Rico, autor del texto en el que ha desarrollado una primera parte de contextualización del lugar y la época en la que transcurrieron los hechos; una segunda con la ordenación cronológica de las secuencias disponibles —una especie de aportación de piezas de un puzle que ayudan a recomponer una buena parte de la historia— introduciendo también varios poemas propios inspirados en algunas escenas; y una parte final documental. La imagen de la portada está compuesta, además, con cinco piedras que recogió en un paseo y que al juntarlas le recrearon la caprichosa figura de una niña que semejaba un ángel.

También ha contado la obra con la intervención de Albert Rubio, pariente lejano de Teresa, como documentalista. Las ilustraciones son de Alfredo Martínez Pérez; el diseño y composición de Gloria Agulló Alemany; las traducciones y correcciones de María Justiniano Ortuño.

Cuando leí el borrador para redactar el prólogo del libro a petición de Vicente Climent Monerris, buen amigo con quien compartí tiempo atrás no pocas experiencias profesionales, sentí además de la conmoción que provoca el relato una doble indignación. En primer lugar, al enfrentarse con la crueldad inhumana del propio crimen; en segundo lugar, al verificar que un ejercicio de confusión y encubrimiento impidió descubrir quién ejecutó el asesinato y quién pudo estar detrás. El propio relato escrito insinúa la posible mentoría e interés de personas poderosas. Resulta curioso también que, poco después, se supiera de otro caso similar en Alfaz del Pi.

Nada pudo resolverse entonces sobre el crimen de Pepa Rosa y nada ha podido resolverse ahora. Ni siquiera era esa la intención del equipo, como se explica en el mismo libro del que se han editado trescientos ejemplares numerados. Lo que sin duda no será agradable para quien lea la historia es tener que asumir que, una vez más, la maldad capaz de destruir la vida de una familia se impuso a la inocencia de una niña.

José Ferrándiz Lozano

Profesor universitario de Ciencia Política y miembro de la Junta Directiva de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios. Doctor en Ciencias Políticas y Sociología con Premio Extraordinario. Autor y coautor de varios libros, Premio internacional de Periodismo Miguel Hernández y Premio nacional AECPA de Ciencia Política. Exdirector del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert y exdecano del Colegio de Politología y Sociología de la Comunidad Valenciana, ha colaborado en distintos medios de comunicación.

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