Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Mazón no ha leído a Piketty

Carlos Mazón anunciando la bonificación del 99 % del impuesto sobre sucesiones y donaciones. (Fuente: Generalitat Valenciana)

En este artículo, aviso, voy a nadar a contracorriente. Y, para empezar, lo dejo escrito: quiero que me cobren impuestos. Y sí, incluso, si fuese necesario, que me los suban. Y es que sucede que en primero de política, en economía, en todos esos ámbitos donde las decisiones que toman unos pocos acaban afectando a todos — al menos a la gran mayoría— , siempre es conveniente hacerse una pregunta si se quiere tratar de entender porqué suceden las cosas, porqué lo que aparenta ir en un sentido puede que en realidad vaya justo en su contrario. La cuestión sería esta: ¿A quién beneficia? Y si aún quedasen zonas de sombra, entonces tratar de responder a esta otra: Vale, vale, pero entonces, en realidad, ¿a quién beneficia más?

Quizás debería ser bajo ese marco genérico de la primera cuestión —¿A quién beneficia?— como habría que analizar la primera gran decisión del recién elegido presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, adoptada el viernes pasado y en la primera reunión del nuevo Consell en el incomparable marco del MARQ alicantino. Toda una declaración de intenciones. Dos hechos que, por otro lado, hablan del cumplimiento de la palabra dada. Que Alicante va a estar en sus oraciones y que tiene claro cuál es el orden de prioridades.

La decisión de la práctica supresión del impuesto de sucesiones y donaciones a cuarenta y ocho horas de que se abrieran los colegios electorales ha sido su calculada carta de presentación en sociedad: aprobar una bonificación para que las herencias y donaciones entre padres e hijos estén bonificadas al 99 %. Era su promesa y por ahí, parece, no hay trampa ni cartón por donde rascar.

Y, además, se podría decir que aparentemente la medida afecta a todos, al menos a todos los que se hallen en la situación de tener que recibir una herencia, una donación. Vale, vale, pero entonces, ¿a quién beneficia más?, segunda pregunta. Ahí estaría la letra pequeña del prospecto, esa que tanto cuesta leer, la que casi preferimos no saber. Ahí, parece, sí hay debate. Hablamos de la cara B, de sus consecuencias, a quiénes beneficiará más. De eso van estas palabras.

Reconocido el cumplimiento de la palabra dada —lo de mirar a Alicante, lo de bajar impuestos— también es cierto que la fórmula escogida carece de toda originalidad. Es un copia y pega de las políticas neoliberales que inaugurara allá por los años dos mil Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid, un camino que tan fielmente sigue hoy su escudera y aventajada discípula, Isabel Díaz Ayuso, y subsiguientes.

Mirado en la reciente historia de las comunidades autónomas, la supresión del impuesto de sucesiones ha servido casi siempre de pista de aterrizaje allá donde el PP ha entrado a gobernar —solo o en compañía de otros—, en los últimos años, —Murcia y Andalucía como ejemplos más preclaros—. Y, con toda probabilidad, lo será en todas esas otras plazas donde están de reestreno: Aragón, La Rioja, Cantabria, Canarias…. Poca novedad. Puro manual de instrucciones del Partido Popular. Una ajada carta de presentación en sociedad.

Puede que todo esto sea también el poso de confusión y la resaca de aquel otro tiempo en que el mantra de bajar impuestos se adueñó del tablero político. Hasta el punto de que no había casi partido, candidato, de izquierdas y derechas, de medio centro, que optara a La Moncloa y que no rivalizara con el marco mental de que la bajada de impuestos era la llave que abriría el arcón del futuro, del progreso, que no vociferara en plaza pública que bajar los impuestos, sí, era el camino justo y necesario.

Imagen del economista francés, Thomas Piketty, de 2015. Fotografía: gobierno de Chile (Fuente: Wikimedia).

Tan es —o fue— así que hasta el hoy renacido y revitalizado expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, hizo bandera de la rebaja de impuestos cuando aún era líder de la oposición frente a José María Aznar, allá por 2003: “Bajar los impuestos es de izquierdas”, afirmaba ufano por entonces, sin ruborizarse. ¿Qué pensará hoy? Eso ya no está tan claro.

Veinte años pueden ser toda una vida. Que se lo digan a él ahora. Eran aquellos, recordémoslo, tiempos de burbuja. De excesos. Tiempos de desenfreno. De vino y de rosas. De confusión, de cuando éramos tan, tan ricos, que un salario de mil euros era —así nos parecía— un sueldo basura, algo que no estábamos dispuestos a aceptar bajo ningún concepto. De ahí venimos.

Por eso, para tratar de entender el asunto que nos ocupa, que el nuevo inquilino del palacio del Cap i Casal haya empezado por suprimir estos impuestos para todos los ciudadanos, quizás debiéramos hacerlo bajo el foco de la pregunta del principio, ¿a quién beneficia? Y, ya puestos, que igualmente, tengamos derecho a cuestionarnos si tal medida no encerrará un caballo de Troya de efectos perversos para la gran mayoría.

Y si la respuesta no estuviese aún clara, quizás debiéramos pasar a la segunda interrogante: Vale, vale, pero ¿a quién beneficia más? ¿Por qué —otra pregunta más— se acepta la progresividad fiscal en el IRPF como algo natural, lógico, justo y aquí, en el impuesto de sucesiones y donaciones, se recurre a la brocha gorda, al todos iguales y ni siquiera se plantea como hipótesis de trabajo?

Y ahí, en el terreno de los intereses, no parece debieran existir dudas. Algunos, puede que muchos, ciertamente se ahorrarán unos cientos de euros si reciben una herencia, pero para los más ricos, o medio ricos, ese mismo ahorro lo será de miles, acaso cientos de miles de euros, que sin duda les ayudarán a hacer aún más desahogada su ya desahogada vida.

Lo malo, la cara B, el caballo de Troya que decíamos, es que el dinero que se deje de recaudar —unos cientos de millones según alerta ya la oposición— habrá que recortarlo en algún lado. ¿Dónde? Ya me dirán. Un poco en sanidad, otro poco en educación, un trocito de dependencia, alguna privatización caerá a beneficio de inventario, esas menudencias que tanto gustan a los ricos y que últimamente tanto aplauden los pobres. Y, luego, claro, está ese pequeño inconveniente de a ver con qué cara se va a Madrid a pedir una pizca de finançament just para adobar el caldo de las cuentas públicas.

Por eso quiero terminar como empecé. Declarar solemnemente que quiero pagar impuestos. Y que tampoco vería mal que me los subiesen si fuese necesario. Solo son unas gotas de teoría económica del pensador y economista francés Thomas Piketty, esa tercera vía que pretende alejarse tanto del capitalismo salvaje (Aguirre, Ayuso, Moreno, Mazón…) como del comunismo sin alma. Esa teoría económica y política tan revolucionaria que aboga porque los impuestos son, sí, el camino menos traumático para que haya justicia social y una mínima igualdad de oportunidades.

Pero seguro, seguro, que Mazón no ha tenido tiempo de leer a Piketty. Y es muy probable que tampoco le vaya a interesar ahora que tan ocupado está. Él prefiere hacer de Robin Hood inverso. Prefiere cumplir sus promesas sin más dilación y con efecto retroactivo al 28 de mayo, por si había alguna duda. Pagar parte de la deuda a quienes le han puesto ahí.

Pepe López

Periodista.

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