Nos hallamos en el año de Azorín, por los 150 años del nacimiento de José Martínez Ruiz «Azorín» en la localidad alicantina de Monóvar el 8 de junio de 1873.
Azorín, el último romántico
«La figura señera y la ingente obra de Azorín», en palabras de Vicente Sala Belló para la presentación de Azorín y el fin de siglo (1893-1905), con motivo del I Centenario del Desastre de 1898-1998, debería ser considerada como la de «El último romántico», como lo definió el profesor Enrique Rubio Cremades por la génesis de su formación política, filosófica y literaria en lo que corresponde a la etapa de su adolescencia hasta su viaje a Madrid (1896), ya convertido en adulto y en un periodista vocacional y una reconocida promesa literaria. Un periodo juvenil, anterior al de ser reconocido por su imperial pluma universal. Demostraremos que este apelativo de «El último romántico», no es gratuito ni oportunista. Sin embargo, situemos el vocablo romántico donde le corresponde históricamente, no con la acepción que nos sugiere actualmente de enamoramiento o soñador, sino como revolución, progreso y deseos de libertad (finales del XVIII a primera mitad del siglo XIX).
Antes de llegar al peculiar estilo periodístico por el que le conocemos, aparentemente sencillo y sucinto, con escasas subordinadas, frases cortas y léxico rico en arcaísmos, de palabra precisa y justa, vivió una adolescencia bélica de ideas en el anarquismo teórico y realista, en un intento de denunciar la injusticia social de la época. Más tarde se incorporaría a lo que se llamó modernismo, un movimiento occidental de cambios filosóficos, literarios y artísticos (las vanguardias) que buscaba la renovación e innovación del lenguaje y, sobre todo, repudiaba viejos vicios dieciochescos. Miguel Ángel Lozano Marco, Universidad de Alicante, comentó:
Conocedor del valor sustancial de la literatura, Martínez Ruiz comenzó su vida pública como crítico, precoz —lo que él encontraba a su alrededor— sino interpretación, comprensión, intento personal de apresar el espíritu del libro
«Azorín. La mirada atenta», 1998.
Para analizar y documentar la hipótesis romántica tardía de la su adolescencia como revolución y renovación de ideas, hemos de indagar primero en las fuentes biográficas.
Breve biografía
José Martínez Ruiz «Azorín», nació a las tres de la madrugada del domingo 8 de junio de 1873 en el seno de una familia acomodada (en plena Primera República), en calle San Andrés, hoy calle Cárcel en Monóvar (Alicante). Localidad de habla valenciana del Alto Vinalopó o valle de Elda. Fue bautizado en la parroquia de San Juan Bautista. Hijo de don Isidro Martínez Soriano (1844-1919), natural de Yecla (Murcia), abogado, alcalde de Monóvar desde 1877 hasta 1881, y de doña María Luisa Ruiz Maestre (1845-1916), natural de Petrel (Petrer en valenciano), descendiente de los Ruiz, linaje de hidalgos con privilegios de Corte, era hija de propietarios agrícolas.
La familia tenía una casa de estilo modernista en calle Salamanca, 6, donde hoy se ubica la Casa-Museo de Azorín y un cortijo o casa de campo en Collado de Salinas (La Cañada era el nombre de la finca de los padres), donde el joven Pepe, así le llama la familia, empezó a observar la naturaleza. Era alto, delgado y con los ojos azules.
Fue José el mayor de nueve hermanos: Luisa, María, Amancio (abogado), Mercedes, Consuelo, Amparo, Ramón y Pilar.
Don Isidro Martínez pertenecía a una familia acomodada, católica, tradicional, conservadora de la facción «romerista», es decir, partidario del político conservador antequerano Francisco Romero Robledo, varias veces ministro de la Gobernación, opuesto a Silvela.
Los antecedentes maternos de Azorín se hallan en Petrer, investigados concienzudamente por José Payá Bernabé, director de la Casa-Museo, de quien tomo el siguiente párrafo:
Entre los antepasados de J. Martínez Ruiz por la rama materna figuran, entre otros, Pedro Ruiz Hernández Yagüe, familiar del Santo Oficio, casado en Monóvar con Catalina Escrivana Romero; Fernando Ruiz, Rector de la Iglesia parroquial de Monóvar; Pedro Ruiz Miralles, Licenciado presbítero que recibió, en 1708, el título de Noble Hijodalgo de manos del Rey Felipe V.
Descendiente de este árbol genealógico fue Amancio Ruiz Mira, de Monóvar, que se casó con Josefa Maestre Rico, natural de Petrer. Josefa y Amancio tuvieron dos hijas: Josefa María Roberta, que falleció con un año, y María Luisa, quien, con el tiempo, se convertiría en la madre de Azorín.
El carácter de José Martínez era el de un tipo raro, algo tímido y reservado, según sus vecinos contemporáneos que le conocían, que apenas tenía contacto con la gente, a pesar de conocer muy bien las costumbres y los lugares geográficos de su tierra natal.
Primeros estudios
Las primeras letras o «luces», como nos dejó escrito el propio Azorín, en Las confesiones de un pequeño filósofo (1904), las aprendió en la escuela de Monóvar, donde nos confiesa, nunca mejor dicho, que «este maestro que me inculcó las primeras luces era un hombre seco, alto, huesudo, áspero de condición, brusco de palabra, con unos bigotes cerdosos y lacios… porque yo —hijo del alcalde— recibía del maestro todos los días una lección especial».
Con nueve años, en 1881, ingresa como alumno interno a las Escuelas Pías de los Padres Escolapios de Yecla (Murcia), para estudiar el Bachillerato, que le costará ocho años. En 1892 la familia pasa un verano de vacaciones en una casa alquilada de la calle Labradores de Alicante. Tuvo como profesor al padre Carlos Lasalde (1841-1906). Esta triste época juvenil nos la relatará más tarde en su primera novela, La voluntad (1902). El hispanista estadounidense, E. Inman Fox, escribió una amplia introducción, a modo de ensayo, de la citada novela para la edición de Clásicos Castalia, n.º 3, 1989, en la que argumenta sobre su estancia yeclana y comenta:
Los años de Yecla resurgen en la memoria de Azorín como una sombra casi siempre teñida de tristeza. En otra ocasión dijo que fueron los años más felices de su vida. Haberse sentido arrancado del seno familiar y de la radiante naturaleza alicantina.
Esta última apreciación de E. Inman Fox no debería provocar aflicción en el lector, no obstante, para la sensibilidad el joven Pepe, sí es causa de tristeza, a pesar de que las dos localidades, sin pertenecer a la misma provincia, separadas por unos 45 kilómetros, pertenecen a la misma comarca geográfica entre Alicante y Murcia. Como se trata de una novela modernista, carece de un argumento narrativo al estilo clásico de las novelas de personajes y situaciones.
En el mismo comentario crítico de E. Inman Fox (Castalia, 1989, p. 13), argumenta que «sólo Gabriel Miró, otro alicantino, ha dejado impresiones más intensas, de una angustia artísticamente muy elaborada, sobre el impacto opresivo que produce el internado en un colegio de religiosos…» (recordemos que Gabriel Miró, buen amigo de Azorín, estudió en el colegio Santo Domingo de los jesuitas de Orihuela 1887/92).
Etapa valenciana y formación romántica
En octubre de 1888, con dieciséis años, comienza la carrera de Derecho en la Universidad Literaria de Valencia, ciudad de color huertano y sorollesco, su profesor era Eduardo Soler, krausista de Derecho Romano que le suspendió. Carrera que se ve truncada, ya que el Derecho Romano se le atranca, lo aprobó cuando trasladó la matricula a Granada. En Valencia, a través de la recomendación de su tío Miguel, publica sus primeros artículos en La Monarquía de Alicante y otros diarios regionales y empieza la batalla en busca de un seudónimo, primero «Juan de Lis» y «Fray José», no sólo por lo común de sus apellidos, sino porque quería ocultarse de la autoridad paterna que, seguramente, no vería con buenos ojos que su hijo se distrajera de los estudios con artículos periodísticos.
Ante la evidencia de los suspensos traslada el expediente universitario a Granada (1892). Una vez aprobado el Derecho Romano regresa ese mismo año a Valencia, pero ya le ha picado el gusanillo de la letra impresa, que debió provocar en su vanidad ese vicio que nos sustenta a quienes intentamos seguir en vano el mismo camino. En Valencia descubre un mundo nuevo, y esta libertad, llamémosle libertad valenciana, lejos de la estrecha vigilancia del profesorado seglar de la Orden religiosa de los Escolapios de Yecla y de la vigilancia paterna, le facilitan los movimientos dentro de la ciudad naranja, libertad de elegir libros de viejo, o los censurados por la Iglesia, lecturas de las corrientes anarquistas del momento que le convierten en un rebelde de ideas, como no podía ser menos en una incipiente vocación de escritor, crítico y periodista. Empieza a escribir artículos en 1892 en La Educación Católica con el seudónimo de Fray José, en El Defensor de Yecla con el de Juan de Lis, y El Eco de Monóvar.
Durante su etapa valenciana universitaria no se aplica en los estudios, pierde el tiempo con la afición al teatro (actores de la época eran Vico, Novelli), acude a las tertulias de café a escuchar música de Wagner (1813-1883), que por aquella época el músico alemán era predilecto de los valencianos. Se siente liberado de la represión a que había sido sometido en sus años de Bachillerato en el internado de Yecla. En su libro Valencia (1941), comenta que asiste a conferencias, frecuenta las librerías de viejo, también iba a los toros, aunque luego renegara de esta afición salvaje. Salas de juego, cafés como el de España. Conoce a artistas como Benlliure y Sorolla. Además, era un joven aficionado al deporte de la pelota valenciana y a la pintura. Pensamos que los padres no deberían estar muy contentos con la alergia que su hijo le tenía a los libros de texto de Derecho: eterno repetidor de asignaturas. En 1896 traslada el expediente universitario a Salamanca y desde allí a Madrid. No terminó Derecho.
En Valencia había dos corrientes estéticas; es decir, dos tendencias de ideas, una era la de Teodoro Llorente, director de Las Provincias; y otra la de Vicente Blasco Ibáñez, director de El Pueblo. Se incorpora a la redacción de El Mercantil Valenciano, de Francisco Castell; no gustó uno de sus artículos y le echaron de la redacción. Colabora en la revista valenciana Bellas Artes entre 1894-1895. En El Pueblo, de Blasco Ibáñez, entre 1894 a 1896; este autor le dedicó su libro Arroz y tartana (según la nota de José Payá en su artículo «Blasco Ibáñez en Azorín»), con la dedicatoria: «A mi querido amigo el distinguido crítico don José Martínez Ruiz, como muestra del afecto». Empieza a firmar con los ya repetidísimos pseudónimos, y «Cándido» para el folleto del Ateneo de Valencia, La crítica literaria en España, como búsqueda de un necesario encubrimiento o desdoblamiento de personalidad que le llevó hasta 1903, tras el éxito de la novela Antonio Azorín (1904), aunque el personaje Antonio Azorín aparece por primera vez en La voluntad. Firma con el definitivo pseudónimo de «Azorín» en su artículo «Somos iconoclastas», publicado en el 28 de enero de 1904 en el diario España. Azorín es un apellido común de la comarca del Vinalopó (A) y Yecla (MU). Tenía un compañero en las Escuelas Pías de Yecla que se llamaba José Azorín Fornet ¿Acaso lo tomó de este compañero? Quizá sea interesante observar el prefijo semejante a azor, azotar, ácido, y el sufijo agudo en esa «i» tónica y aguda, casi con sonidos onomatopéyicos: ring o rin. Azor del ring = Azorín.
En alusión a las lecturas juveniles, tomo el párrafo de su biógrafo Santiago Riopérez y Milá (Anales Azorinianos/2, pág. 36, 1985):
Y, sobre todo, el aluvión de sus lecturas juveniles —cuyas obras podemos ver en el despacho de esta Casa-Museo—, y sus personales traducciones de anarquistas eminentes. Repasemos estos nombres: Hamon, Kropotkine, Bakunin, Faure, Nietzsche, Schopenhauer, Leopardi, Baudelaire. Califica a Larra, e iluminado por su tragedia, de maestro de la presente juventud.
La influencia de los artículos periodísticos de Mariano de Larra es harto evidente, no ya por el encargo de selección de Azorín de Artículos de costumbres, Madrid, Espasa-Calpe, 1942 (col. Austral), sino por el estilo agresivo y directo del suicida madrileño. Un 13 de febrero de 1901 —nos lo cuenta José Ferrándiz Lozano en «Periodismo y literatura: el roce hace el cariño»— que unos enigmáticos visitantes pronunciaran un discurso ante su tumba: Pío Baroja redactó una crónica que se imprimió en hoja suelta; José Martínez Ruiz —todavía no firmaba con su pseudónimo Azorín— incluyó la escena en su novela La voluntad (1902). «Los tres hallaron su medio de vida en el periodismo».
Azorín se inicia en el estudio del anarquismo teórico, autor de los folletos: Notas sociales (1895) y Anarquistas literarios (1895) sobre anarquismo en España, lógico y propio de los años juveniles y el pensamiento libertario, que firma con su nombre y guiños hacia el federalismo.
Anarquismo y federalismo
Lee infatigablemente lecturas de ideólogos anarquistas como a Dorado Montero, con quien mantiene correspondencia; lee también estudios sociales y jurídicos de Lombroso, y lecturas francesas de Montaigne o de poetas como Baudelaire con Las flores del mal (1857), lecturas que le conducen a su concepto de anarquismo de ideas basado en Dubois: amante de la justicia y de la libertad. No en vano Azorín era hijo espiritual de la Primera República Federal. Un fracaso, recordemos el mandato del apático y falto de carácter primer presidente Estanislao Figueras Morante, quien ganó por 244 votos, y a los cinco meses de presidencia abandonó el gobierno y marchó a Francia de incógnito. Le sucedió en la presidencia un seguidor de las ideas federalistas: el catalán Francisco Pi y Margall, pontífice máximo del federalismo español provocando con su actitud el movimiento cantonalista, periodo entre el reinado de Amadeo I y la Restauración borbónica de Cánovas. La Primera República fue disuelta por el general Pavía con la ayuda de la Guardia Civil que custodiaba el Congreso el 3 de enero de 1874. Años después, Azorín, escribe en Crónica de 26 de enero de 1897, «El País: considera a Pi y Margall «padre del anarquismo español, adversario del Estado y de la Autoridad». Entre 1895 y 1905, escribió en la prensa más de 250 artículos, algunos repetitivos.
El federalismo es, ideológicamente, sucesor de los principios románticos de libertad, nacionalismo, ideas sociopolíticas que se venían arrastrando del llamado «Siglo de las Luces» y la Revolución Francesa y el romanticismo histórico en El contrato social (1762) de Rousseau (ver los trabajos de Giovanni Restrepo sobre este tema). La tesis romántica de las nacionalidades se debe a la creencia de la libertad del individuo basada en su voluntad y, además, en que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes (voluntad del individuo como sugerencia al título de su famosa novela La voluntad).
La tesis de Carlos Seco Serrano, de la Real Academia de la Historia, nos lo confirma cuando escribe: «Desconcertante Azorín el de sus vinculaciones políticas: que parte del afectado gesto anarquista; que se identifica más tarde con Pi y Margall y con Cautelar, y luego se vincula al maurismo conservador…», en su artículo «Mi amistad con Azorín» (Anales Azorinianos, n.º 5, Monóvar, 1993, pp. 269-270).
Envía una carta el 21 de septiembre de 1897 al presidente del Comité local del Partido Republicano Federal de Monóvar, José Pérez Bernabeu —que era médico–, de adhesión al federalismo. Ese año, 1897, Martínez Ruiz se convierte públicamente en un infatigable luchador en pro del anarquismo de ideas, portavoz de la intelectualidad ácrata. Sus primeros trescientos artículos periodísticos combativos, Obras completas (Madrid, 1947), a los que consideró, en su vejez, artículos agraces o inmaduros, de propaganda anarquista: «Desde ellos, se alcanzó una voz limpia y fuerte, hondamente preocupada por los problemas nacionales, denunciadoras de injusticia, atropellos y corruptelas…». Sus ideas, un tanto quijotescas, se transformaron a través de los siglos en románticas ideas, ideales imposibles y utópicos, que después pasaron a un joven progresista que tomó la pluma como arma beligerante. Azorín, solo tenía una meta, ser famoso escritor. Se hizo escritor a través de los periódicos en los diarios España, de Manuel Troyano; El Imparcial de José Ortega Munilla, padre de Manuel y de José Ortega y Gasset.
Se hace necesario recordar que cerca de Monóvar sucedió, años atrás, en 1873, lo que se llamó «Guerra del Petróleo», promovida por la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) del 9 al 13 de julio, con el asalto y quema de la casa consistorial de Alcoy y la muerte de su alcalde Agustín Albors Blanes; el balance de víctimas fue de 15 muertos y 17 heridos. Ver El cantonalismo en la ciudad y reino de Valencia (Vicente Gascón Pelegrí, Imp. Mari Montañana, Valencia, 1974).
En 1908, durante su retiro por enfermedad en la finca familiar de Collado en Monóvar, escribe y publica su libro titulado El político (reeditado por la Diputación de Alicante, en edición de lujo en 2017).
Generación del 98
Es el nombre con el que se ha reunido tradicionalmente a un grupo de escritores, ensayistas y poetas españoles que se vieron profundamente afectados por la crisis moral, política y social desencadenada en España por la derrota militar en la guerra hispano-estadounidense y la consiguiente pérdida de Puerto Rico, Guam, Cuba y las Filipinas en 1898.
Todos los autores y grandes poetas englobados en esta generación nacen entre 1864 y 1876. Azorín, uno de los escritores que a comienzos del siglo XX luchó por el renacimiento de la literatura española, después del Desastre del 1898, fue quien bautizó a este Grupo de los Tres: Ramiro de Maeztu (1874-1936), Pío Baroja (1872-1956) y Azorín (1873-1967), con el nombre de la Generación del 98. Ellos irrumpieron a escribir con una vena juvenil hipercrítica e izquierdista que más tarde se orientará a una concepción tradicional de lo viejo y lo nuevo. Pronto, sin embargo, siguió la polémica: Pío Baroja y Ramiro de Maeztu negaron la existencia de tal generación, y más tarde Pedro Salinas la afirmó, tras minuciosos análisis, en sus cursos universitarios y en un breve artículo aparecido en Revista de Occidente (diciembre de 1935), siguiendo el concepto de «generación literaria» definido por el crítico literario alemán Julius Petersen; este artículo apareció luego en su Literatura española. Siglo XX (1949).
Diputado en las Cortes
En 1902 se estrenó como cronista parlamentario. El 25 de abril de 1907 fue nombrado diputado a Cortes, por primera vez, por el distrito de Purchena (Almería), imponiéndose con 5.870 votos a su contrincante Ramón Ledesma Hernández que obtuvo 5.065 votos, como diputado conservador en las filas de Antonio Maura y Montaner, y como cervista conservador con Juan de La Cierva y Peñafiel, ministro de la Gobernación en las elecciones de 1914, 1916 por Puenteáreas (Pontevedra), 1918 y 1919, lo fue por Sorbas. Según el cronista almeriense Víctor J. Hernández Bru:
No obstante, el conocido político y escritor alicantino volvió a ser diputado por la provincia de Almería en las tres siguientes legislaturas por el distrito de Sorbas, que incluía municipios desde Níjar hasta Cuevas del Almanzora
(Ideal.es, de 19 de febrero de 2017).
Era un diputado de los llamados cuneros (un diputado ajeno al distrito y patrocinado por el gobierno). Nunca visitó a sus electores.
Pero hemos de decir que las Cortes pudieron controlar las elecciones a través de una red de caciques provinciales encabezadas por los gobernadores civiles, desde que se instauró el sufragio universal masculino en 1890 (el femenino no llegaría hasta la Segunda República en la Constitución 9 de diciembre de 1931). El rey nombraba al presidente del gobierno y a los ministros, no las Cortes Parlamentarias.
Antonio Maura, y sobre todo el ministro Juan de la Cierva y Peñafiel, se convierten en sus máximos valedores, por ello entre 1907 y 1919 Azorín fue cinco veces diputado, no vinculado a un provincia por la lista de Almería, siendo el de Alicante, y dos breves temporadas en 1917 y 1919 subsecretario de Instrucción Pública.
Azorín en la Segunda República
En 1930 consideraba Azorín que la República era el modelo o la forma política que le convenía a la clase obrera por el desgaste del parlamentarismo obsoleto y caciquil, dirigido por la monarquía de Alfonso XIII que, en último extremo, había hecho un autogolpe con la dictadura de Primo de Rivera por los desastres de la guerra de África y ruina de la economía mundial por el crack de 1929. El Pacto de San Sebastián para acabar con la monarquía era inevitable. Una forma de gobierno caciquil del que el propio Azorín había formado parte con el conservador Maura y de La Cierva, basado en la continuidad, con los que había sido cinco veces diputado a Cortes.
Anunció a sus lectores que había vuelto a ser «republicano, republicano autonomista», defendió la autonomía de Cataluña a la que le dedicó numerosos artículos. Azorín en su juventud perteneció al Partido Federal de Monóvar y Alicante en 1897. Sus ideas siempre fueron liberales. Desde 1931 a 1933, con la república de izquierda y la quema de iglesias y conventos, como una forma de forzar el pronunciamiento de una Constitución laica por el polémico artículo 3, de 6 de diciembre de 1931, se convenció de que la Segunda República no había logrado los cambios prometidos, y se alejaba de una república liberal y tolerante, pues las calles se habían convertido en ríos de protestas ante el desencanto de las promesas fáciles. Que es lo que hoy se conoce como populismo, de aquellos partidos que les gusta halagar los oídos de los necesitados, pero, por otra parte, hacen promesas difíciles de cumplir, puesto que la economía, eje político, es un complejo mantel de hule que, si tiras de u extremo, se destapa la parte opuesta.
Azorín publicó ufano en los periódicos republicanos con elogios a la república en El Sol, Crisol, Diario de Madrid y Ahora. Nos encontramos —como escribe Luis Beresaluze— «ante un Azorín cambiante, inestable, mimético, acomodaticio, capaz de ser muchos azorines es una sucesiva y elástica entidad. De idéntica opinión fue el cambio político del filósofo José y Ortega Gasset (1883-1955) respecto a la República: «No es esto, no es esto…». Por otra parte, Edward Inman Fox, escribe en Azorín: periodista político que los cambios ideológicos de Azorín se deben a «alguna necesidad vital o psicológica». Hemos de entender que Azorín era un cronista parlamentario, un hombre solo, no un líder de un partido político, por lo tanto, sin poder decisorio; tenía, sin duda algunas opiniones influyentes, se consideraba un «jornalero de la pluma» como escribiera en Tiro de Pichón en Madrid (26-VI-1921), como en sus años juveniles lo fuera con el anarquismo teórico, no de acción, porque nunca fue a una fábrica, a una mina o a los pueblos a dar mítines.
Periodo de la Guerra Civil y posguerra
Cuando estalló la Guerra Civil, Azorín tenía 63 años, huyó de Madrid con su esposa Julia Guinda (matrimonio que no tuvo hijos), y se refugió en París a primeros de octubre de 1936. Permaneció tres años sin escribir una palabra sobre la guerra ni sobre Franco. Terminada la contienda, pudo regresar a España el 25 de agosto de 1939, y fue depurado por el régimen gracias a Ramón Serrano Suñer (1901-2003), entonces ministro de la Gobernación —posteriormente de Exteriores—, a sus gestiones ante Franco. La vida privada de Serrano Suñer, el «cuñadísimo» de Franco, casado con Ramona Polo «Zita», hermana de Carmen Polo, es muy interesarte. Serrano Suñer mantuvo una relación extramatrimonial con María Sonsoles de Icaza, la marquesa de Llanzol, con la que tuvo una hija llamada Carmen Díez de Rivera, a la que nunca reconoció, que llegaría a ser eurodiputada por el CDS, y formó parte del gabinete de la presidencia del gobierno de Adolfo Suárez. Carmen estuvo a punto de casarse con su hermano de padre Ramón Serrano Suñer Polo, alias «Rolo». Estas relaciones extramatrimoniales y otras cuestiones políticas sobre la Falange llevaron a su cese en septiembre de 1942.
Aunque Azorín no era franquista se vio obligado a escribir varios artículos laudatorios a Franco y a José Antonio Primo de Rivera. El libro de Ramón Serrano Suñer, Ensayos al viento, lleva un prólogo de Azorín, Publicado por Eds. Cultura Hispánica, Madrid, 1969.
Entre 1939 y 1946, Azorín hubo de escribir artículos a la memoria de José Antonio y al Caudillo, e integrarse en el rodillo de la propaganda franquista para poder sobrevivir, a pesar de que los falangistas lo consideran un «tránsfuga». Recibió varios premios honoríficos y en metálico como una forma de recompensa por aportar su firma en la prensa del Alzamiento Nacional. Eran años de la Segunda Guerra Mundial.
Conclusión
No debemos dejar pasar esta efeméride del nacimiento del gran renovador de la prosa castellana, Azorín, en un pueblo encantador en el Alto Vinalopó como Monóvar. Hoy es poco conocido y está completamente olvidado por los lectores jóvenes. Por eso quiero hacerle desde aquí un pequeño homenaje ahora que se cumplen los 150 años de su nacimiento. Azorín, además de articulista, es autor de la novela modernista La voluntad, 1902, y de las crónicas de viaje La ruta de don Quijote, 1905, que, como dijera el Premio Nobel Mario Vargas Llosa en una visita a la Casa-Museo: «Aunque hubiera sido el único que escribió, él solo bastaría para hacer de Azorín uno de los más elegantes artesanos de nuestra lengua».
En definitiva, la obra literaria y periodística de Azorín es inmensa, y se recoge en los archivos de la biblioteca de la Casa-Museo de Monóvar, gracias a una ingente labor de búsqueda, clasificación y recolección del que fuera director durante 40 años de la Casa-Museo, José Payá Bernabé, y actualmente su hijo el periodista Juan José Payá, especialista en Azorín. Actualmente, Luis Boyer, presidente de la Fundación Mediterráneo, de la que depende la Casa-Museo ejerce las funciones de director de la misma.
Notas
Anales azorinianos, números: 1-2, AA.VV, Casa-Museo de Azorín, Monóvar, 1983-1985.
Anales azorinianos, números: 4-5-7-8 y 9. AA.VV, dirigidos por José Payá Bernabé y Antonio Díez Mediavilla, CAM de Alicante, 1993-2002. Artículos especializados de José Ferrándiz Lozano sobre Azorín.
Azorín y don José, Luis Beresaluze, ECU, Alicante 2008.
Azorín, 1939-1945, VI actas del Congreso Internacional.
«Azorín, clásicos y modernos». Revista Canelobre AA.VV. núm. 67, Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil Albert.2017.
Azorín, íntegro, Santiago Riopérez y Milá, Biblioteca Nueva, 1978.
Azorín, testigo parlamentario. Periodismo y política de 1902 a 1923, José Ferrándiz Lozano. Edición del Congreso de los Diputados. Madrid, 2009.
Cincuentenario de la muerte de Azorín, Ramón Fernández Palmeral, Amazon, 2017.
Los retratos de Azorín. En la encrucijada de una subjetividad. Actas del VII Congreso Internacional, dirigido por Pascalle Peyraga, publicado en 2017.
Monográfico El fin de siglo, CAM, 1998.
(*) Artículo publicado en la revista Meer, el 24 de mayo de 2023
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Vuelves a demostrar que eres inmenso en sabiduría y muy generoso al transmitirnos tus conocimientos, amigo Ramón, tocayo excelso. Azorín, con todas sus luces y sombras humanas y su excepcional legado literario nos llega de tu pluma. Un abrazo.
Gracia tocayo, nunca debemos dejar en el olvido a nuestro literatos y personajes ilustres a los que debemos nuestra identidad. Para dejarlos el ostracismo ya están otros
Felicidades por esta lección magistral sobre Azorín , perfectamente documentada y muy bien expuesta .
Dedicada al gran renovador de la prosa castellana
Gracias por esa invitación a visitar la casa Museo de Azorín en Monóvar
Un fuerte abrazo, querido amigo Ramón.
Gracias Pilar, no podía dejar pasar esta emeféride tan importante.
El cuadro que encabeza el artículo se titula: «El caballero Azorín de La Mancha» un óleo de 60 x 80 cm, sobre lienzo, una reproducción digital del mismo se ha donado a la Casa Museo Azorín de Monóvar: https://palmeral2.blogspot.com/2023/07/donacion-de-dos-repoducciones-digitales.html, a través de Merche Navarro de la Fundación Mediterráneo.
Tocayo: Llama la atención tu intencionada lanza rota azoriniana. ¿Qué significa? ¿O lo dejas a la imaginación de cada quien?
Azorín se pregunta quién me ha roto la lanza, como alegoría de los destinos de la vida de Don Quijote y sus muchas aventuras y batallas en las que se vio involucrado. El espectador del cuadro tiene libertad para imaginar otras situaciones.