Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Haciendo amigos

Buenismo

Dos de las referencias del articulo: el libro "El gato tuerto", de Manuel Avilés, y la película "Vencedores o vencidos", de Stanley Kramer, con dos óscares y dos globos de oro, entre otros reconocimientos.

El buenismo avanza. Ahora resulta que cuando te cabreas sólo puedes decir: ¡cáspita! o ¡sapristri!, tal vez se admita un: ¡cielos!, o quizá un insulto, como alfeñique o abrazafarolas; también molan bellaco, berzotas, cabestro, botarate, cebollino, gurrumino, gañán, mentecato, tuercebotas, zoquete… ¡me encanta tuercebotas!

La verdad es que llamar mono, burro, pajarraco, o cualquier otro símil con el reino animal, a alguien es fruto de la escasa cultura léxica de esa masa estúpida que se cabrea antes de empezar el partido, porque realmente lo del fútbol es cuestión de costumbre, de cultura y sobre todo de fanatismo y, en eso, algunos estadios son claro ejemplo. Entiendo lo de sentir los colores y lo de vociferar, pero es verdad que se dicen cosas que sorprenderían al mismo que las grita si se escucharan fuera del campo.

Ahora parece que el centro de los insultos —ese famoso jugador de fútbol que todos tenemos en mente— no puede interrumpir sus modestas vacaciones para declarar. Se ve que le cobran la habitación del hotel aunque no esté. En fin.

Pero ese buenismo es que lo alcanza todo y todo lo invade: lenguaje inclusivo, no ofensivo, respetuoso con todos los colectivos y con opiniones dentro de la franja políticamente correcta… ¡què aburriment!

Además, por esa ola buenisma, no te puedes confrontar con que se decida desenterrar, por ejemplo, para satisfacer a los represaliados de hace 80 años y a los culpables oficiales, si interesa, en algún momento determinado. Así, además, se sepulta con la misma tierra que se revuelve a toda la Transición y, con ella, al único acuerdo que este país ha conseguido consensuar desde los Reyes Católicos.

Tras las elecciones nacionales que tenemos a la vuelta de la esquina se plantea si se seguirán desenterrando o se dejará el tema. Siempre he pensado que los familiares tienen derecho a saber, ¡faltaría más!, pero no tienen esas acciones, a mi entender, derecho a la propaganda, a ser usados por una parte del «espectro político» —frase muy adecuada para este caso—. Y no  puedes dar tu opinión porque sería insultante para quien hace esto con una dosis infinita de manipulación. Esta cuestión es importante porque ese buenismo ideológico se transmite a la opinión pública, cala en la enseñanza y en todos los ámbitos: llega a los juzgados, a los órganos de soberanía del Estado, al pueblo y lo inunda todo.

Hace no mucho, en Teselas, en el Salón Imperio del Casino de Alicante, se presentó la novela El gato tuerto y una representante de la judicatura, muy acertadamente, recordó que, por supuesto, el peso de la opinión pública se filtra a las decisiones judiciales, como magistralmente reflejó la película El juicio de Nuremberg —aquí tristemente traducida como Vencedores y vencidos— .

Y, haciendo amigos, voy a decir que creo que, efectivamente, hay situaciones y experiencias que requieren un insulto, tan denostado hoy como aquel al que se acusó de blasfemar cuando le quemaron parte de la espalda con metal fundido y, según el juez, debería haber dicho: «Manolo, por favor, ten cuidado que me estás derramando hierro fundido por la espalda y no es sensación agradable», en lugar de lo que dijo, blasfemando e insultando a su compañero de trabajo, literalmente: «Manolo ** **** en la ****** ****» 

El insulto, por mucho que pretendamos vivir en Disneylandia, tiene su espacio en la sociedad; es normal, porque existe la torpeza, pero sobre todo porque existe la maldad, la envidia, la conocida soberbia. No es sólo un acto reflejo ante el dolor como el de Pepe, es muchas veces un reflexivo pensamiento y una clara forma de calificar lo que ves.

Hace unos años puede comprobar cómo, entre un invento de un conocido botarate escrito en un artículo de prensa y publicado —en plan progre—,  y la envidia de otro falso progre —lamentablemente empoderado—,  se vilipendiaba la tarea y la labor de una persona que sólo había trabajado y perseguido sus metas y las de la ciudad que siempre amó. La verdad es que cuando pienso en ello no me sale «hay que comprender las diferentes sensibilidades e intereses de las personas». Me sale «cuantísimo **** de **** anda suelto».

¡Soy así, qué **ñ* le voy a hacer!

Pedro Picatoste

Empresario e historiador.

2 Comments

Click here to post a comment