Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

El reconocimiento a través de las redes sociales: los «influencers»

Los "influencers" Paula Echevarría -fotografía de Rubén Ortega-, e Ibai Llanos -fotografía de G2 Esports- (Fuente de ambas: Wikimedia).

La palabra influencer es un anglicismo usado en referencia a una persona con capacidad para influir sobre otras. Utilizado en el ámbito de las redes sociales, podríamos usar su equivalente, influyente. Como en tantas otras palabras de este campo, la tendencia a utilizar la forma en inglés es absoluta. Entendemos que, con el uso del extranjerismo, el concepto amplía su prestigio y se proyecta una imagen de vanguardia o de sentido internacional. Empobrecemos nuestras lenguas con el uso de formas foráneas y prescindimos tristemente de las equivalencias más genuinas.

Una persona “influyente”, en el uso generalizado influencer, es alguien que tiene una presencia y poder de influencia en las redes sociales y en línea. Son así conocidos por su capacidad para generar seguidores y atraer la atención de un público concreto a través de su contenido en las diversas plataformas. De esta manera, adaptamos el término a cada red social: youtubers, instagramers o similares. La clave de su éxito se encuentra en su capacidad para realizar un impacto en las decisiones y comportamientos de sus seguidores. Pueden influirnos en las opciones de compra, en tendencia hacia algunos productos o marcas, en campos tan distintos como moda, viajes, comida, belleza o tecnología, entre otros. Todo ello a través de publicaciones en sus muros, con fotografías, vídeos o cualquier soporte gráfico. Se convierte así en una especie de gurú de la época, o sea, en líderes de opinión o, como mínimo, de tendencias.

Ellos mismos son conscientes de su responsabilidad: las marcas comerciales confían en el impacto de su audiencia. Es esencial, por lo tanto, que actúen con ética y transparencia en su relación entre el público y las marcas con las que colaboran. Un sentido cívico que en algunos casos ha sido debatido. De esta manera, podemos asistir a jóvenes sin talento para otras acciones de su vida que han conseguido una relevancia social impresionante a partir de acciones fáciles para ser aplaudidos y ser considerados líderes entre sus seguidores. Todos estos personajes acaban siendo meros transmisores de experiencias, emociones y estilos de vida en nombre de una marca que les subvenciona y que acaba deconstruyendo su propia existencia. Se convierten así en estrellas contemporáneas de un nuevo sistema audiovisual.

La «influencer» Jessica Goicoechea. Fotografía de Rincón Friki (Fuente: Wikimedia).

La base de su éxito es la concreción del espectáculo visual como orquestación. Se devalúa la experiencia inmediata y se substituye por experiencias virtuales a la carta. No retenemos en la memoria lo que hemos contemplado, sólo nos quedamos con esas imágenes, con esa recomendación banal y, en algunas ocasiones, absurda, que nos permite un paréntesis en nuestra cotidianeidad. Pero ¿cuáles son los peligros que esconde este fenómeno mundial? En primer lugar, tenemos que destacar la desinformación y la publicidad encubierta que promociona productos o servicios con un interés concreto. Así, podemos creer en la bondad de un producto que no lo es tanto, pero la fe que tenemos en la persona que nos habla es completa. En este sentido, puede afectar nuestra autoestima e imagen corporal. Sus mensajes directos, sin ningún tipo de contrastación, pueden llevarnos a entender que nuestra imagen no es la correcta y a observar pretendidos defectos de nuestro cuerpo que no lo son en absoluto. Se presentan unos estándares de belleza y de perfección que distan mucho de la media habitual.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta que se fomenta un consumismo desmedido, con productos claramente prescindibles que, si no fuera por sus recomendaciones, no sabríamos de su existencia. Pretendemos emular a nuestros líderes de opinión con unos objetos o complementos inútiles que modifican nuestra manera de ser y de actuar. Podemos hablar, por lo tanto, de una influencia negativa que, en el caso de los más jóvenes, puede condicionar su formación en valores y actitudes sociales. Se busca, pues, una aprobación social que tal vez en su día a día no obtienen y que, a partir de seguir unas tendencias, creen adquirirla erróneamente. Se crea una dependencia de la aprobación social, donde los seguidores buscan la validación a través de likes, comentarios y el incremento de sus amistades virtuales.

Tal vez no somos conscientes de los peligros que esconde este fenómeno de masas que nació con el nuevo siglo. Antes de la era digital, ya existían celebridades o líderes de opinión que, expertos en sus campos, condicionaban los hábitos de consumo. Su incorporación a las redes sociales ha ampliado su capacidad de acción. Frenar su influencia no significa eliminarlos por completo. El reto de nuestra sociedad es promover un consumo responsable, consciente y crítico con el que se promueve desde estas plataformas. Tendremos que fomentar la educación mediática de los posibles seguidores de estos líderes para que aprendan a identificar la publicidad encubierta y sepan reconocer posibles manipulaciones. Del mismo modo, tendremos que fomentar la autoestima y la imagen corporal saludable, más allá de los cánones exportados por estas redes sociales. Frenar los avances tecnológicos en comunicación es absurdo en un concepto de sociedad global donde no existen barreras para su expansión. Reforzar el sentido crítico hacia los mensajes que recibimos es la única manera de construir una sociedad con valores positivos y un respeto hacia la diversidad que nos caracteriza como humanos. Este es el auténtico reto.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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