Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

La vida desde un «selfie» (autofoto)

Pareja tomándose un selfi. (Fuente: Freepik).

¿Cuántos selfis os habéis hecho en los últimos años? Si sois usuarios o usuarias de las redes sociales seguro que muchísimos. Si tenéis un móvil, por sencillo que sea vuestro modelo, os habéis realizado muchas fotografías a vosotros mismos. A veces, porque no tenéis a mano nadie para que os la haga; en otras ocasiones, aunque estéis rodeados de gente, por el simple deseo de dejar constancia de vuestro estado de ánimo en aquel momento. Aunque intentemos difundir el término propio “autofoto”, seguimos llamándole “selfi” –en la adaptación ortográfica correspondiente–, un término cuyo primer uso conocido es de 2002, cuando el australiano Nathan Hope lo utilizó en un foro en línea para describir una foto de sí mismo que había tomado después de sufrir una lesión en la frente. Con todo, su uso se generalizó a partir de 2013.

Es obvio que su aparición y desarrollo se debe al uso de los teléfonos inteligentes y la localización de una cámara frontal. Con anterioridad, también se hacían autofotos con las cámaras tradicionales, bien utilizando temporizadores o pidiendo a alguien que nos tomara la foto. Paralelamente, la progresión de las redes sociales, especialmente con el caso de Instagram a partir de 2010, fomentó su recurrencia. Comprobadlo vosotros mismos a través del carrete digital de vuestro teléfono: una parte importante de vuestras imágenes están hechas por vosotros mismos.

¿Por qué recurrimos a este tipo de fotografía? Conseguimos con ellas capturar el momento, la esencia de aquello que estamos viviendo en un pequeño fragmento de tiempo. Compartimos así, tras su exposición en redes sociales, una experiencia vivida. Nos reafirmamos frente al colectivo, buscamos nuestra individualidad con aquello de “yo también he estado aquí”. Tiene, en este caso, un efecto parecido al del grafiti firma, o sea, dejar escrito nuestro nombre en una cueva o en una cima de una montaña. Dejamos aparte la letra, que tiene un componente físico que sólo puede leerlo quien accede a este punto, por un elemento virtual, que puede compartirse y así todos pueden enterarse de nuestra proeza.

En general, nos permite expresarnos y comunicar nuestra personalidad y el estado de ánimo. Ofrecemos la imagen de nuestra vestimenta o de nuestro cuidado físico. Porque los selfis, aunque tienen como razón de ser la improvisación, en el momento que pueden ser seleccionados o no para formar parte del muro de nuestra red social, obedecen a la voluntad propia de la imagen que queremos ofrecer. Diseñamos nuestra vida a través de estas fotografías. Esperamos los comentarios de nuestras amistades virtuales en consonancia al estado de ánimo deseado. Manipulamos nuevamente nuestra percepción del día a día a través de un espejo que no es del todo real: ofrecemos la imagen que pretendemos difundir. Las redes sociales han creado una cultura en la cual la validación y la aprobación de los demás es importante. Los like (me gusta), los comentarios y el incremento de seguidores puede reforzar nuestra sensación de aceptación y de conexión con los demás.

Pero ¿es realmente beneficioso su uso? ¿No estaremos ofreciendo una imagen irreal de nuestra cotidianeidad? Hay días diferentes, difíciles, donde estamos malhumorados, no nos gusta nuestro aspecto y no lo queremos compartir. Seleccionamos cuidadosamente las imágenes propias que queremos difundir, retocamos digitalmente el producto y, con ello, damos una visión parcial de nuestra existencia. No somos sinceros: escondemos nuestros momentos difíciles y publicamos solo aquéllos en los que necesitamos la aprobación del resto. Hay perfiles en algunas redes sociales de adolescentes y de jóvenes que son un repertorio único de selfis. Tras el éxito de los llamados influencers, la tendencia de la exposición personal falsamente improvisada se ha extendido en la gente de menor edad de nuestra sociedad. Damos por buena la mentira, la falsa recreación donde todas y todos se ofrecen como modelos de las antaño revistas del corazón. Nos hemos convertido en narcisistas de nuestra propia imagen. ¿Realmente conseguimos así la aceptación de nuestro entorno y superamos nuestros miedos o carencias? Desde mi punto de vista, la respuesta es claramente no.

No es ningún delito realizar este tipo de fotografías, sino su uso o proyección. Si responde a la realidad, no ofrece ningún tipo de desviación psicológica de la recepción de nuestra personalidad. Pero, si obedece a algún tipo de deseo de proyección de una manera de ser que no es la nuestra, estamos fingiendo, escondiéndonos en una falsa máscara que puede condicionar claramente nuestras futuras relaciones físicas y nuestra interacción con el entorno. Y todo eso, en un momento de concreción de la personalidad como es la adolescencia, puede dificultar nuestro aprendizaje y nuestra maduración como personas. Porque toda nuestra vida no puede configurarse exclusivamente a base de selfis. No hay nada más sincero que una fotografía centrada en la mirada: centremos la autofoto en este punto, sin rubor ni vergüenza. Así proyectaremos la auténtica realidad, la que no podemos modificar.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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