Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

España no es racista

Así convierten una pintada racista en un grito contra su autor (Fuente: https://www.educatolerancia.com/).

Hace setenta u ochenta años en este país es muy posible que pudiéramos afirmar con absoluta tranquilidad que el racismo no era un problema. Entonces, en aquella época, el racismo ni estaba en el debate público, ni se le esperaba porque, seguramente, había otras urgencias. Probablemente todo eso sucedía no porque no lo hubiera, sino porque los gitanos —principales víctimas de la chistología racial patria— vivían en las casas de los gitanos, en los barrios de los gitanos y, seguramente también, porque los negros eran tan pocos que casi tenían nombre, apodo; y a los árabes, musulmanes, los llamábamos genéricamente “moros” pero aún y así nos parecía que estaban muy lejos, aunque estuvieran tan cerca.

Vinícius Jr. ha compartido en sus redes sociales un video recopilando todos los casos de racismo que ha sufrido.

Pero hoy, y gracias y en parte al dedo acusador de un jugador brasileño de fútbol que juega en el Real Madrid llamado Vinícius Jr., nos acabamos de caer del caballo y ya no lo tenemos tan claro. Y sucede también que, tristemente, el debate que deberíamos estar teniendo hace tiempo y que no hemos tenido, sobre si en este país hay costumbres, miradas, prácticas laborales, administrativas, educativas, económicas, religiosas, etc. claramente racistas, y qué estamos haciendo para combatirlas, pues lo que ha sucedido es que todo ello ha quedado reducido a responder a una oportunista, torticera e interesada pregunta-trampa: ¿España es racista?

Voces de todos los ámbitos deportivos, laborales, políticos, económicos, religiosos, etc. se han apresurado a dejar claro y repetirnos al unísono las mismas cuatro palabras: “España-no-es-racista”. Y, posiblemente, en este modo de proceder esté parte del problema. Que hacemos descansar sobre el etéreo conjunto de la nación nuestros comportamientos individuales, que escondemos tras las banderas y aficiones de cada uno de nosotros y de la propia letra de la Constitución que nos ampara —…todos somos iguales ante la Ley…— el comportamiento anómalo y racista de grupos y organizaciones. La respuesta, a buen seguro, nos permite sentirnos mejor y nos evita el embarazoso deber de arriesgarnos a bucear por el fondo. En esas cuatro palabras está nuestro salvavidas, pero también nuestra condena.

Pintadas racistas en la puerta de acceso a la mezquita de Hernani, Gipuzkoa (Fuente: https://www.informeraxen.es/).

Nada nuevo. Nada diferente por demás a lo que sucede en otros países. Seguramente sucede esto mismo en muchos de los países avanzados, democráticos y con leyes que persiguen la discriminación racial, a los que tanto miramos y a los que nos gustaría parecernos en algunos de sus comportamientos. Países tales como EE. UU., Francia, Reino Unido… que, así mirados y en conjunto, tampoco podríamos afirmar rotundamente que son racistas.

Aunque, eso sí y como bien sabemos, tengan todos ellos graves comportamientos racistas en sus manifestaciones deportivas, en sus prácticas policiales y judiciales, tal y como a modo de ejemplo sucede en EE. UU., donde hay un hecho cierto y es que si eres negro o hispano tendrás tres veces más posibilidades de acabar en la cárcel; o como sucede también cuando miramos más allá del París de postal y nos atrevemos a adentramos en ese otro París que tan bien reflejan películas como Los Miserables o El odio.

Fuente: Fundación Secretariado Gitano (https://www.gitanos.org/).

El problema, entonces, aquí y allá, en todos esos países citados y otros muchos más a los que nos gustaría parecernos, es que podría suceder que las leyes simplemente están muy bien pero no bastan, porque son muchas las veces que no se cumplen. Son, en demasiadas ocasiones, mero decorado, que sirve para tranquilizar conciencias y proclamar que ellos —EE. UU., Francia, Reino Unido… —, como nosotros, tampoco son racistas.

Y podría suceder también que casi sin darnos cuenta nos pase como a la televisiva Ana Rosa Quintana, que nos cree confusión ver que muchos de ellos, negros, gitanos, árabes, asiáticos…, ahora sí están aquí, forman parte del nosotros y ya no están solo en los barrios de gitanos, ni en los barrios de negros, sino que cada vez más, y afortunadamente, comparten la calle, van a las mismas universidades, luchan por los mismos trabajos. Y quizás suceda que, sin darnos cuenta, nos pase como a la propia Ana Rosa, que sintamos nostalgia del tiempo aquel en que vivíamos en barrios de “obreros y trabajadores” antes de que “fueran —como el Usera madrileño de la famosa presentadora— Chinatown”.

Ese posiblemente puede ser el problema, la cuestión de fondo. ¿Cómo un negro como el brasileño Vinícius Jr. de ahora —antes Samuel Eto’o, Roberto Carlos, Ronaldinho, Cristiano… — se atreve a señalarnos con el dedo acusador al mismo tiempo que es capaz de jugar tan bien al fútbol, cómo se atreve a refregarnos a nosotros, difusos anarosaquintanas, blancos y mayormente heterosexuales, su alegría de vivir, sus éxitos deportivos?

¿España es racista? ¡Claro que no! Como tampoco lo es la ciudad de Valencia, pese a esas imágenes que ya son un icono mundial de la lucha contra el racismo en nuestro país, ni tantas otras tan parecidas que pasaron sin pena ni gloria porque entonces no le dimos importancia y nos parecieron de lo más normal. Más o menos como cuando los gitanos vivían en sus barrios, los negros tenían nombre y los únicos moros eran los que desfilaban en las fiestas de Moros y Cristianos… ¿Y los asiáticos? Ésos eran simplemente gente de ojos rasgados que vivían muy lejos. Demasiado lejos.

Pepe López

Periodista.

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