Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Las cuatro muertes de Teófilo del Valle

Estreno del documental "Las tres muertes de Teófilo del Valle" en el Teatro Castelar (Fotografía: Pepe López).

Las tres muertes de Teófilo del Valle, dirigida por el eldense Manuel de Juan, no es solo un documental, que lo es, es también el necesario, democrático y saludable ajuste de cuentas con un pasado mal escrito. Y es, sobre todo, un meritorio ejercicio artístico y de cine político que ayuda y que permite rescatar de ese oprobio y olvido el buen nombre de un joven eldense de apenas 20 años que fue víctima causal —no casual— de los oscuros intereses de las fuerzas que luchaban en contra del cambio democrático en los albores de la transición.

Para quienes no conozcan la pequeña historia de lo que aquí se narra, habrá que recordar que Teófilo del Valle fue asesinado por un gris (policía nacional en la jerga de aquel tiempo) cuando simplemente huía de la propia policía por una calle de Elda en aquella infausta tarde del 24 de febrero de 1976. Los hechos ocurrieron a manos de un agente de la Policía Armada —ese era su nombre real— cuando el agente y sus compañeros iban ya de retirada, a bordo de una furgona y tras participar en la represión de las masivas manifestaciones que protagonizaban en aquellas fechas en la capital del Vinalopó los trabajadores y trabajadoras del calzado y exigencia del derecho a negociar su convenio laboral, el primero. Ese y no otro es el marco temporal, espacial y en el que este joven que empezaba a vivir y que participaba ocasionalmente en las protestas, pero que no era ni conocido activista, ni dirigente sindical, encontró la muerte porque un agente que le perseguía simplemente hizo aquellos seis disparos mortales.

Más allá de los muchos méritos y aciertos artísticos —que no son objeto central de estas líneas— el artefacto cinematográfico compuesto por Manuel de Juan y su equipo, y en el que destacan sobremanera las ilustraciones de Carles Esquembre que tanto ayudan a la reconstrucción histórica de los hechos narrados, hay una lectura que atraviesa casi toda la cinta a modo de metáfora y advertencia: la democracia, los derechos civiles, no fueron entonces una concesión, se ganaron en calles de pueblos como Elda y Petrer.

El histórico Movimiento Asambleario del sector calzado, que aparece de soslayo y fondo en el relato, fue, junto a tantas otras manifestaciones de esta índole en numerosos pueblos y ciudades de todo el país, parte de la recuperación de esos mismos derechos, arrancados en gran medida a un régimen que agonizada y que, una y otra vez, se tienen que defender si no se quiere volver a la zona de sombra de la historia.

Imagen del estreno de «Las tres muertes de Teófilo del Valle» durante el estreno del documental (Fotografía: Pepe López).

A modo de metáfora y recurso que enmarca el propio relato, ahí está zurcida en la propia historia la conversación que mantienen el director y su propio hijo, Manuel de Juan Poveda, caminando por las vías del tren, recurso cinematográfico que hace de pórtico del propio relato. Parte de estas mismas palabras son incrustadas en el epílogo de la historia y, de alguna manera, nos sugieren que las libertades —lo dijimos antes— son casi siempre más una carrera de relevos que una lucha individual contra el crono. El esfuerzo de un solo corredor —los trabajadores del calzado de entonces— perdería todo su valor si quienes recogen su testigo (el hijo, las generaciones siguientes…), lo despreciaran. Lo minusvaloraran. Lo olvidaran.

Manuel de Juan, director de «Las tres muertes de Teófilo del Valle» durante el estreno del documental (Fotografía: Pepe López).

Pero, seguramente, hay también un hecho circunstancial que hizo que este estreno tuviese su propio relato. Y no es otro que el documental tuviese como marco escogido el Teatro Castelar de la ciudad de la que es natural el propio autor, la ciudad donde ocurrieron los trágicos acontecimientos, la ciudad en la que aún viven o han vivido y trabajado la mayoría de sus protagonistas, parte de la familia del propio asesinado, también el alcalde de entonces, Francisco Sogorb, testigo privilegiado de lo acontecido.

Mención muy especial merece en este terreno de la memoria la del entonces joven juez de instrucción de Elda quien, casi cincuenta años después, revive con todo lujo de escalofriantes detalles y bisturí de fino cirujano cómo hizo frente y se negó a “echar tierra” al expediente judicial, y todo pese a las duras presiones gubernamentales de un régimen en transición que ya pilotaba un joven Juan Carlos I. Su testimonio es, si se puede decir así, la base documental y de verosimilitud sobre la que asienta todo el relato.

Todos esos ingredientes, entremezclados en la memoria del medio millar de muchos de los asistentes a esta primera proyección pública, hicieron que este estreno fuera causa y razón de un emocionado y sincero aplauso —lágrimas indisimuladas incluidas de algunos de los presentes— de casi cinco minutos con el que se cerró este primer visionado con la música y la voz de José Antonio Labordeta sonando al fondo de todo.

La proyección fue así, y de alguna manera, la excusa perfecta para una noche de fuertes emociones y de reafirmación democrática de toda aquella generación, cuyo legado, curiosamente y como sucediera con la memoria de la propia víctima, algunos pretenden ahora poner en cuestión.

La pregunta o preguntas que quedan flotando tras visionar el documental podrían ser estas o parecidas: Lo que triste y trágicamente ocurrió entonces —Las tres muertes de Teófilo del Valle, la real, la judicial y la de la manipulación de su memoria y olvido pese a aquel juez valiente cuyo testimonio es sin duda central en el relato— ¿podría repetirse hoy en día? En definitiva, si aquellos hechos podrían volver a tener lugar en cualquiera de las eldas posibles y a poco que las frágiles redes que acogen la democracia fueran agujereadas por cualquier pistolero —real o dialéctico— a sueldo.

Y la respuesta a estas terribles preguntas, me temo y de alguna manera emerge cuidadosamente del visionado del propio filme, tiene una sola dirección. Y no es precisamente la más esperanzadora. De ocurrir eso, sería, entonces, otra muerte más, la cuarta, del propio Teófilo a las tres ya relatadas. Sería la derrota de la vida que empieza frente a un poder oscuro, sin normas ni reglas, que sigue agazapado. Un poder que disparó entonces porque se sabía casi impune y que —¡ojo!— podría volver a hacerlo.

Pepe López

Periodista.

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