Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

Publicar o morir en el intento

Fotografía: Patrick Tomasso (fuente: Unsplash).

¿Habéis intentado publicar algún texto literario por primera vez en vuestra vida? Tal vez habéis revisado las diversas convocatorias de premios de entidades públicas o privadas en cuyas bases se recoge la edición posterior del original premiado. Tal vez habéis tenido la temeridad de, sin ser un autor conocido, enviarlo a diversas editoriales. Da igual en la lengua que escribáis, sea una de nuestras lenguas oficiales o, si sois extranjeros, en otra de ellas: la dificultad es la misma. Os sentís transparentes, como fantasmas que no son vistos por los mortales. En el mejor de los casos, asistís impertérritos a la noticia del libro ganador sin localizar ninguna valoración o comentario de vuestra obra: no habéis sido seleccionados ni como finalistas. Del mismo modo, tampoco habéis encontrado una respuesta a vuestro mensaje donde enviabais vuestro original. Es posible que solo recibierais un breve mensaje como “hemos recibido su propuesta. Agradecemos el interés por nuestra editorial”, sin ningún tipo de respuesta posterior que indique que vuestro texto ha sido como mínimo leído. En algunas ocasiones, rebuscareis entre vuestra carpeta de correo basura por si el mensaje no hallado ha encontrado acomodo en alguna parte de vuestro escritorio.

Es el momento de pasar a la acción. Algunos colegas han tenido la temeridad de ponerse en contacto con falsas editoriales sin escrúpulos, aquellas que se llaman de «autoedición», en las que, si desembolsas algún millar de euros, te aseguran que tu obra será distribuida por su página web y que tendrá una presencia constante en las principales librerías virtuales de nuestro planeta. Como dirían en mi tierra, fum de canyot, o sea, nada de nada, o lo que es lo mismo, res de res. Estas llamadas empresas editoriales sobreviven de las ansias de los escritores de ver su obra en papel sin tener ningún tipo de regulación, sin consejos editoriales, sin revisión lingüística de ningún tipo. Conozco algunos casos de auténticos ilusionados que se encuentran inmersos en este falso espejismo donde ostentan el récord de ventas en su «editorial» y, con un poco de suerte, consiguen que alguna librería les permita ir semanalmente con su caja de libros firmando originales de la misma manera que un cultivador de naranjas o de melones opta finalmente por vender su producto en las gasolineras de nuestras carreteras.

Perdonadme la ironía, pero he conocido situaciones surrealistas donde personajes sin escrúpulos se lucran de la creatividad de unos autores que harían lo que fuera por ver su obra publicada. Soy consciente de la dificultad de publicar tu obra literaria —yo mismo lo he sufrido en diversas ocasiones—, pero no dejo de entender que el mercado editorial necesita algún tipo de regulación o de selección. De lo contrario, hinchamos el sector de obras sin ningún control que rebajan en muchas ocasiones la apetencia por la lectura, ya que pueden caer en nuestras manos auténticas aberraciones que no respetan ni las más mínimas normas lingüísticas que se requieren en una obra de estas características. Por no hablar del enriquecimiento ilícito de estos falsos impresores que no reconocen ningún tipo de beneficio por derechos de autor. Cierto es que el hecho de conseguir una publicación en una editorial profesional tampoco certifica la calidad o el interés por el libro, pero como mínimo, si la empresa es seria, podremos tener en las manos un producto bien acabado y con una revisión del texto aceptable, al tiempo del reconocimiento por contrato de la autoría y de los derechos que se devenguen.

Este afán por la publicación se ha extendido también en los ámbitos académicos. El requerimiento continuado de estas para obtener las acreditaciones correspondientes de los profesorados universitarios conlleva una cultura de culto a la publicación en editoriales o revistas con su indexación correspondiente. Un colega de la Universitat Autònoma de Barcelona exclamaba en una red social hace unas semanas lo que muchos hemos pensado en alguna ocasión: “estoy harto de leer artículos malísimos publicados en revistas de altísimo impacto e indexación. Por favor, investiguen más y redacten mejor”. Si queremos reforzar la confianza en la ciencia, debemos centrarnos en el rigor metodológico, en lugar de su publicabilidad. Es la conclusión de un artículo que leí en la revista Nature Human Behaviour: “To protect credibility in science, banish publish or perish” (*) de la científica Ava Kial. Una reflexión realizada sin haber conocido una de las noticias más sorprendentes que hemos conocido en las últimas semanas: un químico de la Universidad de Córdoba, que se había convertido en uno de los científicos más citados del mundo, ha sido suspendido de empleo y sueldo para los próximos 13 años. La sanción se le impuso por firmar sus estudios como investigador de otros centros singulares como la Universidad Rey Saúd de Riad (Arabia Saudí) y la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos de Moscú, pese a tener un contrato de funcionario a tiempo completo con la institución española. El investigador, con 44 años, ha publicado unos 700 estudios, los últimos 58 en los tres primeros meses de 2023; con una media de artículo cada 37 horas, ha contribuido a que los centros con los que colaboraba incrementaran su posición en el influyente ranking de Shanghai, atrayendo a más alumnos y más dinero de sus matrículas. Esta es la cara más oscura de un sistema que incentiva la cantidad más que la calidad de los trabajos de investigación. Una excepción, por suerte, que debe alertar a nuestras instituciones. Una inflación que atañe tanto a textos creativos como académicos y sobre los cuales hay que frenar su expansión ilimitada y sin control.

(*) Para que perdure la credibilidad en la Ciencia, desterrad el «publicar o morir».

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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