Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

La defensa de la vida

Fotografía: Filip Mroz (Fuente: Unsplash).
La única postura honesta es la de radical solidaridad con la mujer.

El derecho a la vida debería ser, para todos, no un derecho incómodo y controvertible sino un derecho fundamental. Cada ser humano, desde que se inicia la vida en el útero materno, tiene derecho a la perseverancia en su existencia hasta su natural extinción, sin atentado alguno por parte de otros seres humanos.

La legalización de la interrupción del embarazo, el aborto, no es otra cosa que la autorización dada al hombre adulto —con el aval de una ley instituida— para privar de la vida al hombre, ya vivo, pero todavía no nacido y por eso incapaz de defenderse. No puede pensarse una situación de mayor injusticia. Para llegar a ese juicio no hay más que apelar a un imperativo de toda conciencia recta: la defensa del derecho a seguir viviendo por parte de un ser inocente e inerme.

Un niño concebido y en el seno de su madre es ‘otro’ ser humano distinto de ella y con sus mismos derechos, especialmente con ese fundamental derecho a que se les respete su vida. No es nunca un agresor frente al cual su madre tenga derecho a defenderse matándole, sino un ser humano inofensivo e indefenso que espera ser acogido y ayudado.

No se puede negar que muchas veces el embarazo de la mujer le provoca problemas y situaciones no deseadas. Pero es también cierto que en muchas ocasiones la mujer es víctima del egoísmo masculino en el sentido de que el hombre, que ha contribuido a la concepción de la nueva vida, no quiere hacerse cargo de ella y echa la responsabilidad sobre la mujer, como si ella fuera la única culpable de la situación a la que ha llegado. Precisamente cuando la mujer tiene mayor necesidad de la ayuda del hombre éste se comporta como un cínico egoísta, capaz de aprovecharse del afecto y de la debilidad, pero refractario a todo sentido de responsabilidad por el propio acto de engendrar vida en el seno de la mujer. Es ella la que paga el más alto precio, no sólo por su maternidad sino aún más por destruirla, por la supresión del niño concebido.

De todo lo hasta ahora dicho se deduce que, en relación con los embarazos no deseados, la única postura honesta es la radical solidaridad con la mujer. No es lícito dejarla sola con su problema. Las experiencias de los centros de ayuda a la mujer embarazada demuestran que la mujer no quiere suprimir la vida del niño que lleva en su seno. Si es ayudada en esta situación y si, al mismo tiempo, es liberada de la intimidación del ambiente circundante, entonces es incluso capaz de heroísmo. Son testigos de ese heroísmo los encargados de las casas para la atención y ayuda a las madres adolescentes.   

María José Gil Santos

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