Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

¿Por qué creemos en mierdas?

¿Por qué creemos en mierdas? Cómo nos engañamos a nosotros mismos (2020) es el título y subtítulo del libro de Ramón Nogueras que plantea cómo, a pesar de encontrarnos en el momento de nuestra historia con más acceso a la información, nos resistimos a cambiar de opinión y seguimos difundiendo historias y noticias que nunca han ocurrido. Más allá de la efectividad del título de la publicación, que utilizo sin esconderme para la redacción de este artículo, el ensayo se plantea como un escrito bien documentado y de carácter reflexivo que nos alerta del peligro de la difusión de las falsas noticias, aquellas que propagan rumores y que se acaban entendiendo como verdades auténticas que justifican incluso conflictos bélicos. No hay que tener mucha memoria para entender lo que pasó con la famosa Guerra de Irak y, como no puede ser de otra manera, nos hace relativizar sobre la necesidad y la eficiencia de conflictos más recientes.

Pero ¿por qué los seres humanos somos tan vulnerables a las mentiras? A pesar de nuestra racionalidad, hay diferentes factores que fomentan la propagación de estas falsas verdades. En primer lugar, la falta de información; si no tenemos la manera de contrastar la fuente, podemos acabar entendiendo que el relato recibido es certero. Un segundo factor es la facilidad con que algunas personas pueden ser manipuladas, no solamente por la empatía de quien les transmite el mensaje, sino por sus cualidades de persuasión o engaño. Un tercer elemento es la capacidad de los humanos para creer mentiras. Según apuntan algunos psicólogos como Robert Feldman, la mentira puede ser una estrategia efectiva para las personas en situaciones sociales y en la configuración de su autoestima. De este modo, algunas personas buscan información que respalde sus creencias existentes y que descarte aquello que las contradiga. Finalmente, tenemos que centrarnos en el deseo de creer. Así, podemos considerar positivamente una dieta milagrosa a partir de afirmaciones exageradas y poco contrastadas sobre esta.

Me aferro a este último factor para defender nuevamente la libertad de cada individuo a defender sus creencias por extrañas que sean y por la dificultad de contrastarlas empíricamente, pero siempre que tengamos la información suficiente y seamos conscientes del carácter poco riguroso de nuestras consideraciones. Nunca deberá entenderse como una cuestión de fe, sino de una apreciación que, por los motivos que sea, nos hace más llevadera nuestra cotidianeidad. En definitiva, creer sin imponer ni cortar de raíz cualquier duda que se plantee en nuestro entorno sobre nuestro convencimiento. Somos libres para defender lo que consideramos, pero entendiendo que el resto de las voces críticas sobre la materia tiene la misma legitimidad que la nuestra. Podemos estar convencidos de su certeza, pero deberíamos estar abiertos al debate y a la reflexión compartida. ¿Habéis tenido alguna vez una creencia que no podéis demostrar? Seguramente sí, y tal vez incluso estáis seguros de que os han engañado, pero continuáis en el juego del falso convencimiento porque huis del conflicto o del sentido contrario de vuestro entorno. “Quien calla, otorga” es la frase que aplicamos cuando alguien se hace cómplice de una acusación de manera que puede interpretarse que lo aceptamos o confirmamos. Siempre consideraré la libertad de los humanos para actuar así, con resignación o sin intención de refutar una afirmación: forma parte del derecho a no pronunciarnos o dar nuestro punto de vista si no lo consideramos.

Si volvemos al libro de Noguera, entendemos porqué somos débiles ante mensajes sencillos de gran calado. Así, se aborda nuestra tendencia a prestar atención a aquello que es fácil de recordar. Del mismo modo, el hecho de que las informaciones recientes sean más fáciles de retener nos hace extremadamente sensibles a las noticias procedentes de las redes sociales o algunas páginas web que consideramos fidedignas. De esta manera, la repetición o actualización constante de algunas mentiras puede acabar construyendo grandes verdades para nuestro conocimiento. Vivimos una época donde la colectividad sustituye al individuo y construimos, en palabras del autor del ensayo, una mentalidad de rebaño a partir de la permeabilidad que presentamos a nuestro alrededor. Y, por si fuera poco, presentamos un alto grado de atracción hacia la figura del adivino o del profeta, no solamente en temas espirituales o de previsión de futuro, sino de aquellos que se adjudican el papel del “gurú del rebaño” para marcar las tendencias de nuestros campos de actuación del futuro.

Así, año tras año, escuchamos predicciones sobre el número del Gordo de Navidad, sobre el estallido de una III Guerra Mundial, sobre la concreción de un invierno terriblemente frío y copioso en nieve o sobre la previsión a la baja de los tipos de interés bancario. En algunos casos, los visionarios aplican técnicas precisas de su materia, en base a métodos analíticos, pero en otros se dejan llevar por su intuición o, lo que es peor, por sus ganas para que el hecho anunciado sea realidad. Proyectamos, pues, el deseo o el sueño por un acontecimiento en la realidad futura. Queramos o no, nadie tiene la seguridad ni la capacidad de confirmar los augurios del tiempo que vendrá. Sabemos cuándo nacemos, pero no cuándo acabarán nuestros días. Tal vez es un recurso inteligente de nuestra especie: conocer el futuro condicionaría sin ninguna duda nuestra cotidianeidad.

Seamos sinceros, por lo tanto, no intentemos manipular o proyectar nuestros deseos a nuestro entorno. Hay quien basa su fortaleza en el encantamiento del prójimo, para reforzar su autoridad y proyectar los liderazgos. Quien explica con vehemencia o con argumentación su parecer merece nuestros elogios, porque nunca impondrá su punto de vista, sino que ofrecerá sus creencias o propuestas de futuro con el convencimiento de que pueden variar o enriquecerse con otras informaciones u otro punto de análisis. Sólo así dejaremos de creer en mierdas o nos sentiremos engañados, como tantas veces experimentamos a lo largo de nuestra vida. Si aceptamos una verdad absoluta es por nuestro derecho a hacerlo, pero entendamos siempre que toda afirmación puede ser relativa y que deberemos contrastar su validez según pase el tiempo. ¡Palabra de creyente!

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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